El valor de los títulos y enseñanzas académicas

          Tras los sonoros escándalos que recientemente hemos vivido al comprobar que ciertas enseñanzas y títulos académicos apuntados y hechos públicos por personajes conocidos no respondían a la realidad de los méritos que disponen, resulta curioso comprobar lo apresurado que han estado políticos y gobernantes para hacer una limpieza exhaustiva en los historiales que presentan de cara al público, y que con gran gozo y desvergüenza se venían mostrando en las páginas a las que se tenía acceso en abierto, por aquello de que, como se engaña tanto al electorado, no parece que fuera a tener trascendencia aducir aspectos sobre los que se piensa que nadie repararía en indagar su veracidad. ¿Cómo se iba a dudar de tan soberana elocuencia académica ante el majestuoso perfil que presentaban los interesados? Nadie osaría pedir una prueba de un conocimiento académico. Eso queda para el pobre titulado que desea encontrar trabajo y se enfrenta a un exhaustivo proceso de selección propiciado por quien se juega los cuartos contratando.

           El desprecio a lo académico ha llegado a ser exhorbitante. Hasta el extremo que, descubierto el pastel, o bien se echaba la culpa al desgraciado colaborador que confeccionaba las páginas en las redes sociales, o se aclaraba que decir “tener estudios en…” no es una mentira, sino una verdad manifiesta pues hubo una matriculación en alguna asignatura de la carrera que, después y por circunstancias de la vida se dejaba totalmente por la dificultad extrema de tener que aprender y aprobarla. Diferente pues a “estar en posesión del título de…”. Tampoco puede alarmarse el populacho por el hecho de confundir la palabra máster por curso, porque –al parecer- carece de relevancia sustantiva. Lo de cómo se han hecho algunas tesis doctorales mejor ni entrar en detalle.

            Lo que está claro es que hay una obsesión enfermiza en lo académico por el “y yo más”, cuando el alcance y contenido del currículum queda tan minimizado como para pensar que va a ser muy difícil enmendar la imagen que muestra la vidorra que se venía llevando. Acumular méritos en papel se convierte en la fuente del deseo del político y, también, de quienes se ven inmersos en sistemas donde este proceso instituido parece denotar que título es sinónimo de sapiencia (al respecto no hay más que ver la importancia que tiene el papel en los méritos que valora al profesorado universitario la ANECA, o para la resolución de concursos de méritos de personal funcionario o laboral que presta sus servicios en las distintas Administraciones públicas).

           Pero si importante es conocer los méritos académicos en todos los ámbitos, el papel no lo dice todo. Fácil resulta comprobar la curiosidad que nos produce acudir a consultas médicas que muestran sus paredes repletas de credenciales de títulos, cursos, diplomas, y especialidades del médico titular, pero que al final no son más que muestras que se verán disueltas o enriquecidas por la sapiencia que mostrará el nominado, del que esperamos una resolución acorde con las expectativas que hemos puesto. Qué decir ahora cuando se trata de un político al que no se le exige nada de entrada. Su formación académica nos servirá para la curiosidad visual y para brindarnos una perspectiva de quien quiere representarnos. Pero, sin duda, lo que esperamos es su actuación, la que denote que cumple con lo que prometía y con nuestras expectativas. Claro que dentro de la especie hay que distinguir entre electos y nombrados.

 

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            Llamativa es la regulación que se produce en los distintos ámbitos territoriales de España respecto a los altos cargos. El examen conjunto ya nos dice bastante sobre lo mucho o poco que se precisa para ocupar un cargo de relevancia.

            En la Administración General del Estado lo regula la ley 3/2015, que afecta a una variopinta cantidad de sujetos que encajan en esta consideración, desde los Ministros a aquellos otros cargos que pudieran ser nombrados por Consejo de Ministros con la excepción de los que tengan la condición de Subdirectores Generales y asimilados.

        Tras una referencia muy genérica en la que se alude al nombramiento entre personas idóneas y de acuerdo con lo dispuesto en su legislación específica, se profundiza en la primera condición para referirse a quienes reúnen honorabilidad y la debida formación y experiencia en la materia, en función del cargo que vayan a desempeñar. Una idoneidad que debe apreciarse tanto por quien propone como por quien nombra al alto cargo.

         Insiste la norma en la valoración de la formación, para exigir que se tengan en cuenta los conocimientos académicos adquiridos y la valoración de la experiencia (que tendrá en cuenta la naturaleza, complejidad y nivel de responsabilidad de los puestos desempañados, y que guarden relación con el contenido y funciones del puesto para el que se le nombra).

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         Por lo demás, estos hechos no quedan ocultos sino que el currículum vítae de los altos cargos debe publicarse obligatoriamente, tras su nombramiento, en el portal web del órgano, organismo o entidad en el que preste sus servicios. Aquí vendrá el peligro de lo que se haya dicho y cómo, porque se considera infracción grave si se falsea o se incumple los requisitos de idoneidad expuestos, con la sanción que obliga a la destitución en los cargos públicos que se ocupen, como también la prohibición de ser nombrados para ocupar un alto cargo durante un periodo de entre cinco y diez años.

       Puede advertirse que esta norma atiende a los cargos que son nombrados y no electos, esto es, que aun cuando podamos hacer una extensión conceptual al carácter de políticos, aquí no entran los que son elegidos por la ciudadanía para representarlos en las distintas instituciones. En este caso, existe un camino abierto y libre a lo que se quiera publicitar, de modo que los afectados podrán destacar los aspectos personales, académicos y profesionales que consideren más apropiados, exclusivamente por el mero deseo de hacer ver todo lo mucho –o poco- que puede ofrecer.

        Con todo, aparecer en público con escaso bagaje formativo es una rémora que acompleja bastante al político presuntuoso. Un motivo clave para engordar el currículum y hacerlo vistoso con todo lo que pueda aparentarse, embelleciendo una vida académica de tal forma que en algunos casos se convierte en una acción punitiva dolosa. Si lo observamos bien, quien tiene verdaderamente un reconocimiento académico es el que se muestra más comedido en la presunción de sus logros. Solo los mediocres sacan pecho, alardeando de lo que no se es.

         Al menos, si algo de bueno podemos advertir con esta predispuesta actitud de aparentar lo que no se tiene, es que se da muestra ferviente de lo que debería ser. El crédito que debería tener quien de la noche a la mañana se convierte en responsable máximo de decisiones que afectan a la sociedad.

          Dicho cuanto antecede, me inclino más por quien mucho me ofrece en entrega y honradez política o gubernativa, que quien aparece en la página web institucional o en las cuentas personales de redes sociales como relevantes académicos en papel o en relato palabrero.

          El no va más será cuando se compagina historial académico con prestancia personal y profesional que favorece muy mucho para apoyar su dedicación y propuestas.

          Pero para gustos de políticos, los que cada votante quiera y de la forma que fuere. Seguro que aparecen muchos que apuestan por la indiferencia en este tema.

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