Llegó 2021, ese año considerado como de la esperanza tras el turbulento precedente de otro que tendrá nombre como para ser recordado entre los más trágicos vividos por la humanidad. Un nuevo año con doce puertas abiertas y 365 pasos que dar, en el que se ha depositado la confianza para que aquello que se concibe como normalidad -nueva para algunos progres y vieja para los que añoran lo que éramos- pueda presidir nuestras vidas, nuestra relación, nuestro devenir de lo cotidiano. Ojalá pueda transcurrir como deseamos, porque si algo preside nuestras vidas es la de hacerlo con la libertad de soñar, con la profundidad y sentido que queramos, deseemos o añoremos. Son, sin duda, tiempos para soñar.
Para una gran mayoría todo ha comenzado con esas uvas tomadas casi en silencio, con menos bullicio que los de antaño, y un brindis sosegado. En el transcurso de esos pequeños intervalos entre campanada y campanada, fluía en nuestra perspectiva interna el recuerdo de quienes no están, familiares, amigos y desconocidos, unos por designio de la ley natural que marca la vida y otros por la virulencia de un ataque producido por sorpresa; el temor de lo presente, de esos llamados brotes que repuntan para seguir produciendo daños, y esa voz que retumba en nuestras mentes pidiendo calma, prudencia, que nada hay que celebrar; el flash de lo pasado, de nuestro tránsito, de cuanto ha acontecido y las personas que han estado presentes. Finalmente, se ha atravesado la primera puerta con límite en el tiempo de contacto humano, para dar el paso inicial en silencio y comenzar una nueva aventura de la vida, con la incógnita de saber qué pueda depararnos el día a día.

No han abundado las grandilocuencias de esas felicitaciones de años anteriores, o al menos yo no lo he sentido, porque era difícil escribir o decir palabras que, aun siendo de sana costumbre, ahora parecían como fuera de lugar. Más apropiado resultaba recibir esperanzadoras muestras de deseos humanos de querer abrazar, acompañar, reír y compartir experiencias. Y, más que nunca, la palabra salud no se ponía o decía por mera repetición de lo acostumbrado. Salud y amor son estallidos de un deseo humano que ha dejado apartado otros designios materialistas.
La esperanza brota con las primeras vacunas, para soñar que esto va a pasar pronto. Muchos deseosos de ser vacunados y otros tantos desconfiados de su resultado. No es para menos, porque junto al miedo de verse contagiado está el otro miedo de no saber qué deparara esta visita a nuestros interiores. Todo es comprensible. Estos miedos son propios de la incertidumbre de lo que nos está pasando. Tampoco parece aconsejable convertir en héroes a los que deciden ponerse la vacuna y villanos a los que quieran conservar su propia voluntad de decidir en los momentos críticos de la vida. No me convencen las muestras de enfrentamiento y división porque eso ya es una constante que, por vividas, son exponentes del nefasto resultado que producen. Mejor tener presente el respeto, a los demás y a nosotros mismos.

Soñamos más que nunca con la libertad. Por algo será. Bien parece que los tiempos que corren imponen posturas gubernativas un tanto dictatoriales, restrictivas de la libertad de movimiento y de la capacidad de decisión. Las normas imperativas afloran con una intensidad inusitada. Límites perimetrales, toques de queda, capacidad máxima de acercamiento entre humanos, son muestras de todo un arsenal de medidas que, producidas ya, alteradas una y otra vez en distintos lugares, o pendientes de implantar, buscan controlar el contagio para hacer mella en esos derechos que considerábamos infranqueables. Y eso hace que junto a los que obedecen a pies juntillas, con mayor o menor repulsa verbal, surjan otros movimientos más radicales de los que no están dispuestos a verse privados de lo que consideran su contemplativo modus vivendi. Los disturbios, las protestas callejeras parece que no han hecho más que empezar, junto a una rebeldía que ya ha podido advertirse en estas fiestas navideñas llenas de contravenciones y de juerga propiciada por grupos de jóvenes y no tan jóvenes que se acercaban a través de las redes sociales para ocupar, sin vocación de permanencia, locales comerciales abandonados o semiabandonados, y colmar así sus deseos de afronta a la pandemia… y a la policía. Cuando no por el alquiler de lugares apropiados para organizar encuentros de personas dispuestas a no renunciar a su desenfrenada pasión festiva. Parece inaudito pero son tan reales como tantas otras cosas que los momentos presentes nos aportan. Total, lo que se nos dice una y otra vez es que son los mayores los que caen en esta guerra sin cuartel, por lo que ninguno de estos atrevidos considera que pueda afectarle la situación.
El año nuevo también va a exigir otros pasos. El de cosas que están ahí tan pendientes como vivas. Los problemas internos de una nación española que ya no se sabe cómo podrá mantener sus lazos de unión. Facilitando y dando prebendas no parece que pueda conducir a solucionar definitivamente el problema porque pedir y exigir es todo un paso preceptivo al independentismo que preconizan, sin ningún tipo de reparo, grupos radicales de ciertas zonas del territorio. Oigo, sin contravención gubernativa, cómo dirigentes extremistas anuncian que acudir a Madrid no es más que un medio necesario para consagrar la república independiente en su ámbito. Y de este modo, podemos advertir que el telón se abre una y otra vez para debatir y poner en entredicho el modelo de estado presente en nuestra Carta magna, y llevarnos a ese que quieren conducirnos los que aprovechan estos instantes de locura.
Qué decir de esos movimientos migratorios auspiciados por mafias incontroladas. Una asignatura pendiente para la Unión Europea y que parece no encontrar soluciones satisfactorias. Tan presente en nuestra realidad como para poner los pelos de punta. Gente que llega y se apresura a integrar asociacionismos reivindicativos de todo tipo. El ser humanos y solidarios es una conveniente necesidad, pero convertir las naciones en pasos incontrolados es un peligro tan evidente como para no tomarse a la ligera estas manifestaciones populares. Y menos cuando, lamentablemente, se utiliza políticamente por los desaprensivos para obtener turbias ventajas electorales.

Si los tiempos más cercanos propiciaban el aumento de una sociedad abierta y unida, con claras muestras de una mejor calidad de vida, cultural y física, hoy se adoptan otras medidas que, para evitar el contagio, alejan a las personas. El teletrabajo, tan buscado y deseado cuando no se tenía, es ahora puesto en entredicho por quienes ven que el sedentarismo y otros resultados estresantes surgen por esta metodología laboral. Cómo resultará su aplicación es otra clara perspectiva que se divisa en este nuevo año.
Cierto es que tener trabajo y poderlo ejercitar, cualquiera que sea el modo de hacerlo, es todo un éxito en una sociedad tocada por el infortunio. Llega ahora la crisis económica, lógica consecuencia del parón producido y de las secuelas de un mal universal. No hay que pensar mucho para saber que el paro va a estar muy presente, con perjuicios ostensibles hacia muchas familias. La hostelería viene padeciendo la mayor crueldad de quienes se empeñan en hacerlos los mártires del momento, en contradicción con las grandes superficies en los que la masificación es altamente visible. Cómo caminaremos entre tanto desasosiego es una incógnita difícil de solventar ahora, mucho más cuando la confianza se está perdiendo hasta límites inusitados. Quien quiera ver una pradera florida y quiera hacerlo creer no estará haciendo otra cosa que vender humo. Prefiero que se digan las cosas a las claras, porque cuando se dicen las verdades se reacciona mejor y se actúa con cordura. Mejor remar sabiendo el ajetreo que mueve la embarcación, que hacerlo con la confianza de creer que no pasa nada, o que ya pasó el vendaval.
En todo este laberinto no queda ausente la banca. Esos torbellinos que te están haciendo el favor de guardar los caudales y que no paran en buscar fórmulas para ir restando sumas: por reintegros, por ingresos, por transferencias, por gestión administrativa…., a modo de ladronzuelos que te asaltan en el camino. Aprovecharse de los débiles está siendo una constante, y no son pocos los que ya claman ayuda a unos poderes que viven muy de espaldas a los ciudadanos para enfrascarse en acaloradas discusiones públicas entre ellos y que lo único que consiguen es acabar con la paciencia de los que, una y otra vez, nos sentimos defraudados.

Sí, llegó el esperanzador 2021, aun cuando parecen divisarse puertas y pasos por terrenos pantanosos. Bien merece que transitemos con mucha cautela. Esperanzados pero sin olvidar. Porque quien crea que los peligros que vivimos están regidos por el calendario, que desaparecen con el simple paso de hoja del almanaque, no dejan de ser unos ingenuos a los que conviene darles el pellizco que, sin impedirles soñar, si les haga tener una somnolencia tan profunda como para nublar la realidad presente. Todo se andará y lo iremos viendo conforme vayan despejándose la espesa niebla que inunda el camino desde el mismo instante de penetrar en este nuevo año. Sigamos abriendo puertas y caminando por este esperanzador año.