La riqueza de espíritu se superpone a la apariencia física hasta el punto de que, si esta es bella, aquella la engrandece. Viene esto a colación de mi reciente visita a un monasterio emblemático enclavado en pleno corazón de la ciudad de Badajoz (Extremadura, España), y que por aquello de lo acontecido en él ha adquirido el don de la magnificencia para ser concebido como Real Monasterio de Santa Ana.
Una visita que no siempre se tiene la oportunidad de hacer, penetrando en las entrañas de lo que pulula en torno a una comunidad que no llega a treinta hermanas clarisas, que sobreviven en tiempos complicados para las creencias vocacionales, y que si lo hacen es gracias a la aportación de jóvenes plenas de alegría llegadas a este recóndito lugar de los países de Perú, Colombia y Polonia, y que para contribuir a su sustento elaboran y venden unos riquísimos dulces artesanos, hacen de lavanderas y encuadernadoras, y algunas de ellas se dedican a realizar iconos religiosos, además de otras labores humanitarias.
Religiosas que nos reciben con la sonrisa y paz que transmiten nada más abrir sus puertas, en una apertura que tiene mucho que ver con la conmemoración del V Centenario de la fundación del monasterio, y de los 400 años que hace de la llegada al monasterio de la imagen de Nuestra Señora de las Virtudes y Buen Suceso, que preside su iglesia. Ahí es nada. Mucho que ver, y mucho que contar.
Pero antes de iniciar el recorrido es importante recordar que el Monasterio fue fundado en 1518 por Leonor de Vega y Figueroa, que fuera hija de Lorenzo Suárez de Figueroa y Mendoza, embajador de los Reyes Católicos en Venecia. Durante cuarenta años sin interrupción sirvió como abadesa a su comunidad, tal y como se desprende de los datos reflejados en su lauda sepulcral, y que según relata la crónica monacal lo hizo “con acierto, amor y prudencia”. La fundación del monasterio se produjo mediante una bula del papa León X. Un monasterio que nace para restablecer en la capital de Badajoz la Orden de Santa Clara, extinguida en 1507 tras desaparecer el anterior convento que la acogía, por causa del paludismo, debido fundamentalmente a la ubicación que tenía cercana al río Guadiana, y a la cruel peste que experimentó la ciudad por aquellos entonces, con gravosas consecuencias no solo para este lugar sino en toda Extremadura.
En la sucesión de acontecimientos y vicisitudes que tienen que ver con este monasterio se encuentra los acaecidos en el año 1580, cuando los reyes de España, Felipe II y Ana de Austria se encontraban en Badajoz con la pretensión de recuperar el reino de Portugal. Una estancia que duraba siete meses, estando hospedados en el Palacio de los Fonseca y La Lapilla, existente en las inmediaciones del monasterio (en la actual Plaza de la Soledad), circunstancia que permitía a la reina acudir a la oración diaria. Ocurrió que el 26 de octubre de 1580 y en esta ciudad falleció Ana de Austria a causa de una epidemia de fiebre que podría haberle contagiado su marido. La reina contaba con apenas treinta años de edad, y se encontraba embarazada de cinco meses. Fue enterrada en el Monasterio de Santa Ana hasta que se trasladara definitivamente al Panteón de Reyes y Reinas de San Lorenzo de El Escorial. Pero aquí se dispuso que quedaran los restos de ese feto que gestaba la reina. Entre tanto, en el año 1619, el rey Felipe III vino al monasterio para visitar y orar ante el sepulcro de su madre. Así, la comunidad se vio honrada con la presencia del Rey.
Esta evidencia de acontecimientos permitió que fuera Carlos III el que, en 1771, concediera el título de Real al Monasterio de Santa Ana, colgándose sus armas en un escudo de mármol que se encuentra sobre la portada de la iglesia, y que afortunadamente ha sobrevivido a los tiempos, a los avatares de la Guerra de la Independencia y a la Guerra Civil, por citar dos momentos históricos de especial virulencia.
Desde el exterior, la sencillez de su forma no impide apreciar la grandeza que puede albergar el interior de sus muros, disponiendo de entrada por la calle Duque de San Germán, y otra por la calle de Santa Ana.
El acceso que se hace por la primera conserva la primitiva entrada con portada de cantería y rematada con pinjantes y volutas decorativas que enmarcan el escudo franciscano.
La entrada de la calle Santa Ana, que da acceso a la iglesia, dispone de la ya referida portada adintelada de mármol portugués, con una hornacina que contiene una imagen de Santa Ana y rematada por sendos escudos reales en mármol planco, pertenecientes a las Casas de Austria y de Borbón. En esta fachada externa se divisan contrafuertes y una torre de dos cuerpos con el de campanas que tiene arcos de medio punto y rematada por un cupulín. Se divisa, igualmente, un torreón-mirador realizado con celosía conventual de ladrillos y remado con pináculos, que se sitúa sobre la bóveda de lo que constituye el presbiterio de la iglesia.
Es por esta última entrada por donde iniciamos el recorrido interno. La iglesia consta de una sola nave, en cuyo frontal puede verse un magnífico retablo mayor realizado en el siglo XVII en madera tallada y dorada al estilo barroco, con seis columnas salomónicas con cuatro angelotes sentados sobre las cornisas y dos sobre el sagrario. En la calle central acoge la imagen de Nuestra Señora de las Virtudes y Buen Suceso, originariamente encontrada en Madrid, en una concavidad de la pared de la iglesia de los Jerónimos, estado junto a otras dos imágenes que, finalmente fueron objeto de reparto diverso. Es una obra del siglo XVI, considerada durante siglos “Patrona de Badajoz”, con anterioridad a la Virgen de la Soledad, y era conocida como “Morenita Antigua”, por su rostro negro, que se asemeja muy mucho a la Virgen de Guadalupe.
Su cubierta es de bóvedas vaídas que apoyan en pilastras y las roscas de los arcos de cantería. El presbiterio está cubierto por una bóveda de nervadura gótica tardía que es de la primera mitad del siglo XVI y el arco toral de acceso decorado con pinturas del siglo XVIII, atribuidas a Mures.
En los laterales de la iglesia vemos un interesante conjunto de imágenes, situadas unas en el lado del Evangelio, con la talla de San Francisco (siglo XVII) y, más abajo, la de San Pedro, policromada, estofada y dorada, de principios del siglo XVI. En el lado de la Epístola, Santa Clara (siglo XVII) y luego San Pablo (siglo XVI), con el remate de una imagen de Santa Ana (siglo XVI).
En los laterales del presbiterio se encuentran dos lápidas funerarias labradas en mármol en 1583, pertenecientes a don Cristóbal de Fonseca y su mujer, doña Beatriz Manuel, patronos del convento. Ya decía anteriormente que el Palacio de los Fonseca se encontraba en las inmediaciones, lugar de estancia de los reyes Felipe II y Ana de Austria.
Ya en el último tramo de la nave, a los costados del evangelio y de la epístola, se encuentran expuestas las imágenes procesionales más modernas de la Hermandad del Resucitado.
La iglesia posee coro alto y bajo a los pies, separado del templo por una reja, que pertenece a la clausura pero que ahora nos facilitan el acceso. A ambos lados se encuentra una cratícula barroca y una pequeña puerta adintelada que ahora es la que se abre para permitirnos la entrada.
En este recinto coral bajo se sitúa una sillería de nogal que preside una imagen de Ntra. Sra. de la Encarnación de candelero del siglo XVIII.
En el suelo se encuentra la piedra funeraria que describe la sepultura inicial de la reina Ana de Austria y que quedó posteriormente para albergar las entrañas del embarazo que tenía al momento de fallecer.
Preside el coro bajo un Calvario del siglo XVI con un crucificado tallado, y una virgen y San Juan pintados sobre tabla. Otras obras de gran valor se encuentran en este entorno, de los siglos XVI al XVIII, alguna de ellas que se cree perteneciente al taller de Luis de Morales.
Una puerta lateral nos lleva a las escaleras que acceden al coro alto, donde hay una exposición y, al lado, un museo que aglutina objetos de liturgia y religiosos, no solo originarios de este monasterio sino también acogiendo otras que existieron en conventos desaparecidos de Badajoz, con bordados, casullas, lienzos pintados, tallas y otros objetos de arte, como es el importante fondo de platería que alberga; además dispone de un archivo que conserva documentos de los Reyes Católicos y otros de gran relevancia, de los siglos XV y XVI.
Si ya estaba siendo majestuoso cuanto veía, para concluir la visita nos permiten el acceso al claustro mudéjar del siglo XVI, transformado a mediados del XVIII y restaurado en 1980, con cuatro crujías, que se cierran con arcos escarzanos. Está decorado con pinturas de Clemente García Mures del siglo XVIII.
La despedida no puede hacerse de la mejor manera. Con la posibilidad de adquirir dulces y elementos artesanales fabricados por las monjas clarisas. Llegamos a la puerta que da a la calle Duque de Germán, con la satisfacción de haber cumplido un deseo personal. Lo sorprendente está, a veces, tan cerca de nosotros.
Es una pena que no haya más visitas guiadas. Han sido insuficientes y difícil de conseguir entrar en la lista de asistentes.
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Totalmente de acuerdo. Gracias por tu comentario un saludo
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Lo lamento. Esperemos nuevas aperturas. Un saludo
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