El paso en la edad de las personas puede ser una lacra importante para las mismas si no se tiene el espíritu necesario para que cada momento venga acompañado del ímpetu que se precisa de cara a sentirse útil y feliz. Claro que también la sociedad debe favorecer que así sea, tanto como para que la edad no suponga el rechazo de quienes presos de la juventud ven lejano ese futuro que ahora no aciertan tan siquiera a divisarlo. Parece que vivir el presente supone tanto como olvidarse de todo lo que lo envuelve, y de que ese momento actual no tiene edad sino simplemente es el efímero instante que viven todos los que pueden hacerlo por estar presentes.
Ocurre que esta sociedad que vivimos es a veces tan perversa como para “desterrar” del presente a quienes todavía están, dicho sea con la controversia de que la edad madura les convierte en presa del abandono y alejamiento, en un olvido que repugna al propio sentimiento de la humanidad.
Las personas maduras tienen mucho que aportar a la sociedad que avanza con la ceguera propia de quienes todavía no han atravesado ciertos pasajes de la vida. Tanto como para que constituya un ataque a la moralidad el dejar de lado a los que ya son pensionistas, por el mero hecho de que la inactividad laboral les convierte –quieren hacerlo creer así- en inactivos de la vida. Una confusión que, además de producir sonrojo para los que se les llena la boca de dar lecciones magistrales sobre políticas sociales y defensa de libertades e igualdad de las personas, debería suponer que se viera con suma crudeza el despropósito de esta alocada actitud.
Sí, es cierto y así he de reconocerlo que existen acciones para apoyar la valía de la madurez de las personas, pero no estoy muy confundido si advierto una cierta actitud de “mera compasión” en esos campos que se abren, para “distraer” a los que parece que ya no tienen más que aportar. Existen muchas actividades de divertimiento, que siempre deben ser bien acogidas, pero pocas acciones que sirvan para aportar conocimientos y vivencias, como necesario resorte para favorecer a los “activos” que dispongan del necesario mensaje que pueda darles la experiencia.
Llego así al punto álgido de mi relato. He ido viendo por una cadena de televisión cómo se impulsaba un concurso que permitiera a los menos jóvenes y con trayectorias vividas en el mundo de la música, unas con reconocimientos y otras no tanto, para salir nuevamente a escena y brindarnos su enorme profesionalidad, un valor que para los que comiencen ahora este surco de la vida musical debe suponer una experiencia a la que se debe mostrar el máximo de los agradecimientos.
Por mi edad he seguido con cariño las actuaciones de una gran profesional, Helena Bianco, cuyo ahínco y fuerza de vivir le lleva a sacar una voz que ya quisieran muchos jovencitos tener, en un éxito que supone el reconocimiento a una labor de muchos años (más de cuarenta), y ahora, cuando podría decirse que todo el trayecto lo había recorrido, surge como una flor que irradia brillantez y, especialmente, un claro ejemplo a seguir para quienes piensen que la vida fenece antes de que la naturaleza nos haga desaparecer. No hago referencia a la edad que tiene, aunque sea pública porque ella misma no la oculta, porque el protagonismo no son las cifras sino la persona y su profesionalidad, digna de todo elogio. La muestra de la aportación de los seres humanos en tanto irradian vida.
Mientras se pise la tierra, cualquiera que sea la edad que se tenga, y en tanto la salud no juegue malas pasadas o impidan seguir el camino, debe agradecerse la actitud positiva de quienes muestren que nunca es tarde para dar y permitir que los que vengan lo hagan conociendo lo que significa la profesionalidad.
Mi especial felicitación a los que favorecen estas acciones y el ejemplo de los que siguen ofreciendo arte por doquier.