Mérida y su Teatro Clásico

     Mérida, la localidad extremeña conocida por todos por el legado romano que representa, celebra este año 2017 una nueva edición de su Festival Internacional de Teatro Clásico, cumpliendo así el compromiso adquirido con la sociedad para que el entorno del Teatro Romano se convierta en el lugar carismático para una representación de esta índole.

      Debe decirse que este Festival es el que, de estas características, tiene una mayor antigüedad en España. Fue por el año 1933 cuando iniciaba su andadura, con la obra “Medea”, de Séneca, que interpretó la actriz Margarita Xirgu. Pero este arranque tuvo que verse interrumpido de continuidad al año siguiente por la situación política de España, de modo que hasta 19 años después, en el año 1953, no se reanudó con la representación de la obra “Fedra” del dramaturgo francés Jean Racine.

      En el año 1954 es cuando resurge en Mérida el teatro profesionalizado, con un joven Francisco Rabal que interpretó “Edipo”, de Sófocles. festival-internacional-de-teatro-de-merida-63Desde este instante la continuidad ha sido la tónica, con obras representadas anualmente en los meses de julio y agosto, hasta llegar a esta 63 edición que presenta siete obras teatrales, seis de ellas estrenos absolutos, y un concierto. La Orestíada, de Esquilo; Calígula, de Albert Camus; Troyanas, de Euripides, en versión de Alberto Conejero; Séneca, de Antonio Gala; La bella Helena, de Jacques Offenbach; La comedia de las mentiras, de Pep Anton Gómez y Sergi Pomemayer; y Viriato, de Florián Recio. La nota musical sonará a flamenco, fado y voces búlgaras.

         Este año he acudido a la llamada para presenciar in situ una obra de estas características y dejarme llevar por un entorno plácido donde los haya. Asistí a la obra “Troyanas” que mantiene por segundo día consecutivo un lleno total, con un Teatro que tiene capacidad para 3.000 espectadores. Personas llegadas de todos los lugares no quieren perderse este maravilloso evento, manteniendo un silencio sepulcral para escuchar unos diálogos bien montados y con una impresionante Aitana Sánchez-Gijón, que sentía el papel en sus entrañas y eso lo percibíamos los asistentes.

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       Los mitos griegos atraen a la sociedad. Puede advertirse en la pintura, en la literatura, y también, como no, en las representaciones teatrales. Las obras clásicas de las figuras míticas se mantienen y perduran en el tiempo, con el toque y nuevos rasgos que los que se atreven a adaptarlas lo hacen con acierto para que se sitúen en la sociedad que estamos viviendo.

        En esta ocasión la obra de Eurípides, escrita alrededor del año 415 a.C., es trasladada a la actualidad con la versión de Alberto Conejero, con un claro objetivo: acabar con el silencio de las víctimas de las guerras de todos los tiempos.  La dirección corre a cargo de Carme Portaceli.

        He de decir que, desde mi particular punto de vista, la puesta en escena me ha parecido un tanto desafortunada por aquello de que la gigante T que aparece vencida en el suelo, presidiendo la escena, como claro exponente del desastre acaecido en el hecho bélico de Troya, anula en parte el magnífico escenario central del Teatro Romano que, de esta forma, queda sumido en un segundo plano. Creo que con este entorno se podría haber mejorado esta faceta. Los relámpagos de luces mostraban escenas de guerras actuales, detonante de la búsqueda de ese trato que sigue persistiendo en el tiempo para las víctimas de las guerras. Impresionante el efecto que produce sobre el escenario la ciudad de Alepo destruida.

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         La escenografía, aunque con la parte negativa que a mi juicio tiene, no deja de cumplir el objetivo de remover conciencias cuando se superponen imágenes desgarradoras inmersas en el drama que crecía en su exposición para ofrecer impactantes visionados de víctimas y destrucción de ciudades. Una desgarradora voz de Aitana Sánchez Gijón, metida de lleno en el papel de Hécuba, la esposa de Príamo, el Rey de Troya, que grita desesperada por las mujeres que en la batalla han perdido a esposos, hijos y padres, y que serán sorteadas como botín de guerra una vez que los vencedores se lancen a su conquista y se convertirán en víctimas de su propia tragedia. Por el escenario deambulan, entre los muertos, Casandra (Miriam Iscla), Helena (Maggie Civantos), Andrómaca (Gabriela Flores), Polixena (Alba Flores), y Briseida (Pepa López).

        Tras estas manifestaciones aparece la pausada figura de Ernesto Alterio, que sumía su papel en Taltibio, un soldado griego enviado para dar mensajes agónicos de las decisiones de sus superiores. Su bondad interna no impedía cumplir con la misión encomendada, pues aunque apareciera esa decadencia del humano que ve frente a sí el dolor, se superpone con la altitud puntual de su voz para no encogerse ante la adversidad.

      El vestuario ha hecho dominar el gris en el movimiento de las intérpretes, en contraste con el blanco vestido de Políxena.

        El tema que subyace de fondo, sobre esa guerra de Troya que terminó con el desastre conocido, muestra la crueldad y humillación del ser humano cuando se trata de situaciones bélicas, aunque también su capacidad de resistencia para sobreponerse y avanzar. Un espíritu de universalidad que se muestra en el afán de trascender la época y el lugar en que se situó la Guerra de Troya para llegar a las consecuencias devastadoras de la guerra en la población civil, patente en esas proyecciones de las ruinas de Alepo, y el descaro de las frases: “Salvajes, alimentáis vuestro futuro con sangre de inocentes”. Y una atronadora virulencia para resistir: «Aguantarás para que el silencio no siga al crimen, para que la última palabra no sea de ellos, para que no se queden con toda la luz de este mundo».

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        Obra por tanto intencionada, objeto de críticas diversas, pero que sin duda hizo que cuando la pasión de Hécuba se hacía ver, las columnas del Teatro hacían retumbar su fuerza, intimando al espectador y su conciencia. Aitana, convertida en una Hécuba fuerte, pone su voz a merced de millones de mujeres que, hoy, en el siglo XXI, abandonan su patria devastada por las bombas y se aferran a la vida junto a las alambradas de los campos de refugiados. Como dice la propia intérprete “Ella [Hécuba], con un texto certero, poético y maravilloso, representa el sentido de la justicia, la moral y la ética aferrándose a la vida para seguir adelante paso a paso”.

2 comentarios en “Mérida y su Teatro Clásico

  1. Me ha encantado tu entrada.Tuve la suerte de ver a Constantino Romero y Emilio Gutiérrez Caba, en el año 2004 representar la «Orestiada de Esquilo». Todo un placer visual y acústico, ese lugar tiene magia. Muy cierto lo que dices de la puesta en escena, esa enorme T resta protagonismo al maravilloso escenario. Saludos.

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