La vuelta del sombrero

          En esos giros que da la vida, poniendo de moda lo que había dejado de serlo o retomando usos que no debían de haber desaparecido, me agrada ver que nuevamente los hombres y mujeres toman la costumbre de lucir sombreros en sus más variadas modalidades. Y lo hacen con una intensidad tal que puede decirse que forma parte del “look” de ambos géneros.

         El uso encuentra su arraigo más remoto en la prehistoria, utilizándose retazos de piel para proteger la cabeza del frío. Pero realmente su registro como sombrero con alas ya es posterior, en pleno siglo V a.C. cuando en Grecia se utilizaba por cazadores y viajeros para protegerse del sol y la lluvia, extendiendo su uso tanto a la ciudad como en el campo, aunque fuera realmente en este último ámbito donde adquiría carta de naturaleza. Pasa así, con posterioridad, a los romanos y los etruscos para difundirse durante la Edad Media por toda Europa.

            En este proceso evolutivo, el sombrero ha ido cumpliendo tres funciones: una como complemento de abrigo, otra de componente decorativo en el vestir y, en fin, de caracterización social. Lo cierto es que, cualquiera que fuera la razón que se esgrimiera, sea por demostración de poder, por higiene, como abrigo, o por diferenciación social o seducción, históricamente se han utilizado prendas para cubrir la cabeza con sombreros, gorros o boinas. Según las épocas hubo modelos que hicieron furor como el Bombín, el Canotier, Panamá, el Borsalino, Fedora, el Chambergo o las boinas y gorras.

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           Su declive puede decirse que comenzara en la década de los sesenta del siglo XX, cuando figuras tan reconocidas y admiradas como Elvis Presley, los Beatles o el propio presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy renegaron de su uso decididos a mostrar su cabeza y pelo. Se dice que también ayudó a ello la generalización del uso del automóvil cerrado, al permitirse que los desplazamientos se pudieran hacer de manera resguardada. Puede decirse, si acaso, que solo el deportivo seguía siendo un accesorio muy usado entre los hombres.

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        Hoy vuelve a resurgir el uso del sombrero tanto en hombres como mujeres. Una evidencia que cada día resulta más palpable y puede decirse que, junto a las gafas de sol, constituye el complemento que mayor finalidad práctica tiene.

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        Aunque esta vuelta no ha ido acompañada de los aspectos más importantes que lleva su uso, por aquello de que los tiempos presentes relajan las normas más elementales de la convivencia cívica. No quiero decir que tuviéramos que volver a los tiempos remotos donde la cortesía en el uso del sombrero iba acompañada incluso de una benevolente inclinación para la salutación a otras personas, sino simplemente que la pérdida de lo que impone la razón misma hace que se pierda todo signo de educación básica.

          Por lo pronto quiero destacar que chirría que los hombres mantengan puesto el sombrero en los sitios cerrados. En una reciente reunión de trabajo pude comprobar como una persona mantenía cubierta su cabeza con un sombrero playero que denotaba cuál era su destino posterior, más alarmante por ir acompañado del pantalón corto y las típicas sandalias. Un ejemplo que, aunque sea en grado extremo, no es aislado en lo que ahora sirve a mi finalidad expositiva. Mantener el sombrero, las boinas o las gorras en los sitios cerrados puede decirse que es una constante, y de ahí mi crítica.

        En el exterior ya brilla por su ausencia ese gesto cortés que se hacía como intención de quitarse el sombrero para saludar a otras personas, aunque esto podríamos decir que ya no es tan alarmante como la situación antes referida.

       Del resto de normas de urbanidad que existían ya ni siquiera merece más comentario que referirse a ellas como meras reminiscencias del pasado. Tal era la consideración de falta grave la de volver el sombrero, rascar encima con los dedos, tamborilear sobre él, tocar la cinta o el cordón, mirar dentro o alrededor, ponerlo delante de la cara o sobre la boca para no ser oído al hablar o mordisquear los bordes en tanto se conversaba con otra persona. Pretender que vuelvan estas actuaciones sería tanto como querer volver a los tiempos de los tres mosqueteros. Creo que sin imponerse rígidas normas de uso, un criterio de la mera educación es suficiente para deducir lo que pueda ser apropiado.

           Por otro lado, la igualdad de trato entre hombres y mujeres parece que aquí no resulta posible, al menos en los aspectos más elocuentes, por aquello de que la discriminación positiva es mera consecuencia de la variante que lleva el uso en unos y otros, la mar de las veces integradas en el peinado de mujeres por medio de horquillas, alfileres y otros elementos.

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         Con todo, y sea por necesidad, para protección o por gusto, me gustaría dar la bienvenida a esta sana costumbre de usar el sombrero, por aquello de que, además de la utilidad que supone para cumplir su función básica, constituye una declaración de moda, muestra inequívoca del lenguaje corporal que transmite cada persona.

2 comentarios en “La vuelta del sombrero

  1. Esther Vázquez

    Es cierto que los sombreros han vuelto, y me alegro por ello, eran difíciles de encontrar y siempre me ha gustado su uso (tengo una buena colección jeje). La verdad es que no lucen como antes; la época de los mosqueteros ciertamente tenía algo especial; pero al menos aquí están de nuevo. Un saludo.

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  2. Normal que vuelva el sombrero.. los hombres como yo con poco pelo lo agradecemos mucho. Cuando era joven lucía un pelo de envidia, pero con los años…ay… Desde hace tiempo no me queda más remedio que usar sombreros para proteger mi calva. Y gracias a eso me he aficionado a comprar sombreros de todo tipo. No hay mal que por bien no venga.

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