Tiempo de romerías

           La llegada de la primavera y el buen tiempo lleva a que prolifere una fiesta tradicional concebida con el nombre de romería y que, aunque vinculada históricamente a lo religioso, realmente tiene un alcance que aúna a todos los vecinos de pueblos y localidades para pasar unos momentos de disfrute y alegría con sabor a naturaleza. Por formar parte consustancial de la cultura y el patrimonio etnográfico de nuestros pueblos, las romerías constituyen un recurso para el desarrollo, gracias al atractivo turístico que igualmente tiene.

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Romería como sinónimo de peregrinación

          La palabra romería proviene de «romero», un nombre que designa a los peregrinos que se dirigen a Roma y, por extensión, a cualquier santuario. La tradición es antiquísima, y nos podemos remontar al «Edicto de Milán«, promulgado en el año 313 d.C., en el que se permitía la libertad de culto en el Imperio Romano y, por tanto, se dejaba de perseguir a los cristianos. Al ser Roma el epicentro del catolicismo, muchas fueron las personas que peregrinaban hasta allí desde diversos puntos de Europa y Oriente Próximo tras haber sido evangelizadas. Nacieron así los «romeros» y, por ello mismo, la «romería», como término que aglutinaba a la peregrinación producida.

         El tiempo permitió que se utilizara este vocablo para todo viaje o peregrinación que tenía lugar a un lugar sagrado, y también los judíos se reunían o iban en peregrinación al lugar en que se hallaba el tabernáculo, y desde el tercer siglo de nuestra era, los cristianos participaron en romerías para visitar los sepulcros de los mártires. Y ahora, en los momentos actuales, se sigue celebrando un gran número de romerías en todas partes del mundo.

Romería como fenómeno de festejo popular

        Como fiesta popular que es, lleva a que esa peregrinación se haga en carros engalanados, carrozas, a caballo, o a pie, aunque los tiempos actuales permiten el uso de otros vehículos motorizados para dirigirse al santuario o ermita en la que se encuentra una Virgen o un santo patrón del lugar, que se sitúa normalmente en un paraje campestre o de montaña. Una canción de antaño de Víctor Manuel tenía por nombre «La romería» y era una clara exaltación a la raigambre de esta peregrinación en Asturias; «Van subiendo los mozos/con los corderos al hombro/sube la gente contenta a la fiesta del patrono…«. El viaje y el encuentro en el lugar del santuario o ermita sirve para generalizar un ambiente festivo en el que se come, bebe, canta y baila. En mi tierra, rodeados de encinas por todos lados y con la necesaria presencia de la tortilla de patatas y los filetes empanados. Antes acoplados bajo las encinas en mantas tendidas en el suelo y, ahora, con el típico mobiliario de camping.

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            Tan popular es el fenómeno que no ha faltado a lo largo de la historia su plasmación en obras pictóricas de los grandes, y que se mantiene con el fervor que ocasiona muchos de estos envites, como significativamente ocurre en el caso del Rocío en Huelva.

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          Este año se conmemora en Badajoz, el domingo 7 de mayo, el 450 aniversario de la fundación en 1367 de la romería de Bótoa, la más antigua de la ciudad y que merece mi relato por aquello de haber sido una vivencia de niño y familiar que no olvido y por hacerlo ahora de una forma diferente pero sin dejar de sentirla cercana. En ella se ensalza a la Virgen de Bótoa, que se ubica en la ermita que tiene a 17 kilómetros de la capital, en unos campos propios de la dehesa extremeña que la siembran de frondosas encinas, en las cercanías a las floridas riberas del Gévora. Una imagen que, como bien se dice, es posiblemente la más sencilla de todas la vírgenes que se veneran en España, pero que se proclama desde todos los tiempos, hace siglos, Reina de los campos, a la que se erige copatrona de Badajoz, un honor compartido con la Virgen de la Soledad.

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          Mucho se ha escrito sobre la Virgen de Bótoa para permitir que conozcamos algo más de lo que ahora se divisa, y al que fuera párroco de la Iglesia de San Fernando y Santa Isabel, de la que depende canónicamente el Santuario, y capellán de la ermita, el carismático Diego Barrena Gómez (fallecido en 2012 a la edad de 97 años) , nos dejó escrito un pequeño libro en el que se trata la historia de esta devoción, y de su influencia religiosa y social. A sus notas me encomiendo para extraer buena parte de lo que ahora relato.

          Y entre las figuras relevantes que igualmente sintieron predilección por este Santuario se encuentra la poetisa Carolina Coronado, que solía disfrutar de estancias puntuales en la ermita, quedando pruebas fehacientes de su presencia y adoración.

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         Los orígenes de esta devoción hay que situarlos en el año 1284. En la calzada romana que iba de Mérida a Lisboa, y en la confluencia del río Zapatón con la ribera del Albarragena, se situaba un pueblo romano que se llamaba Budua que, con el transcurso del tiempo se transformó en Botova, Bótoa para los cristianos desde el momento de ser conquistada la zona por Alfonso IX de León, en 1230.

Los orígenes están vinculados a una aparición misteriosa

          Se dice que aquí apareció una imagen de la Virgen a unos niños en una encina, cuyas bellotas presentan una rugosidad en la cáscara con la silueta de una imagen de la Virgen. Esta aparición a los niños, que no se sabe si eran portugueses o españoles teniendo en cuenta que los límites entre ambas naciones no estaban fijados, hizo que se realizara una rústica capilla con unos troncos de árboles y follajes del campo, y que conforme fue aumentando la devoción a la Virgen y los fieles acudían a visitarla, hubo necesidad de construirle una iglesia, en fecha que no sabe cuando fuera ni tampoco la arquitectura que tenía, aunque se piensa que fuera una nave alargada y muy sencilla, con unas dependencias laterales para el ermitaño y refugio para los necesitados que por allí pasasen.

Una ermita para la oración con muchas vicisitudes acaecidas en el tiempo

            El transcurso del tiempo hizo que la primitiva ermita sufriera deterioros importantes, y en la guerra mantenida con Portugal (1640), la ocuparon las tropas españolas para mantener la defensa contra los portugueses. La imagen de la Virgen fue trasladada a la catedral de Badajoz, en la que estuvo 28 años hasta que se hizo la paz. Se reconstruyó su casa y la Virgen volvía a su ermita el 14 de octubre de 1688.

           Un nuevo acontecimiento incidiría en la estancia de la Virgen. El terremoto de Lisboa de 1755 se sintió en Badajoz, y en este entorno afectó al arco toral y la bóveda de Bótoa, que quedaron amenazados de hundirse, y que necesitó su restauración, gracias a la donación de un devoto.

            Pero no quedaron aquí las circunstancias adversas, y los mayores daños estaban por venir. Fueron las tropas francesas las que, en la Guerra de la Independencia, ocasionaron graves e irreparables daños en la casa de la Virgen, quedando casi destruida. Durante este período, la Virgen estuvo nuevamente en Badajoz unos ocho años (1812-1820).

            Llegada la paz nuevamente a estos territorios, se plantea la necesidad de construir un nuevo templo. Hacerlo sobre las ruinas no parecía factible y se acordó la construcción de una nueva ermita más próxima a las vías de comunicación, y así se hizo a unos metros de la carretera de Badajoz a San Vicente. Esta es la actualmente existente, con las mejoras que posteriormente se han ido añadiendo.

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           Con todo, el Santuario no se vio libre del azote de la peste, y en 1833 se estableció un pequeño lazareto en la ermita donde unas 36 personas estuvieron aquí recluidas. La Virgen nuevamente viajaba a Badajoz,  regresando a la ermita una vez que pasó la epidemia y realizada la desinfección y unos pequeños arreglos.

           En 1886 se emprendió una gran reforma de la ermita, que había quedado pequeña. Se alargan los muros para dar más cabida al templo, se construye el coro, se le dota del pórtico de entrada y, en un lateral de la ermita y anexo a la sacristía, se construyó una vivienda para el capellán donde pudiera pernoctar sobre todo los sábados para celebrar la misa del domingo. A su vez se hicieron un par de habitaciones que los fieles podían usar para cumplir promesas o novenas a la Virgen, Y en el lateral izquierdo se levantó la vivienda del santero, acomodándola después con pequeñas modificaciones al estado actual.

Ermita de Bótoa

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            En 1915 se mejora la ermita con la instalación de pararrayos y, unos años después, en 1931, se sustituye el piso de madera por uno de baldosines, con el anagrama de la Virgen en azul y blanco. En el atrio, a los lados de la entrada de la iglesia se sitúan dos habitaciones, de las cuáles la de la izquierda se destina a la venta de los objetos religiosos y de recuerdo de esta festividad.

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       La iglesia es rectangular con bóveda de medio cañón. En el presbiterio se alza una cúpula sobre pechinas con pinturas en tono azul claro. Queda iluminado por dos ventanas a cada lado con vidrieras blancas y rojas. Un púlpito en el extremo del presbiterio y en el otro lado, una imagen de San Fernando donada en 1900 por Fernando Pocostales.

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           Preside la iglesia el altar con su retablo de mármoles portugueses de Borba, en el que se enmarca el camarín de la Virgen.

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       En 1943 llega a la ermita la talla de madera policromada de San Isidro Labrador, obra de Juan de Ávalos.

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           El último tramo de la ermita, sobre la puerta de entrada se encuentra el coro, y en el frontis un ojo de buey o rosetón con vidriera amarilla decorada con la rosa de los vientos, con cuatro de sus picos en color rosa y los otros cuatro en rojo, siendo el circulo central de color verde.

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            En el pórtico de entrada nos encontramos dos cuadros de azulejos, uno de la Virgen (donada por el Conde de la Oliva de Plasencia) y el otro de San Isidro Labrador (financiado por los Marqueses de Pilares). En el lateral de este mismo pórtico hay varias lápidas.

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La imagen de la Virgen como Reina de los Campos

            La imagen actual de la Virgen no es la de antaño. Una primera talla era en rústica madera, con el niño en brazos, y que con el transcurso del tiempo se deterioró de tal modo que se precisó una nueva imagen, realizada en 1713, en cuyo interior conserva los restos de la primitiva imagen. Aunque en principio se desconocía su autoría, una reciente restauración producida en el año 2012, en los talleres de Isaac Navarrete, en Jerez de la Frontera, sacó a la luz un documento -del tamaño de una cuartilla y alojado en una oquedad abierta en la espalda de la virgen- en el que figura el nombre del escultor de esta talla. «En el año de 1713 Por setiembre me hizo Miguel Sánchez Taramas, Rueguen a Dios Por las animas y por la suyas es Ntra Señora de la encarnacion de Botoba».

            La preciosa imagen que hoy se venera es la de vestir, en la que sólo la cabeza, los brazos y las manos son de talla. El resto suele ser madera sin tallar. La figura tiene 1,50 metros de altura. Un detalle preciso y descriptivo de la figura fue realizado por Mª Dolores Gómez Tejedor, archivera del Ayuntamiento de Badajoz, en su obra «La Virgen de Bótoa: semblanza de Badajoz a través de un culto» (1989). Particularmente destaco la humildad que preside su dotación, en la que una pamela sobre su cabeza -de paja blanca con amapolas y margaritas- le hace sentir y adecuar su figura a la dehesa que le rodea. Posee tres mantos: uno de color rojo, otro blanco y uno azul.

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  El misterio de la encina de la aparición

         La encina que en las cercanías de la ermita se considera como la de aparición, sobrevive al tiempo (a los siglos) con gallardía, y pocas son las bellotas que ahora puede ofrecer con esa característica rugosidad que emula la silueta de la Virgen. La poetisa Carolina Coronado, en ese poema que antes refería, lo concluye así:

«La encina desde aquel día/muestra en su capa sombría/cada bellota sagrada/con la imagen de María/en su corteza labrada.» (La encina de Bótoa).

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  Una Virgen permanente en movimiento con motivo de las rogatorias

          En la historia de Badajoz han estado muy presentes las rogativas a la Virgen de Bótoa. Era muy raro el año que la Virgen no era trasladada a Badajoz para pedirle el agua que necesitaba el campo o implorarle su protección en las enfermedades o contra las plagas. Precisamente por estas circunstancias fue proclamada como Reina de los Campos. El traslado se producía por las Hermanas Lavanderas, esas mujeres humildes que iban a lavar a los ríos que pasan por las cercanías de la ermita, y que desde la segunda mitad del siglo XI se integran en la Hermandad y se encargaban no solo del traslado a la ciudad sino también en la procesión que se realiza el día de la festividad que la rememora. Todas vestidas por igual con bata negra, delantal y pañuelo azul marino, medias y zapatillas negras.

             Con el devenir del tiempo estas lavanderas ya no existen como tales, aunque la tradición ha ido transmitiéndose de madres a  hijas y su símbolo está muy presente cada vez que se celebra la romería.

lavanderas

   Dos días de festejo popular

       Efectivamente, esta romería tiene su reconocimiento en el entorno, y buena prueba de ello es que fuera declarada de Interés Turístico Nacional desde el año 1965. Una festividad que inicialmente se celebraba en los primeros domingos de Pascua. Pero desde mitad del siglo XX se estableció que la celebración fuera el primer domingo de mayo, y no se falta a la cita aunque los tiempos actuales hayan hecho perder el fervor tan popular como para que la ciudad quedara vacía para desplazarse al entorno de la ermita conjuntamente con los visitantes de localidades próximas y de la vecina Portugal. Eso sí, en los últimos tiempos, se contemplan también determinados actos el sábado previo, víspera de la gran fiesta, como es el fervoroso rosario de velas, que lleva a los romeros y devotos desde la ermita a la tradicional encina. Y la recepción de los peregrinos a pie, lo que hace que sea fácil advertir en el trayecto de Badajoz a Bótoa a grupos organizados de caminantes, cuando no de personas aisladas y personas montando a caballo que se acercan a la ermita. Las encinas empiezan igualmente a recibir a personas que se proponen pasar la velada en estos lugares.

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          El día grande se presenta con una multitud mayor que asiste desde el amanecer para no perder los álgidos momentos de la festividad. Tras la solemne función religiosa en honor de la Virgen tiene lugar la tradicional procesión de la imagen por los alrededores de la ermita. La Virgen aparece ataviada sobre un hermoso trono florido y sobre su cabeza destaca la singular pamela. Abren la marcha los grupos de caballistas con el pendón celeste de la Virgen a la cabeza. El paso, llevado por doce costaleros de promesa. Acompañan un variopinto cortejo: las lavanderas, las camareras de la Virgen, los grupos folklóricos locales y esas carrozas que con la humildad por bandera se presentan al concurso propiciado al efecto. En el recorrido el color está presente y los cánticos y danzas extremeñas se hacen notar para regocijo de los presentes. No falta esa llamada a ensalzar la imagen: ¡Viva la Virgen de Bótoa!

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         Al final del trayecto, cuando la Virgen vuelve a su ermita, se produce en el atrio una tradición constatada de subastar el ramo y rosario que porta la Virgen. Luego mantiene su presencia en el templo para la continua visita y besamanos de los fieles y devotos.

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             La jornada se ve impregnada de esa alegría propia de una romería. La gente se disemina por la pradera, charlan, cantan, bailan, se divierten, y degustan los productos típicos extremeños, las ricas chuletas, la tortilla de patatas, y una variedad de aperitivos que hacen de la jornada inolvidable.

            Al atardecer se inicia el regreso a los lugares de orígenes. Satisfacción por lo vivido y el fervoroso deseo de volver al año que viene.

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