A los amantes de la naturaleza y, como dijera el poeta, de abrir caminos al andar, descubrir senderos nuevos y hacerlo acompañado de buenos amigos es un verdadero placer. Durante mi estancia en Santo Domingo de Silos (Burgos) no he resistido ver que había más allá de ese montículo que divisabas desde la estancia física del monasterio de Silos.
El empuje definitivo vino de Mario, otro peregrino de la vida como yo, amante de la naturaleza y de buen trato y corazón, condiciones que hacen que sea un perfecto compañero para la aventura que ahora nos proponemos y que no es otra que seguir la estela de un sendero que lleve a la aldea de Peñacoba.

Partimos de ese precioso pueblo que es Santo Domingo de Silos, que se encuentra protegido por la impresionante sierra de Carazo a un lado y por los montes de Cervera a otro, formando una garganta de increíble belleza donde se asienta la villa, con la presencia del río Mataviejas, afluente del Arlanza. En las casonas de Silos se aprecia la calidad de sus materiales y la armonía con la que está edificado el pueblo, formando un conjunto que enamora a cuantos lo visitamos. En el núcleo urbano puede advertirse aún los restos de una muralla del siglo XII.




La salida que hacemos encuentra pronto el primer obstáculo de subida por la peña de Cervera que con pedrisco te hace romper a sudar, aun cuando las temperaturas son bajas por estos lares y en estas fechas.

En la empinada cuesta tropiezas con la ermita de la Virgen del Camino y, un poco más arriba, una imagen de esta virgen que mira hacia los bajos, a la hermosa explanada que conforma el pueblo y su entorno.



Seguimos subiendo hasta llegar a lo más alto. El paisaje de esta zona es de una extraordinaria belleza, producto de una laberíntica sucesión de estructuras plegadas de origen calizo sobre la que crecen los mayores sabinares del mundo y en los que se refugia una abundante y variada población de aves rapaces. No pasan desapercibida a la vista los vestigios del reciente incendio que asoló esta zona durante el pasado verano, en una lamentable imagen que hace pensar en el terror que supondría en esos tristes momentos de desastre ecológico.




El trayecto nos lleva a divisar un cúmulo de piedras que se nota producido artificialmente. Un letrero nos ilustra: se trata del conocido como Moreco del Santo –también denominado Berrocal del Santo-, emplazado en este antiguo camino de Santo Domingo de Silos a Peñacoba y que constituye un llamativo túmulo formado por pequeñas piedras, con unos tres metros de alto y diez de diámetro. Tienen un origen curioso: se encuentra en la devota costumbre que tenían los caminantes de besar una piedra y arrojarla al lugar en el que se detuvieron los porteadores que transportaban la urna con las reliquias de Santo Domingo en el regreso a su monasterio. Tengamos presente que los restos del santo fueron puestos a buen recaudo en 1808, durante la Guerra de la Independencia, por temor al saqueo de las tropas francesas. Seguimos la costumbre y tras el beso a una de las piedras las arrojamos al conjunto.

Avanzamos después por un terreno más llano, en las laderas del desfiladero que se produce por el modesto arroyo de Peñacoba, que ya nos acompañará en buena parte del resto del itinerario. Un precioso paisaje que hace resonar en los oídos ese lento discurrir de las aguas. Toda una delicia para la deseada paz que buscamos y aquí se respira por todos lados.




Tras llegar a la carretera nos acercamos a la aldea de Peñacoba, mostrando en su entrada un merendero con la pared que incorpora, en pintura, la vista aérea de esta pequeña población de apenas 43 habitantes. Destaca la iglesia de Santa María del Cerro, que no tiene estilo definido, aunque puede considerarse románico; su portada es clasicista con pilastras, frontón y remate de cruz. Una torre cuadrada con dos campanas coronan el templo.





Peñacoba es una pequeña aldea que hoy aparece de incógnito pero que en tiempos fue famosa por ser propiedad de Rodrigo Díaz de Vivar, el afamado Cid Campeador, y su esposa doña Jimena. Así lo prueba el documento fechado el 12 de mayo de 1076, existente en el monasterio de San Pedro de Cardeña, por el que el Cid y su esposa donan al abad Fortunio y al monasterio de Santo Domingo de Silos los bienes que, heredados de sus padres, poseían en Peñacoba y en la desaparecida Frescinosa. Con esa generosa entrega quisieron contribuir a la iluminación de la iglesia, al cuidado y manutención de los devotos que llegaban peregrinando al cenobio de los monjes silenses.
Culminamos así el camino de ida que retomamos de regreso para así apreciar esta bella ruta con aproximadamente unos doce kilómetros totales.
El descanso no puede hacerse de mejor manera que saboreando uno de esos vinos que por estos lares de la Ribera de Arlanza homenajean al centro de atracción de Santo Domingo de Silos. Alma Silense tiene un nombre apropiado, y su alcance llega hasta la Universidad de Oxford como nos comenta y prueba David, su distribuidor, persona vinculada a este lugar y con el arraigo propio de su nada desdeñable atención al monasterio y a sus monjes.

Excelente tu ruta, bellas fotos y buen vino, felicidades.
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Agradecido. Un cordial saludo.
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Lo dicho, me gusta, pero en lugar de besar la piedra, besaría la botella de vino, je je…
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Buena precisión. Un cordial saludo.
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Envidia sana. Sabes cuánto me atraía la idea de hacer la ruta. Mis limitaciones físicas, debidas a mi edad, me hicieron desistir.
No obstante la idea sigue viva y con una preparación suficiente y buena compañía…
La ilusión es lo último que se pierde.
Gracias por tu excelente reportaje.
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Gracias por el comentario. Las ilusiones hacen coger fuerza y siempre será grato aunque sea dar un paseo pues, como bien dices, la compañía es lo importante. Un abrazo.
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