Juromenha, misterio y belleza

         Descubriendo los recónditos poblados de Portugal cumplo el deseo de visitar un lugar situado en la Raya del Guadiana, revestido de historia por las frecuentes escaramuzas que en tiempos pasados mantuvieron Portugal y España, y que hoy aparece abandonado en el silencio que deja entrever el misterio que le rodea por aquello de que la ausencia de habitabilidad y presencia humana le convierte en ideal para dejarse llevar y hacer tu propia fantasía de lo que por allí podría pasar y, quien sabe, si mantiene el espíritu de sus aventuras. Sea como fuere, estando allí la atracción de ruinas y la belleza incomparable de sus vistas no te deja indiferente.

         El destino es Juromenha, una fregresía (esto es, una organización administrativa que deriva de la división de un municipio o concelho) de la Cámara Municipal de Alandroal, del distrito de Évora, a cuyo destino me dirijo por la sinuosa carretera N-373, procedente de Elvas. Se sitúa a unos 18 kilómetros de esta última, y a unos 39 de la localidad española de Badajoz, ciudad de la que parto.

      Pretendo visitar la localidad, sabedor de que aporta poco más de dos calles, pero con el esplendor especial de la fortaleza situada a las faldas del río Guadiana.

          La llegada, tras abandonar la carretera, se hace primero en el pueblo. En esa escasa afluencia constructiva adviertes que conserva la tipología alentejana con esmero. La esplendorosa cenicienta, como así le llama el profesor extremeño Moisés Cayetano, dispone –según sus propia descripción- de “pequeñas casitas en hilera; paredes blancas, con bordes de añil en puertas, ventanas y balcones; chimeneas troncocónicas gigantescas”. Bello rincón en el que se respira paz y sosiego, y del que sobresale la ermita de San Antonio, que en su momento se convirtiera en la referencia del asentamiento extramuros de Juromenha.

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      Aquí estuvieron los celtas y los romanos antes de que un castillo sobre el Guadiana se convirtiera en puesto avanzado de defensa de la capital taifa de Badajoz. Ahondando en su historia se comprueba que fue el caudillo de Évora, Geraldo Sem Pavor, que conquistó igualmente Cáceres y Montánchez, quien sometiera a la localidad en 1167, para ser su alcalde hasta que en 1191, con Almanzor, el castillo retornara a manos sarracenas. Pero fue definitivamente tomada en 1242 por el maestre de Santiago, Pelayo Pérez Correa. Tras la pacificación de la frontera en 1297, por el Tratado de Alcañices, el rey D. Dinis mandó reedificar las murallas de tapia revestidas de cantería de granito añadiendo 17 torres cuadrangulares, dominadas por una impresionante torre del homenaje de 45 metros de altura, dándole foral en 1312.

         En este lugar se realizaron tres enlaces reales: el de Afonso IV con Beatriz de Castilla (en el siglo XIII), el de María de Portugal con Alfonso XI de Castilla en 1328 (padres del monarca Pedro I el Cruel); y el de Pedro I con Constanza de Castilla en 1340.

        Pero prosigo con lo acontecido en este lugar. En la Guerra de Restauración, en la que Portugal se independizó de la monarquía hispana, brotaron nuevamente los conflictos entre Portugal y España, lo que denotaba la tremenda importancia que adquiría este enclave. Propició que Joâo IV ampliara y modernizara las fortificaciones atendiendo al sistema que se imponía en toda Europa, conocido como “Vauban”. Para ello se presentaron sucesivos proyectos hasta que, finalmente, fuera elegido el presentado por el francés Nicolau de Langrés, que comenzó las obras en 1646.

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         En 1657 acoge a los millares de oliventinos huidos de la ocupación enemiga y en 1662 cayó en manos españolas, no siendo devuelto a Portugal hasta la firma del tratado de Lisboa en febrero de 1668.

         No puede olvidarse el trágico suceso que tuvo en 1659, al explotar un almacén de pólvora y acabar con la vida de toda la guardia, en su mayoría compuesta por estudiantes de Évora bajo el mando del Padre Francisco Soares “El Lusitano”. En el terremoto de Lisboa de 1755 la fortaleza sufrió graves daños, que determinó la acometida de obras para su reparación, añadiéndose un nuevo baluarte por el flanco que daba al río Guadiana.

          Finalmente, durante la Guerra de las Naranjas fue nuevamente ocupado por tropas españolas hasta 1808 en que fuera recuperada para Portugal. Tras el término de las hostilidades entre España y Portugal, el fuerte cayó en desuso para ser abandonado en 1920. Una decadencia que se mantiene en la actualidad, aun cuando se habla de un proyecto de recuperación para convertir el espacio en pousada, restaurante, sala de congresos y otras actividades. Seguro que llegará esta rehabilitación, como ha ocurrido en otras zonas del entorno (por ejemplo, con el Fuerte de Gracia en Elvas), con el buen hacer que muestran al respecto los portugueses, aunque ello le haga perder esta magia que ahora mismo le envuelve.

       Tras esta referencia histórica necesaria para entender dónde estamos y qué acoge por su pasado, lo primero que hago, antes de entrar en la fortaleza, es acercarme al mirador que tiene cercano y que muestra la faceta completa de lo que supone este enclave. Una vista que impresiona y que seguro quedará grabada en la mente como esos lugares bellos que existen en la tierra.

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      Tras esto, la visita a la fortaleza de Juromenha hace observar, con el único sonido de fondo que pueda representar la ligera brisa que se mueve en estas alturas y que hace ondear en lo alto de la torre del homenaje a la bandera portuguesa, grandes trechos de murallas de los siglos XIII y XVII, y de edificaciones, característicos de los diversos períodos y estilos constructivos que han concurrido. Las ruinas del ayuntamiento, la casa del gobernador, la gran torre del Homenaje, barbacanas medievales, baluartes, garitas y cañoneras se mantienen resistiendo lo que pueden al tiempo para hacernos ver de la grandeza que supuso en su momento y la importancia que tiene este gran bastión. Los muros se levantan sobre el río Guadiana, frente a las aldeas de Olivenza, cuya silueta se adivina a lo lejos. Entretanto, la excelencia del río Guadiana, que permite contemplar el rielar del sol sobre la albufera que forma el embalse de Alqueva.

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        Esta fortaleza se encuentra sobre un cabezo de 205 metros de altura sobre el nivel del mar. Su forma es de un prisma irregular y cuenta con tres baluartes de gran tamaño orientados hacia el norte, y otros dos más pequeños que miran hacia el Guadiana. En los vértices de cada baluarte hay una garita para los centinelas. Todo el conjunto ocupa una superficie de casi dos hectáreas, defendido por un foso que actualmente se encuentra cegado.

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     La muralla del fuerte, de varios metros de espesor, cuenta con talud y almenado abocinado para aumentar el campo de tiro de las piezas de artillería. El relleno de los gruesos paramentos es de tierra y cantería.

      El acceso a la fortaleza se produce en la cortina situada en el lado suroeste, que contaba en su momento con un puente levadizo por contrapesos. Pasada esta entrada, se pasa un largo túnel en rampa de varios metros de largo en forma de curva, permitiendo ver la enorme dimensión que en su momento diera cobijo a las numerosas dependencias que tenía (para alojamiento de tropa, almacenes, polvorines, la casa del gobernador, una posición artillera circular, un aljibe y los restos del castillo medieval, que actúa como muralla interior).

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      La torre del homenaje tiene 45 metros de altura, a la que accedí por su empinada escalera para ver las impresionantes vistas del entorno. Además, en el recinto se levanta la Iglesia matriz, de tres naves, y la de la Misericordia, más pequeña y de una sola nave. Están totalmente expoliadas y desprovistas de cualquier tipo de ornamento salvo restos de frescos. Sí se advierte que la iglesia matriz, donde tuvieran lugar los esponsales antes comentados, ha sido objeto de alguna pequeña rehabilitación, como es la techumbre que ha sido cerrada con ladrillos de rasillas.

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      Aunque con este estado de abandono, la visita ha merecido la pena para ver el privilegiado posicionamiento que tiene la fortaleza y concebir lo que podía haber sido en su momento.

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