No es la primera vez que relato una visita al vecino país de Portugal, por aquello de que sus encantos me llevan a acercarme con asiduidad a alguno de sus bellos rincones, repletos de historia como para deleitarse por las costumbres arraigadas que posee. En este caso, acudo a la zona norte, a esa ciudad llamada Oporto (Porto a secas para los portugueses), segunda de las grandes urbes portuguesas tras la capital lisboeta, con la que eternamente ha rivalizado. El refranero popular dice que “Lisboa se divierte, Coímbra estudia, Braga reza y Oporto trabaja”, detonante de la zona industrial que aquí se concentra.
No le falta razón a quienes preconizan que Oporto es uno de los destinos turísticos más apreciados de Europa occidental, por sus múltiples atracciones y el bullicio que envuelve sus calles y riberas. Con cierto aire británico que le viene desde que se asentaran en este lugar los comerciantes de vinos ingleses y que han dejado aquí su impronta. Ya en el plano de las dimensiones llama la atención. La altura de sus puentes que se alinean con la parte más elevada de la ciudad, y el profundo valle que surca el río Duero para amansar en el plácido océano Atlántico, son unos contrastes que embellecen la situación geográfica del lugar. Su centro histórico es impresionante, como denota que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996.
El primer paso que he podido dar lo es apreciando sus calles céntricas, con ese empedrado característico que permite adentrarse en sus numerosas callejuelas para divisar espléndidos balcones de hierro forjado y edificios monumentales, con esas paredes de algunas casas que incorporan sorprendentes y bellos azulejos, y entre tanto aparece casi por sorpresa un tranvía que repleto de personas va con la agonía propia de unos medios mecánicos que tienen solera, tanto como el vino que surge de esas bodegas asentadas en la margen izquierda del río Duero, tan espectacular como para no deparar en saborearlo cuando es menester, acompañando a una gastronomía (destaca para algunos las famosas francesinhas y los pasteles de nata) que potencia aún más la belleza del entorno y de su gente, siempre dispuesta a mostrar su exquisita educación, aun cuando lo mejor es no ir con prisas ya que lo principal es servir con el cuidadoso orden y meticulosidad que no se está dispuesto a alterar.
La Catedral es lugar de parada obligatoria, situada en el barrio de Batalha, en la parte más elevada de la ciudad, por lo que puede imaginarse que posee unas vistas espectaculares de todo el entorno y, especialmente, de la Ribeira de Oporto. Su origen se remonta al siglo XII, cuando comenzara a construirse conforme al estilo románico que predominaba en Europa, lo que hace que posea un aspecto exterior sobrio, propio de construcciones defensivas y no de un templo. En la fachada un rosetón denota este marcado carácter.
Pero los tiempos que continuaron hicieron que se incorporan algunos elementos góticos, como el claustro o la Capilla de San Juan Evangelista. Aunque no acabó ahí su fisonomía, porque en sucesivas reconstrucciones se añadieron muchos elementos que son propios del Barroco; la portada, las cúpulas, el Altar Mayor o el pórtico decorado con azulejos.
El mejor mirador de la ciudad va a ser, por esta ubicación, la plaza en la que se asienta la catedral. Desde aquí puede observarse el río Duero, Vila Nova de Gaia y su ribera repleta de bodegas. Al otro lado, el casco antiguo con sus edificios históricos y fachadas de colores. Y en el centro una columna (pelourinho), que nos hace recordar a los famosos rollos jurisdiccionales y picotas de los ajusticiados, pero que en este caso nunca fue utilizada para castigar a los reos, al ser colocada a mediados del siglo XX únicamente con el objetivo de servir de decoración a esta hermosa plaza.
La fachada principal se encuentra orientada al oeste y muestra dos torres cuadradas que flanquean la portada de 1772 a la que se accede mediante una escalera de dos tramos divergentes. El vano está flanqueado por dobles columnas dóricas que sustentan un friso de triglifos y metopas sobre el que se alza un frontón curvo partido por un pequeño balcón abalaustrado central con una hornacina que contiene una escultura del siglo XVIII de Nuestra Señora de la Asunción, patrona de la catedral, que queda justo debajo del rosetón medieval.
Junto a las puertas de entrada hay unas pilas de agua bendita del siglo XVII. Y lo primero que podemos observar es una pila bautismal seiscientista, que contiene un bajo relieve de Texeira Lopez (padre). El interior del templo es austero y con muy poca decoración, lo que te sorprende pues esperabas encontrar una mayor magnanimidad. Recuerda, sin duda, su nacimiento románico. Se estructura en gruesas columnas y arcos de medio punto con apenas decoración. El paseo por su interior nos permite encontrar imágenes como la de Nuestra Señora de Vandoma, la patrona de Oporto, entre otras que datan entre los siglos XIV y XVIII.
El contraste llega de la mano del claustro gótico decorado con azulejos blancos y azules que representan escenas del Cantar de los Cantares. En la terraza del claustro destacan cinco paneles de azulejos de Antonio Vital Rifarto de 1733-37 con escenas de la Vida de la Virgen y de Las Metamorfosis de Ovidio ubicadas en las alas sur y oeste.
Alrededor del patio se encuentran distintas estancias, como la Casa do Cabildo, del siglo XVIII, y con característica claramente manieristas, en la que se expone el tesoro de la catedral, compaginando escultura, orfebrería, libros y otros objetos litúrgicos.
El acceso al piso superior se hace a través de una escalera diseñada por el por el pintor y arquitecto Niccolo Nasoni, un artista de origen italiano que trabajó casi toda su vida en Portugal.
También llama la atención la galería lateral norte, abierta a la ciudad y en la que destacan sus reminiscencias serlianas y los elementos decorativos característicos de este periodo. Es obra realizada en 1736 por Nasoni.
En el exterior de la Catedral destaca igualmente una estatua realizada por el escultor Barata Feyo, que representa al conde Vimara Peres, un noble gallego que conquistó Oporto a los musulmanes en 866, durante el reinado de Alfonso III el Magno, monarca de Asturias, León y Galicia. La estatua fue realizada en bronce y se colocó sobre un pedestal de piedra en 1968.
Seguimos la visita a la ciudad y no es posible saltarse la Estación de Bento, una edificación construida a principios del siglo IX sobre los restos del antiguo convento de San Bento del Ave María. La entrada es señorial pero su joya más característica se encuentra en el hall de entrada, decorado con más de 20.000 azulejos en los que se retrata la historia de Portugal.
Proseguimos el paseo para llegar a la Plaza de la Libertad, una de las más importante de Oporto y que sirve de conexión entre las dos partes de la ciudad, la moderna y la antigua. Está ubicada en el corazón de la ciudad y en el centro destaca la estatua ecuestre del rey Pedro IV, un monumento de diez metros de altura hecho en bronce en el año 1862. En la escultura, el monarca muestra la Carta Constitucional al pueblo.
Desde la plaza sale una de las avenidas más relevantes, la llamada Avenida de los Aliados, donde se encuentran los mejores edificios de la ciudad, entre los cuales el Ayuntamiento con su torre de 70 metros. Por su belleza modernista merece referirse al edificio que alberga el famoso McDonald´s, con un toque que se asemeja a un antiguo café y que merece visitarse.
En las cercanías nos encontramos con otro elemento cuya visita no puede omitirse. Es la Iglesia y Torre de los Clérigos, de estilo barroco, construida por materiales tales como mármol y granito entre los años 1734 y 1763 por Nasoni por orden de la Hermandad de los Clérigos Pobres. Tiene 75,60 metros de altura y fue durante muchos años el edificio más alto de Portugal, y desde aquí las vistas a la ciudad de Oporto son espectaculares. Claro que hay que subir sus 240 escalones para llegar arriba, y durante el ascenso pueden verse las 49 campanas que tiene la torre.
Debo decir que no hice esta escalada, y no por falta de deseos. Simplemente que el día de mi visita tenía una climatología no apropiada, con una espesa niebla que impedía la visibilidad. No era menester el esfuerzo para no tener la recompensa de la vista espectacular que se dice existir desde su cúspide.
En los aledaños nos transportamos para seguir los pasos de Harry Potter. Aparece ante nosotros una librería con 114 años de antigüedad, la llamada Livraria Lello que es uno de los edificios más conocidos de Portugal por ser donde la escritora inglesa J.K. Rowling, que vivió allí a principios de la década de los 90 del siglo pasado, encontró parte de su inspiración para narrar la saga del archiconocido mago Harry Potter.
La fachada ya es llamativa, de estilo neogótico. Su interior es de una fantasía increíble, con decoraciones de madera tallada, vidrieras de colores azul, rojo y dorado, estanterías repletas de libros y una curiosa escalera central escarlata. La multitud de turistas que se agolpan a su entrada hace que su visita esté sometida al pago de 5 euros, canjeables en su caso en el valor que pueda tener alguna adquisición que se haga.
En fin, más arriba llegamos a la plaza de Gomes Teixeira, dando nombre al conocido matemático de la Universidad de Oporto. Se sitúa en el barrio de los Carmelitas, popularmente conocida como la Plaza de los Leones debido a la fuente que hay en el centro. Alrededor se encuentra el edificio del Rectorado de la Universidad de Oporto y la preciosa iglesia del Carmen, construida en el siglo XVIII y adosada a otra, la de los Carmelitas, antiguamente convento y hospital. La impresión que da es la de dos iglesias fundidas en una sola. Ambas son de estilo barroco, siendo más espectacular y recargada, casi rococó, la de las Carmelitas, que además presenta una interesante decoración exterior de azulejos, con la escena de la imposición del escapulario en el Monte Carmelo.
Otra forma de conocer Oporto lo es desde las aguas, acudiendo a uno de los cruceros que permite atravesar la ciudad y divisar los seis puentes que tiene. En 50 minutos se observa una preciosa panorámica de la ciudad, saltando con metáfora de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente. Parte desde la zona de la ribeira, contemplando desde un primer momento y justo enfrente las bodegas más famosas del vino de Porto.
El primero de los puentes que aparece en el recorrido es el Ponte de Dom Luis I, sin duda el más conocido de la ciudad, que por estar situado en la parte más céntrica de la ciudad es transitado a diario por miles de personas. Fue proyectado por el ingeniero Teófilo Seyring (discípulo de Gustave Eiffel), inaugurado en 1886, que tiene como seña de identidad el gran arco de hierro que cruza de un extremo a otro, y también tiene como característica poseer dos tableros, uno superior por el que cruza la línea amarilla del metro de Oporto, y otro inferior abierto al tráfico rodado. Los peatones pueden utilizar ambos pisos, aunque la espectacularidad del más elevado le hace destacar. Tiene una longitud de 385 metros.
El Puente do Infante está dedicado a Enrique el navegante, y es uno de los modernos puentes que cruzan el río Duero, cercano al anterior para descongestionar el resto de puentes que unen la ciudad de Oporto con Vilanova de Gaia. Fue construido cuando el piso superior del de Luis I se cerrara al tráfico para dejarlo al metro. Caracteriza este puente que está sin pilares.
Dos puentes ferroviarios son el de María Pía y el de Sao Joao. El primero tiene una estructura muy similar al de Luis I, por aquello de poseer un gran arco de hierro que une ambos extremos del puente, aunque solamente posee un piso. Es un puente anterior al de Luis I, inaugurado en 1877, pero también se atribuye a Seyring. Un puente ferroviario que prestó servicio hasta 1991 cuando fue inaugurado el puente más moderno que permite pasarlo con mayor velocidad y cargas, el Ponte Sao Joao, construido a muy pocos metros del anterior.
Alcanzamos después el Ponte do Freixo, situado en el extremo de la ciudad, que soporta bastante tráfico rodado para cruzar el río Duero. Se encuentra aguas arriba, en la zona más oriental de la ciudad.
En el otro extremo de la ciudad, al que llegamos tras dar la vuelta la embarcación, es el Ponte da Arrabida, con una longitud de 615 metros y una anchura de 27 metros, construido en 1963. Durante mucho tiempo tuvo la consideración del puente con mayor arco de hormigón del mundo.
De vuelta ya al muelle merece reparar en lo que parece ser una única ciudad pero que realmente envuelve dos, porque enfrente, con destino de los puentes, se encuentra Vila Nova de Gaia, otra ciudad portuguesa, en cuya orilla se alcanza la zona donde están situadas las bodegas en las que se elabora el famoso vino con denominación de origen de Oporto. Es casi obligado deleitarse con su famosa bebida, de intenso sabor y sedosa textura. Constituye la esencia del lugar porque tiene su historia que ha hecho de Oporto lo que es. Fue en el siglo XVII cuando los ingleses, debido a las guerras con Francia, encontraron grandes problemas para importar los vinos de Burdeos y buscaron alternativas. Portugal se convirtió así en el escenario perfecto por poseer una cultura vinícola y de esta manera tanto Oporto como la ribera del Duero se convirtieron en focos de producción que hizo que el vino de Oporto se confirmara como uno de los más preciados de todo el mundo.
Acudir a una de estas numerosas bodegas y saborear una deliciosa cata es algo consustancial a la estancia en el lugar.
Pero si la ciudad es conocida por sus vinos, por su gastronomía y por su centro histórico que es Patrimonio Mundial de la Unesco, no puede dejarse atrás aquellos locales con historia en los que durante años se ha desarrollado la vida cotidiana de la ciudad como son los cafés históricos. Auténticos centros de ocio y cultura que han resistido el paso de los años y que han visto pasar por sus mesas a todo tipo de artistas y hoy en día siguen manteniendo su magia y son arteria central de la vida la ciudad.
Entre ellos se encuentra el Café Majestic, obra del arquitecto João Queiroz, que data de 1921, situado en la Rua Santa Catarina, una avenida peatonal de comercio y paseo de la sociedad, que en 1983 obtuvo la declaración de Edificio de Interés Público. En su interior, de planta rectangular, reina el lenguaje Art Nouveau. Aquí fue donde J.K. Rowling pasó muchos ratos escribiendo su primer libro «Harry Potter y la Piedra Filosofal«.
La estancia en Oporto hace que se dedique un día a visitar las cercanas localidades de Braga y Guimarães, a las que me referiré brevemente.
Braga es la tercera ciudad más grande de Portugal, lo que hace que cuente con los beneficios de una gran urbe y, además, combina historia y cultura como atracciones turísticas. El espíritu religioso que reina en este entorno lo es por las numerosas iglesias que tiene, con la permanente cacofonía del repicar de las campanas.
Aquí se encuentra la catedral más antigua de Portugal, que comenzó a construirse durante el año 1070, para durar todo un siglo hasta culminarse. Es uno de los mejores ejemplos de arte románico del país, aunque también tiene elementos góticos, manuelinos (en su recubrimiento) y barrocos (en sus magníficos adornos). De su exterior hay que destacar sus torres de estilo manuelino, y el tejado, realizado por João Castilho.
Además de ser una ciudad interesante de explorar, también en sus cercanías (a 5 kilómetros) encontramos uno de los mejores monumentos del norte de Portugal, la iglesia de Bom Jesus do Monte, con su famosa escalinata barroca que representa el ascenso a los cielos.
Guimarães, por su parte, es una encantadora ciudad que es considerada como el lugar del nacimiento de Portugal, en parte porque aquí se encontraba el centro administrativo del Condado Portucalense, de Enrique de Borgoña y aquí nació su hijo Afonso I de Portugal, que luego sería el primer rey de Portugal. También fue aquí donde se libró la Batalla de San Mamede, en la que se encontraron las fuerzas del Condado Portucalense y el Reino de Galicia, que culminó con la victoria de Alfonso Enriques o Alfonso I de Portugal.
La gran atracción se encuentra en el Castillo medieval de Guimarães que es considerado como una de las Maravillas de Portugal. Su creación comenzó gracias a las órdenes de la condesa Muniadona Díaz durante el siglo X y fue restaurado más adelante por Enrique de Borgoña. Ocupa un lugar especial en el corazón de los portugueses por su relación con las luchas de independencia del país.
Junto al Castillo se encuentra el Palacio de los duques de Braganza, de estilo borgoñés y con una parte convertida en museo. También sirve para la realización de eventos oficiales del gobierno portugués y como residencia para el presidente de Portugal cuando visita el norte del país.
Ya en el centro histórico se encuentra el Largo da Oliveira o Praça da Oliveira, alrededor de la cual se puede divisar el antiguo palacio del ayuntamiento, los antiguos balcones de las casas que rodean la plaza, la iglesia de Nuestra Señora de la Oliveira y el Padrão do Salado, este último es un Monumento Nacional que conmemora la victoria en la Batalla del Salado, disputa en la que Castilla y Portugal juntaron fuerza y derrotaron a los benimerines.
Otra plaza que merece una visita es la vecina a la anterior, la Praça de São Tiago, con bonitos balcones y terrazas donde sentarse a comer o tomar algo.
Esta ha sido la estancia de cuatro días que me ha permitido apreciar parte de los grandes tesoros que se encuentran en Portugal, lugares bellos y con historia que seguiré recorriendo -y relatando- en cuanto tenga ocasión.
¡Mira que he estado veces en Oporto y en las ciudades de sus alrededores!, pero después de leerte tendré que volver una vez más para mirarlo todo desde esta nueva perspectiva que obtiene al hacerlo.
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Estupendo Ángel. Hay que visitar los sitios varías veces para conocerlos en profundidad. Seguro que me quedo muchas más cosas sin referir para una nueva visita. Gracias por tu comentario. Un saludo
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