Qué caprichosas son las estaciones anuales que, cada una con su peculiaridad y vividas de forma muy diferente según sea la situación geográfica que se tenga en un mismo entorno, nos hacen estar insatisfechos con todas ellas por no alcanzar ninguna ese grado óptimo deseado. Sea como fuere, cada una de ellas aparece presidida por una imagen y vivencia que parece ser de general aceptación, aunque no faltan sorpresas como para que los vaticinios caigan para año tras año aparecer esos estadísticos que nos hablan de tantos y tantos años que hacía que no se producía lo que se estaba viviendo. Como en las olimpiadas, vamos siempre superando las marcas preexistentes. No es de extrañar que Las cuatro estaciones de Vivaldi mantengan siempre viva su sonoridad para aparecer como algo más que una mera muestra musical de la idea de lo que es y representa la naturaleza.
Estamos ahora en un verano que rompe moldes. De los que no solo tenemos que acostumbrarnos a vivirlo con la mejor de la predisposición posible, sino también para hacernos pensar de lo que puede estar ocurriendo para que el mundo parezca tambalearse en todo lo que le concierne. La mano del hombre bien parece que tiene algo que ver con todo ello y lo del cambio climático y la incidencia en lo que puede estar ocurriendo nos debería hacer pensar en algo más que quitarnos la corbata o en apagar las luces de los escaparates.
El verano de 2022 lo vamos a recordar por la crudeza que está haciendo mella en la vivencia humana. Si la guerra sin sentido, las afecciones insalubres o las llamas arrasadoras sesgan y queman nuestras vidas y medios, no parece que vengan a constituir meros infortunios causales y temporales, sino más bien –y por desgracia- preludios de algo más catastrófico que nos estamos buscando. Con pensar en las vacaciones y el disfrute, dejando de la mano de los desgobiernos el futuro de lo que pueda acontecer, no parece que estemos haciendo otra cosa que una dejación para convertir en un mundo desolado el futuro que tengan que vivir los que nos sigan. Una herencia maldita de los que vivimos el momento con la profusión que podemos, para jolgorio propio y de nuestra venturosa vida.
El verano de este año tiene tendida una mano maldita, acusatoria y premonitoria de un otoño que dejará caer algo más que las hojas de los árboles. En nuestros refugios veraniegos soportamos las altas temperaturas, inauditas por su mantenimiento en toda la estación, con pocas llamadas al orden para lo que pueda acercarse, porque la lucha enconada no es colectiva, sino atinente a la parcela que quieran mantener los que nos envuelven un día sí y otro también con exculpas propias y acusaciones a quien en la lejanía empuja en parte al desequilibrio. A mí no me basta ni encuentro consuelo con mirar y acusar a una Rusia impertérrita, una China que se deja ver, una Corea del Norte con aficiones armamentísticas, unos americanos desafiantes, y observar como acaece una Europa tambaleante, porque lo que intento entender es cómo estando a las puertas del debacle nos sintamos acomodados en nuestro día playero, dicho sea no con crítica hacia los que merecidamente aprovechan estos días para aflojar la calenturienta mente que se alcanza con la temperatura y con el insulto a la inteligencia que nos propinan nuestros gobernantes, sino como símil que pretende hacer ver que no cabe descanso alguno para afrontar la batalla que estamos viviendo.
El verano de 2022 lo recordaremos por el infortunio de las subidas, por llegar a alcanzar precios inusitados en la electricidad, el gas, y de ahí a todo producto que precisamos para nuestra supervivencia. Todo esfuerzo es poco para que nuestras economías no toquen fondo, pero llega un momento que estirar el chicle no es posible. Vivir la vida, el bienestar social, y otras milongas son los mensajes que dan quienes se mueven en el mundo de la pandereta, del jolgorio, de los, las, les, y otras puñetas, enardecidos por el discurso de la vagancia, de los que miran de lado a la realidad que aflora. Seguir esta estela disuasoria y bienhechora gratuita no hace otra cosa que empujar para acercarnos cada vez con mayor intensidad al desbarajuste social.

Mal camino llevamos si seguimos riendo las gracias, sacando chistes a cual más ingenioso con las caricaturas de los imprudentes, porque el sofoco que ahora tenemos con el verano para recordar, será un caramelo para lo que pueda venir, no por deseo personal que bien me gustaría no viera cumplido el mal fario, sino por mero cotejo de lo que muestran las piezas en el tablero del juego un tanto peligroso que estamos siguiendo.
Con las persianas bajas y el aire acondicionado apagado, un abanico y un botijo intentan calmar mi ansiedad. Que cunda el merecido descanso pero sin dejar de lado lo que estamos viviendo. Porque el otoño tiene fecha cierta de presencia. A saber el desvarío que nos depara.