Ilustres académicos de papel

          La crispación que se vive entre los políticos españoles les ha llevado a romper reglas que, a modo de líneas rojas, venían marcando sus relaciones. Algo así como el compromiso de mantener unos valores éticos que permitían discurrir por la senda de la mera disputa política sin entrar en juegos sucios que llevara a enfrentamientos que pusieran en peligro el discurrir del sistema democrático. Con ello, la convivencia política se hacía posible y los “insultos” que pudieran dirigirse en momentos de máxima crispación iban en una línea más propia de decirse lo fachas que eran unos, los extremistas de otros, y el popularismo que raya el teatro mundano del mundo fantasioso. Una puesta en escena de todos pero que, al fin y al cabo, eran como las chinitas que se encuentran en todos los caminos.

          Ocurre que, según parece, eso no era suficiente y había que meter el dedo en el ojo para ver si saltaban las lágrimas. Para ello, el código ético no escrito seguido por todos, como muestra de valores infranqueables, decae para mostrar un código bélico donde todo vale o puede valer para un propósito espurio de vencer en la batalla. Como el que dice en el terreno deportivo que hay que ganar como sea, se entra en utilizar cualquier argucia que permita destruir al contrario para avanzar en el propósito de obtener la victoria.

        Pero hasta el más avezado y contumaz estratega militar sabe que las batallas conllevan momentos donde el asalto no puede resultar conveniente. Porque queriendo vencer puede sufrirse las consecuencias del atrevimiento. Ocurre que, en esto de la política actual me da la impresión que hay mucho aficionado o simplemente pardillo que, como elefante en una chatarrería, quiere explosionar llevándose todo por delante.

           Aunque a lo mejor no son tan novatos y su cándida imagen esconde un lobo presto a comerse a la presa porque de lo que se trata es de destruir. Pero los pardillos son, a mi modo de ver las cosas, los que deberían tener ya un asiento suficiente como para no caer en tediosas tentaciones, y sin embargo entran en este peligroso juego. El resultado es el que puede verse. Se acosa al más pintado dentro y fuera de los hemiciclos de discusión política. Se dilucida sobre su vida hasta extremos inusitados. Se rompen compromisos que sirvieron para posibilitar la transición al sistema democrático que tanto ansiábamos. Se miente con absoluto descaro. Se repiten tropezones en las mismas piedras que de antaño sirvieron para enfrentarse y matarse en las calles. Y, por aquello de quienes no miden la inteligencia ajena, nos encontramos con quienes ensalzan de manera desmesurada los historiales académicos que dicen ostentarse, y que ha propiciado que se entre en el examen de los expedientes de sus ilustres señorías. Ahí es nada.

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            Ahora resulta que el mundo político tiene un historial académico algo lúgubre. Con la misma picardia del niño que se cree que sus padres no se van a dar cuenta de las calificaciones que con habilidad meridiana ha trucado, nos encontramos con quienes colocan en los curricula cosas que no debían, por inexistentes; otros más listillos, supieron sacar rédito a las facilidades que mostraba el sistema (no preciso más) y muestran un papel justificativo de lo que la institución académica universitaria dice tener en el expediente del alumno. Y otros se han aventurado en trabajos de investigación y tesis doctorales que, sabiendo cómo se cuece el patio, han obtenido sin excesivo esfuerzo.

       Total que, puestos a batallar, aquí no se va a salvar ni el Tato. Y no porque todo político tenga falseada la realidad de lo que acredita, a Dios gracia, ya que en su caso bien merecido tendrá el reparo popular y, en su caso, judicial. Sino porque algunos espabilados sacan a relucir lo fácil que puede resultar obtener un mérito académico. Pervirtiendo el sistema y utilizando a los que se dejan llevar por la corruptela y que, por estar presentes en todos sitios, no dudarán en facilitar el camino. Ya veremos hasta donde se tira de la cuerda, porque es larga. Y la sociedad podrá divisar, ahora con cabal transparencia, cómo funcionan algunos y hasta qué punto están dispuestos a degradarse otros.

        Con todo, lo que más me preocupa es que parece que estos aprovechados hacen y representan al sistema universitario en su total extensión. Salpicando a quienes con absoluta pericia y maestría académica dirigen a los estudiantes, y a quienes con tremendo esfuerzo personal, profesional y económico hemos llegado a sentirnos satisfechos de un título académico, que es algo más que un papel. Poniendo en entredicho total a la Universidad.

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        Olvidan que no es el pueblo el que ha levantado la liebre, sino los propios políticos que han querido entrar en este terreno. Tirándose a la cara la porquería que siempre han sabido que existía pero que han mantenido silenciada de forma sibilina. Por aquello de que sin abrir la caja se evitaba el efecto boomerang. Ahora es tarde. Ahora que nos han abierto los ojos, todos queremos saber lo que se ha cocido. Para descubrir y exigir responsabilidades a quienes han utilizado la academia amparados en su poder político. Ahora deseamos que se vayan y escondan los que maquillan y tergiversan la realidad. Algunos están todavía a tiempo. Para no verses envueltos en un turbio final del sueño irreal que viven.

        Y si de mucho va a servir también es para que las universidades se den cuenta de que hay cuestiones y procedimientos que deben revisarse, para que la academia no se vea salpicada por los detractores y aprovechados que pululan por doquier. En definitiva, para que la Universidad se aleje de fines espurios y quede para enriquecer y dignificar a cuantos componen su claustro y a los estudiantes que con la exigente disciplina académica quieren un reconocimiento cabal y cierto de los conocimientos adquiridos. Con el orgullo de sentirse universitarios.

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