El hándicap de las preocupaciones

        Conocí una persona que cada vez que planteaba alguna cuestión comenzaba su locución diciendo “Me preocupa que…”, de tal modo que podría decirse que mantenía una permanente ansiedad deducida de lo que parecía ser una responsable actitud de la protección que otorgaba hacia los demás. “El preocupado” siempre concluía su discurso brindando soluciones salomónicas para que ese estado de incertidumbre pudiera desaparecer para sí y para cuantos otros tuvieran esa misma y flamante impresión. Se convertía así en un mesías que preconizaba los medios para la salvación.

         Pero el preocupado de palabra pudiera no serlo de obra pues, a la postre, se advertía que era una aparente actuación un tanto teatrera para transmitir incomodidad hacia quienes recibían su sermón. Como diciendo a los demás que era el único que mostraba inquietud hacia aquello que los menos eruditos terráqueos no veían. Aunque podría ocurrir que los considerados como pocos avispados no fueran tanto, sino que tenían otras preocupaciones que quizás priorizaban su agonía propia. Porque si algo está claro es que en esto de las preocupaciones son pocos los que pueden decir que no tienen alguna. Basta estar al corriente de cuanto sucede en el mundo, viendo periódicos o espacios televisivos de noticias que discurren por momentos, o enganchados a las redes sociales e internet para que nuestro interior genere una ansiedad complicada de solventar, o cuanto menos difícil de minimizar en la intranquilidad que genera.

         La entrada que hago no es más que un fiel reflejo de esa dicotomía que inunda la mente humana, que discurre pensando los sucesos que pueden acaecer, beneficiosos o perjudiciales, generando una permanente preocupación que determina un estado de ansiedad que convierte la situación en angustiosa.preocupaciones2 Tan es así que puedo comprobar que cuando analizan la situación los expertos de la psicología, llegan a ser todavía más incisivos para calificar que las preocupaciones que arrastra el ser humano suelen estar enfocadas, en su mayor parte, hacia situaciones catastróficas que se cree van a ocurrir pero que realmente tienen escasas posibilidades de que confluyan todas ellas en nuestro estado. Se dice que solamente el 8% del total de nuestras preocupaciones cotidianas encuentran una base real, lo cual dice mucho de la maestría que mostramos preocupándonos en demasía por nada relevante. Y es que aquello que puede considerarse como una lógica reacción, más o menos automática, para resolver los problemas que pueda suscitar una preocupación real, deviene ya inconsistente y generadora de una situación patológica cuando las preocupaciones son por sucesos de baja o escasa probabilidad que lo único que hacen es suscitarnos problemas sin resolución.

        ¿Nos encontramos ante un fenómeno de la sociedad actual?¿Acaso ha crecido la incertidumbre que nos rodea con la apertura ante nuestros ojos de lo que acontece en cualquier rincón del planeta?¿Creemos que todos los aspectos negativos que suceden pueden reproducirse en nuestro caso y situación que vivimos? Está claro, los momentos presentes amplían el espectro pero no estamos ante una situación que nazca ahora y en los tiempos presentes, pues la realidad es que está muy inmersa en la forma de ser y actuar del humano por aquello de que la mente tiene vida propia. A veces inagotable.

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          El gran filósofo estoico, Lucio Anneo Séneca, hace siglos que advertía de los aspectos negativos que tenía la excesiva preocupación. La mente humana cabalgando entre el pasado y el futuro, entre los errores y desastres que vivimos y los errores y desastres que podrían acaecernos (“Nos atormenta el pasado y lo que está por venir”)(“Algunas cosas nos atormentan más de lo que deberían; otras nos atormentan antes de llegar y otras nos atormentan cuando no deberían atormentarnos en absoluto. Tenemos el hábito de exagerar, imaginar o anticipar la tristeza”).

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          El antídoto del gran filósofo era “disfrutar del presente sin dependencia ansiosa del futuro, no divertirnos con esperanzas o miedos, sino descansar tranquilos, como el que no desea nada”. En definitiva, vivir aquí y ahora, sin mostrar deseos que nos hagan excesivamente expectantes y generadores de incertidumbre por el futuro.

       Fácil de decir y aconsejar para levantar el estado anímico, aunque provenga del sabio, pero difícil de conseguir porque las preocupaciones nos acechan e invaden nuestra mente. Como dice la canción de Sabina, se puede tardar en aprender a olvidar 19 días y 500 noches, pues aunque ahora no hablemos de amor, al menos exclusivamente, las preocupaciones en general salpican el día pero inundan las noches, en esa soledad donde la mente cabalga a sus anchas. Para hacernos ver que el hábito humano suele merodear alrededor de la autodestrucción con la agonía de unos desastres en su gran mayoría imaginarios e irracionales.

      Mejor concienciarnos de lo que se supone de la sabiduría humana, mostrándonos satisfecho con la suerte que vivamos, sea cual fuere, sin buscar y ansiar lo que no se tiene. En fin, siguiendo igualmente a Séneca, tenemos que aprender a vivir. Supone que aprendamos a aliviarnos de preocupaciones porque  “la mente distraída no absorbe nada profundamente, sino que rechaza todo lo que es atiborrado a ella”. La dificultad estriba en que “aprender a vivir lleva una vida entera”.

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