Proliferación de las «fake news»

           Los que nos movemos  por las redes sociales con la idea de que el acceso universal a la información y la opinión es una grata mejora para las relaciones, creemos que el medio ofrece ciertas garantías de seguridad. No me refiero, en absoluto, a que estos medios tengan que suplir nuestra propia incredulidad pues nadie puede poner cerco a la estupidez humana o a la inocencia de las personas. Eso sería tanto como que perdiéramos el humor típico de un 28 de diciembre y alguien tuviera que responder cuando nos creyéramos a pies juntillas la noticia que publicita que el ave se inaugura de inmediato en Badajoz o que un determinado equipo de fútbol de segunda división ha conseguido fichar en un día conjuntamente a Ronaldo y Messi para reforzar la plantilla y aspirar al ascenso de categoría.

        La seguridad que se busca es algo más consistente. Aunque sería mucho desear que nuestra presencia en las redes sociales gozara de una completa protección para evitar sorpresas no deseadas, lo cierto es que ese acceso universal permite que cualquier persona puede dar publicidad a todo tipo de informaciones, verdaderas o no. Surge de este modo la preocupación por la aparición de las denominadas fake news, esto es, las consideradas como noticias falsas, aquellas que están premeditadas y dispuestas para que la bola cale hasta los extremos pretendidos. Noticias que algunos las califican como formales pero que no lo son en cuanto al fondo. Lejos de considerarse como meras bromas o bulos, tienen un objetivo más incisivo y por ello se buscan mecanismos apropiados para que podamos creerlas como noticias verdaderas.

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       Para ello, una información sesgada, lanzada a las redes con cierta alevosía y pretensión de convertirla en creíble, podría asumirse como real en función de la familiaridad con la que nos llegue. No es lo mismo advertir algo raro en un mensaje dado por personas totalmente desconocidas que si, en ese lance de comparticiones nos llega por alguien más cercano. Los conocidos dicen una cosa y por ello mismo aparenta verosimilitud porque no se trata de caer en el bulo de lo absurdo, sino en algo más fácil de asumir por la duda racional que nos ofrezca.

         Ya hemos podido leer que las empresas Facebook y Google anuncian medidas para detener el alcance de estas fake news y los sitios web que las comparten. Se dice que responde a las preocupaciones que se tienen porque las historias intencionalmente engañosas superasen a las noticias reales. Ahora incluso se viene a decir que la extensión llega a los WhatsApp donde, según los expertos, resulta más complicado evaluar su impacto. Porque si en Facebook, las noticias publicadas se organizan gracias a un algoritmo que les da relevancia en función de cómo y cuándo se han compartido, en WhatsApp, las fotos, vídeos y textos compartidos van de persona en persona, más difícil por tanto de controlar. Y si el asunto adquiere esta trascendencia es porque realmente nos encontramos ante un problema serio y de envergadura.

        Tan serio como que los análisis de portales que generan este estado de noticias se viene realizando en todos los países del mundo y, en particular, en España se detecta que esos portales que puedan afectarnos normalmente lanzan informaciones falsas que sirven de pura propaganda difundida con los fines más espurios: para generar alarma social, manipular a la opinión pública, obtener beneficio económico por el incremento del tráfico en las páginas web que difunden estas informaciones, o que simplemente buscan la reafirmación de unos ideales políticos. Los usuarios las comparten sin ningún reparo.

      Ejemplos manifiestos se han dejado ver en las últimas elecciones presidenciales estadounidenses, o en las ideas separatistas catalanas, incluso alguna entidad bancaria como BBVA consideró a las fake news como riesgo operativo, haciendo público el mensaje dirigido a la Comisión Nacional del Mercado de Valores que “el banco podría ser objeto de una campaña de desinformación o información falsa propagada deliberadamente para dañar la reputación del banco o con otros fines fraudulentos”.

      Recientemente se ha difundido el interesante estudio realizado por European Communication Monitor (ECM), que lleva a cabo la European Public Relations Education and Research Association (Euprera) y la European Association of Communication Directors (EACD), en colaboración en España con la Asociación de Directivos de Comunicación (Dircom), basado en encuestas a 3.100 profesionales de comunicación realizado en 48 países, y que extrae como primera conclusión que una de las principales fuentes de contenido engañoso son las redes sociales (81,3%).

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       Los países más afectados por la divulgación de noticias falsas son Rusia (53,2%), seguido de Serbia, Eslovenia y Polonia (todos por encima del 40%). Por su parte, Reino Unido, Francia, Noruega y República Checa son los menos afectados, con un 17%, mientras que Alemania, Países Bajos, Suecia y España están en la media: una de cada cinco organizaciones se ha visto afectada por fake news en el último año.

    Y ojo al dato: las organizaciones más perjudicadas son las del sector público, gubernamentales y organizaciones políticas (44,6 % afectadas por lo menos una vez en 2017/2018).

      En términos jurídicos entramos de lleno en un conflicto de derechos, el del informante y el de las personas afectadas por la información que, siguiendo la doctrina de nuestro Tribunal Constitucional conjuga el interés general que merezca la información y la veracidad de la misma. Cuestiones que son sobradamente conocidas en el mundo de la comunicación y para la deontología que debe exigirse a cualquiera que ejerza la actividad profesional del periodismo.

          Tampoco puede decirse que la libertad de expresión permita decir lo que se quiera pues entra en juego con otros derechos igualmente dignos de protección y, en todo caso, nunca abarca el insulto. Así, aunque se trate de una mera opinión que no necesitaría del contraste de la veracidad debe quedar erradicado todo contenido injurioso, ofensivo o de daño gratuito a la dignidad, la reputación o el honor de una persona, difamándola.

         Con todo, y aun existiendo mecanismos jurídicos para la protección de las personas, la verdad es que el uso de las redes sociales hace sumamente complicado protegerse de las fake news. Las organizaciones quizás podrán implantar rutinas avanzadas para identificar estas amenazas, pero de cara a la universalidad de usuarios y de noticias compartidas parece resultar complicado que pueda erradicarse como sería de desear.

         Mejor conocer esta realidad y evitar creernos todo lo que leemos pues a veces no es tan cierto lo que se nos pueda estar intentando transmitir. Ojo a las campañas y descréditos buscados de personas y entidades.

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        Y para opinar mejor tener contrastadas las informaciones y las fuentes. No deja de ser una problemática más de la libertad que tanto preconizamos y deseamos tener, y que nos hace un tanto responsables de las creencias superficiales que podamos tener. Porque los bulos siempre han existido y existirán. Pero antes de dar las noticias por ciertas sería aconsejable la prudencia en creérnoslas.

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