Hacía infinidad de tiempo que no me sumaba a esos ciudadanos que cada día aprovechan los medios públicos urbanos para desplazarse por el interior de la urbe. Con el vehículo particular, mis preferencias las tenía por la comodidad que pudiera suponerme este medio propio, y cuando no, simplemente hacía uso de mis piernas para caminar, cualquiera que pudiera ser la distancia que en la ciudad tuviera que recorrer. El caso es que en estos momentos, teniendo el vehículo en revisión y una lesión pasajera que me impide caminar, me he propuesto subir a ese autobús urbano para cubrir el trayecto que me llevara a la recogida del vehículo.
Y si esto puede que no merezca más comentario, por lo que de normalidad pudiera tener, no me resisto a entrar en detalle de la experiencia. Por lo pronto, creía que aprovechar este medio podía ser distraído y hasta cierto punto turístico, divisando aspectos y lugares de mi ciudad en los que no reparas cuando pasas con la rapidez que exige cubrir horarios en el día a día. Sin disponer de asiento por el número de ocupantes, me afané por agarrarme a una de esas barras que permiten mantener el equilibrio en movimiento. Hele aquí como pude comprobar que la hábil conductora no estaba dispuesta a retrasar la previsión de cobertura del trayecto, de modo que aquello que me proponía fuera un cómodo paseo se convertía en una inusitada carrera que hacía tambalear a todos cuantos íbamos en el interior. Verme agarrado a la barra era tanto como divisar un mandril por las ramas de los árboles. Pensé que si ese ejercicio se repitiera con asiduidad la musculatura se vería muy fortalecida. Pero ahora me cogía desentrenado y aunque pudiera parecer exagerado, me produjo un cierto estupor. Temor a la velocidad de los grandes.
Entre constantes movimientos laterales, tanto más acusados cuando se trataba de giros en calles y entradas a zonas de paradas, no faltaban otras cuestiones dignar de resaltar en el interior. Aparecen así esos grupos de ciudadanos que por su asiduidad en mantener el mismo trayecto llegan a conocerse tanto como para mantener conversaciones abiertas y en tono apropiado para que los receptores fuéramos todos, facilitando así el verse inmerso en temas que pueden hacerte reír -o llorar-. Otros, propios del gremio estudiantil, daban peroratas sobre la jornada y las diversiones que se montaban en sus momentos de jolgorio. Entre unos y otros estaban los que con gesto de circunstancia mantenían su pasividad atentos a la parada esperada. Aunque pudiera dar la impresión que fuera un tanto chismoso por estar metiéndome donde no debía, lo cierto es que si estaba de lleno involucrado en este conglomerado informativo y visual lo era por imposición sonora y no por voluntad propia. Solo los jóvenes que llevan sus orejeras musicales podrían verse abstraídos en parte de lo que ocurría.

Así discurría el trayecto. Viendo a los que suben y bajan, esas valientes madres que transitan con sus niños en cochecitos de bebé o en brazo, los necesitados de medios para caminar, las personas mayores. Todos conforman un decorado urbano que permite una cierta distracción entre parada y parada hasta que por algún instante te veías aprisionado entre los ocupantes, con la mascarilla puesta y el miedo metido en el cuerpo por lo que allí pudiera estar pululando invisiblemente. Algunos incluso conseguían leer algún libro, lo cual me resultaba llamativo pero que daba fe de la adaptación al medio que tenían los interesados.
No faltó algún que otro sobresalto por el acusado frenazo de la fitipaldi del volante, que si te cogía un tanto desprevenido podías acabar arrasando al vecindario. El poblado vehículo me sorprendía por la contumaz naturalidad con la que llevaba el asunto. Mi congojo aventurero duró unos veinte minutos hasta llegar al punto de destino, aunque debo decir que me pareció una eternidad.
Salí del apasionado viaje para pararme en seco y estar un buen rato respirando en profundidad para quitar el sofoco y la tensión vivida. Me parece que esto de los medios públicos está muy bien pero precisa acostumbrarse a ello. Lo asumo como experiencia y como facilidad para el desplazamiento, pero lo tomaré con la cautela oportuna, no vaya a ser que esta subida de adrenalina pudiera sumirme en el vicio de la aventura busera.