El trabajo preso de las urgencias

          Cuando las personas se integran en el mundo laboral es lógico que se reciban unas primeras instrucciones o formación para saber cómo desarrollar el trabajo. Todo no es el título académico que se posee o las destrezas aprendidas meramente con la teoría. Lo conveniente incluso es que se establezcan metodologías organizativas para que esa tarea se haga con la efectividad deseada y, para ello, hay que huir del desquicie que pueda suponer trabajar sin orden ni concierto, mirando siempre el reloj para sufrir la agonía del paso de las manecillas. Importa un trabajo sin prisas pero sin pausa, como reza la sabiduría de la tortuga, y de cuya filosofía hemos de aprender mucho. La fábula de Esopo es relevante, con esa tortuga que reta a la liebre a una carrera, a la que con sumo placer acude ésta conocedora de la diferencia en velocidad que la naturaleza les había dotado, pero que, en ese exceso de confianza, pierde la apuesta presa de su prepotencia por la poca atención que le ha supuesto prepararse para el envite.

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       La introducción me lleva a desentrañar ese ambiente preocupante que puedo detectar en el ámbito del trabajo, pues aparte de la condición humana que hace que algunos trabajadores se acomoden más de la cuenta, en el otro extremo se encuentran los que se ven compelidos a trabajar con las prisas propias del desorden organizativo y, lo que es peor, bajo la presión que muestra todo lo que le viene encima impuesto por el sello de la urgencia. Se pide todo para ayer, por esa condición natural de querer hacer muchas cosas en el menor tiempo posible. Al final, una clara conclusión: cuando todo se convierte en urgente existe un grave problema de gestión. Y, lo que es peor, deja de ser llamativo lo que viene con este desmedido deseo de impulso, convirtiendo a todos los asuntos en rutinarios.

          Porque la excepción de lo que debe entenderse por urgente se convierte en regla general y, al final, trabajar con esta presión, si es que no sabes controlarlo, lo único que conduce es al caos de la organización y a las secuelas que produce en la salud de los trabajadores. Y la palabra urgencia se usa con tremenda facilidad, confundiéndose a veces con lo que supone un imprevisto que no tenemos contemplado en la ruta cotidiana, y que se convierte por ello en tarea complementaria -pero no extra- porque no supone parar de inmediato en todo lo demás para dedicarte en exclusividad a este asunto urgente.

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        Lo más triste es que el «cartelito» de la urgencia muchas veces no lo ponemos nosotros, sino que en gran medida viene impuesto por otras personas, investidos en su condición de jefes, que con esa acelerada conducta nos contagian de su mala planificación si de lo que se trata es de atender meramente un imprevisto. Pero también ocurre que en otros casos somos nosotros mismos los que imponemos esta forma de actuar, y que la utilizamos y convertimos en un estilo de vida. Parece que actuando con prisas somos mejores trabajadores y producimos más, esto es, en definitiva que somos mejores profesionales. Craso error porque vivir de este modo lo único que conduce es a mantener un estado de estrés y ansiedad, abandonando la idea de pensar lo que hay que hacer y cómo, detonante por ello mismo de una falta de efectividad que, en algunas profesiones sometidas al mayor riesgo, se traduce en accidentes laborales no deseados.

        Con todo ello no quiero decir que planteemos un conflicto contra la velocidad. Porque hay situaciones en las que es aconsejable acelerar el ritmo. Se trata de evitar la obsesión. Ya lo dijo Gregorio Marañón, cuando aludía a la virtud que supone la rapidez pero que puede generar un vicio, la prisa. Lo mismo que el comer, donde la celeridad desmedida lleva consecuencias dañosas, en el trabajo el reloj debe mirarse como una brújula: teniendo el norte claro. Saboreando el presente apreciamos la importancia del vivir. Amén de que la creatividad exige tiempo, pararse a pensar, como esos trogloditas que empujan un pesado bloque de piedra mientras otro les enseña una rueda, y le dicen que no moleste porque están muy ocupados trabajando.

            Parece, pues, conveniente que aprendamos a trabajar y vivir con el ritmo apropiado.

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