Ferias y Fiestas

          La llegada en el calendario del día de la onomástica de San Juan es para algunos motivo de suma alegría por ensalzar lo festivo del lugar donde se ha vivido en la tierna infancia y juventud, propiciando momentos inolvidables de felicidad y diversión. Badajoz, mi ciudad, mi rincón de la bella Extremadura, mi vida, celebra con efusión su Feria de San Juan, homenajeando así al que considera su patrón desde el siglo XIX, porque no debe olvidarse a los badajocenses que con anterioridad, una vez que la ciudad fuera reconquistada el 19 de marzo de 1230 por el rey leonés Alfonso IX, en ese día de San José, fue éste el originario patrón por serlo asimismo del gremio de carpinteros y entalladores de la ciudad. Fue la Guerra de la Independencia la que propiciara el cambio, por aquello de que ese casco antiguo, y la ermita de la Cofradía de San José fuera bombardeada y saqueada, lo que suponía el inicio de un declive que llevaría a perder el patronazgo de la ciudad en favor de San Juan Bautista, que era patrón del Obispado.

         Cuando llega este momento el subconsciente aflora aspectos que en su momento pasaban como de ordinario y que ahora adquieren una dimensión especial. Será por aquello de la añoranza que el tiempo te hace ver y sentir.

        Cuanto sacrificio familiar se producía en esta festividad que obligaba a adquirir nuevas vestimentas apropiadas para la ocasión. Con la festividad se producía la explosión de ese verano que, al menos en temperaturas, empezaba a hacer mella. Las calles se engalanaban y lo que ahora está en una lejanía que solamente disfrutarán los que quieran acercarse a ese recinto ferial, antes se distribuía por la ciudad, en sus propias entrañas. san juanLa participación se hacía así en obligatoria, con un tránsito apropiado a lo que acaecía por esa Plaza de España (conocida como de San Juan) y colindantes. Bares y restaurantes de los que nunca se olvidan (Colón, El Águila, …) permitían a los ciudadanos refrescarse y disfrutar del ambiente, en conversaciones llenas de pasión por lo mucho que se iba a hacer en estos días. El arranque se producía con ese recorrido de gigantes y cabezudos que seguíamos con jolgorio y entusiasmo en los primeros años de nuestras vidas.

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           Acudir al ferial, entonces situado en la cercanía, en ese Salto de Caballos colindante a la plaza de toros o en el después más lejano Polígono de la Paz, era tanto como saborear las mieles de lo más grande en diversión. El siempre llamativo “Tío de la Bota”, el “mire, mire como toca” que insistentemente retumbaba en los oídos desde esas tómbolas que “todo lo daban”, con suelos llenos de sobres que abrían las esperanzas de llevarse la “chochona” u otro preciado regalo; los puestos serviles que mostraban esos cocos mojados y relucientes, el algodón y la manzana acaramelada, o el delicioso turron artesanal; el objetivo que suponía ese palillo que soportaba el regalo que queríamos adquirir con la fina puntería de la escopeta de balines, el olor a pinchito moruno o a los churros, eran todo un elenco ejemplar de los muchos divertimentos que precedían a esos “cacharritos” que veíamos evolucionar según nuestra edad. Desde las vueltas mareantes agarrado a un volante fijo de ese coche que entraba por nuestros ojos, pasando por la alegría de recibir un escobazo en ese semicírculo de oscuridad en el que entraba el tren,  hasta el conocido como látigo por el desplazamiento que hacía la vagoneta tambalear el recinto que recorría; la ola o la subida al cielo en esas norias que permitían lucir el ferial desde la distancia.

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          Lo taurino tenía su espectáculo infantil, y ahí estaba el superconocido «Bombero torero» que acompañado de esos enanitos que hoy no parece conveniente tan siquiera referir pero que entonces no representaba humillación sino mero espectáculo de unos actores que hacían reir a los niños.

 

           Ya para adultos eran motivo especial las corridas de toros, ahora tan cuestionadas y entonces tan aclamadas, por atraer a las grandes figuras del toreo y ver unos recintos llenos de portugueses y españoles de la ciudad y de las localidades cercanas. Esos días se llenaba la ciudad de autobuses procedentes del vecino país, deseosos de disfrutar de nuestra festividad a la que concebían también como suya. Los lugares más inhóspitos servían para que los queridos portugueses se agolparan con sus comidas caseras que traían desde sus localidades. Aprovechando las laderas de un río Guadiana que también se engalanaba para mostrarse acorde con el entorno, en sus relucientes aguas que permitían el baño de día y acoger el colorido que desde el cielo transmitía el espectáculo pirotécnico tan célebre en esa enigmática noche de San Juan. Todo un jolgorio para la ciudad.

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       Cuando niño me gustaba pasear por estos lugares para ver la expectante acumulación de vehículos y personas, y también acercarnos a la puerta del coso taurino, entonces igualmente cercano al centro de la ciudad, con el fin de ver cómo llegaban esos grandiosos vehículos de varias puertas que traían a los “maestros de la tauromaquia” y a sus cuadrillas. Después, verlos salir a hombros por la puerta grande, recorrer la calle Ramón Albarrán y llevarlos al entonces conocido y céntrico Hotel Simancas, era todo un lujo para el pueblo ávido de alegría.

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            En otros momentos los badajocenses conocíamos el fútbol de primera categoría. Un flamante Trofeo Ibérico acercaba a la ciudad a los grandes equipos del momento (Real Madrid, Barcelona, Atlético de Madrid, Benfica, Sporting de Lisboa, Estrella Roja, …y otros muchos), para deleite de los que sentíamos pasión por este deporte y para quienes desplazarse y ver en directo a equipos de esta talla resultaba casi imposible. Cuantas horas y partidos detrás de esos porteros que me apasionaban (qué podría decir mi mente de ese debutante Garcia Remón que volaba por el rectángulo para impedir que el Real Madrid no alcanzara el preciado trofeo), tanto como para siempre buscar esas localidades que si no permitían ver todo el espectáculo por completo, me llenaban simplemente por la cercanía de aquellos a quienes emulaba.

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       Las noches, cuando se podía respirar por la bajada de temperaturas, hacían protagonistas a los recintos naturales del Parque de la Legión que acogía a las programaciones que para sus socios hacían la Sociedad Hípica Lebrera o el Casino. Grandes artistas deleitaban a quienes podían soportar con sus economías pertenecer a estas comunidades. Los jóvenes que poco teníamos que aportar, éramos tremendamente felices acudiendo a ese Paseo de San Francisco que celebraba las verbenas populares, con los grupos musicales locales que deleitaban a los amigos y pandillas que buscábamos acercarnos a los primeros ligues serios de nuestra vida.

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           Con estos bellos recuerdos, afrontamos ahora en 2019 un nuevo año festivo. Siendo afortunados de seguir viéndolos, no queda más que desear felicidad, tanta como para también hacerlo extensivo a los que disfrutarán en las fiestas de sus localidades, porque con San Juan no hace más que comenzar una temporada de ferias y fiestas por otros territorios. Y para quienes se vean o puedan verse mermados en sus facultades, el grato recuerdo de unos momentos que al traerlos a la mente servirán para fortalecer la lucha que se esté batallando. Siempre está la mente que, si se quiere, es la que permite alcanzar la felicidad.

2 comentarios en “Ferias y Fiestas

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