En los momentos que vivimos no parece que la mente esté para elucubrar cuestiones que se aparten mucho de lo que flota en el ambiente, y que no es otra que la batalla que mantenemos con el dichoso coronavirus, y de ahí que el semblante mustio nos cambie un tanto cuando se trata de alabar a los que están dando todo por nosotros.
Mucho se habla de los sanitarios, con toda la razón por aquello de estar en la primera fila de los combatientes, pero no podemos omitir a otros tantos que siguiendo su ejemplo también están ahí haciendo muy mucho para intentar sobrellevar esto lo mejor que se pueda: fuerzas y cuerpos de seguridad, ejército, policías locales, bomberos, protección civil y…otros tantos que en otra línea o en la sombra cubren espaldas y nos hacen sentir mejor a los que se nos pide que nos quedemos en casa, se dice porque ese es nuestro papel en la batalla.
Pero en los hogares fluyen muchas cuestiones y se concentran muchas personas con situaciones diferenciadas. Desde personas que viven en la soledad y que a través de los balcones vemos cómo pasan horas y días en una tristeza que se advierte en la lejanía (solo en Extremadura, España, y según los últimos datos del INE se cuentan 112.000 hogares unipersonales, y de estos 48.000 están ocupados por personas mayores de 65 años), hasta los que se ven obligados a estar en el mismo espacio por aquello de que esta catástrofe ha surgido sin tener solventadas todavía sus cuestiones personales o familiares, con casos extremos en los que la violencia de género encuentra su propio recoveco; pasando por familias que viven el momento con la felicidad interna que permite la unión y poder compartir cuestiones comunes que estaban un tanto dejadas de lado por el fluir cotidiano que a veces impide tener en cuenta cosas tan nimias como la mera convivencia, y que ahora nos damos cuenta de lo relevante que son.
Asomarte el balcón, además de para aplaudir, viene siendo motivo de acercamiento vecinal, brindándonos cada casa y sus integrantes una imagen que se mantendrá viva en nuestras mentes.
El caso es que en ese cúmulo de personas que mantienen el obligado encierro se encuentran jóvenes universitarios y menores, a los que el tsunami les ha obligado a frenar en seco para recatarse en su diversión infantil o juvenil y encontrar serias dificultades en la adquisición de esos conocimientos que da la formación académica, tan necesarios para desenvolverse en un futuro próximo, que les va a exigir luchar para sobrevivir, cosa que no es gratuita.
He aquí que surge otro colectivo al que no considero deba relegarse en importancia por aquello de que no combatan en terreno abierto, pero que constituyen las fuerzas de retaguardia que permiten mantener viva la llama de la esperanza. Ahí están los Maestros, y repárese en la palabra que escribo en mayúsculas porque me estoy refiriendo a todas esas personas que imparten academia y favorecen la enseñanza, dicho sea en la extensión de serlo desde la educación infantil hasta la universitaria, pasando por todos los niveles educativos intermedios o complementarios.
Los Maestros están a prueba en este momento. Más que nunca se enfrentan a una oposición que no es teórica, sino enteramente práctica. Y verídica. Porque la distancia con los alumnos va a marcar la maestría que impartan, la que llevan dentro sin el refugio del bullicio de la multitud, disponiendo ahora de amplios medios tecnológicos para facilitar la labor. Ahora se están viendo muchas cosas, desde los que se limitan al mínimo de su atención hasta los que con una vocación plena e innata, se están esforzando al máximo para que el distante discente no pierda el interés y siga formándose con la mejor de las metodologías posibles. Pues aun cuando los inconvenientes son muchos, y el principal que se pierda la camaradería y el contacto físico visual y directo en las aulas, no cabe la menor duda que si se quiere se puede hacer algo más que mandar múltiples tareas para que pasen el día acordándose de quien pareciera infringir un castigo más allá del confinamiento.
Conozco a profesores universitarios que ahora mismo están haciendo fluir los campus virtuales ofrecidos por las respectivas universidades para darle imaginación al asunto y ofrecer algo más que apuntes -cuando los dan- y tareas múltiples de obligado cumplimiento. La visualización a través de la tecnología se está haciendo efectiva por muchos, y las tutorías se han incrementado cuanto se ha precisado para que ese estudiante que campea en soledad pueda sentir el abrigo que atenace la frialdad de la enseñanza a distancia.
Qué decir de la enseñanza de adolescentes que aún no han llegado al mundo universitario, en edades difíciles que obligan a estar prestos a sus movimientos. La cercanía aquí se vuelve más que necesaria porque será la forma de reconducir los vientos que fluyen en cabezas asentadas en períodos del pavoneo. Un momento difícil por tanto para padres que ven la dificultad si cabe más pronunciada por aquello de que la orientación se puede ver desprovista de una de las esencias formativas básicas. Y aquí es dónde va a jugar un papel de más relevancia que nunca el sobreesfuerzo que pueda hacer la Maestría, en connivencia con unos padres que también ahora deben y están obligados a hacer un mayor seguimiento y colaborar para que lo aislado no se convierta en una rémora para el mañana.
Un momento sumamente importante para demostrar cuanto de Maestros son algunos. Cuanta vocación tienen y qué nivel de ingenio han adquirido en su trayectoria profesional para llegar al alumnado. De ellos va a depender que este mundo siga adelante, porque si la pérdida de un año de vida para los deportistas puede suponer que pierdan el ritmo y no consigan los retos marcados, para los estudiantes puede atenazar un futuro que se presentaba con la esperanza propia de ser vital para subsistir con felicidad.
Mi más sincero reconocimiento a los Maestros y Maestras que día a día están trabajando para combatir el virus desde otro ámbito, en otro campo de batalla. Hay quien dijo que la vocación se construye y se fortalece sobre todo desde la experiencia misma de la práctica pedagógica. La vivencia tenida servirá, sin duda, para acrecentar esa vocación.
He aquí un mérito que debería servir para valorar a esos docentes, acorde con lo que estén haciendo para beneficio de sus discentes, y que sin duda merecería el reconocimiento apropiado, al que doy particularmente mucho más valor que esos otros criterios que se utilizan para favorecer tramos retributivos y que en el mejor de los casos están tan exentos de reconocerse la verdadera esencia de la docencia que imparten como para que se generalice su asignación.
También hay que reconocer el esfuerzo que están haciendo esos chavales desde sus hogares para no perder comba. De suma importancia. Porque si de ellos será el futuro, esta experiencia vivida sin querer les debe servir de mucho. No me cabe la menor duda que no la olvidarán, como ninguno de nosotros haremos. Ocurre que para ellos complementa su experiencia para ese futuro que les espera. Seguro que a partir de este instante van a apreciar mucho más cuánto la vida ofrece.
En fin, como no, debe agradecerse a esos padres que siendo conscientes de cuanto acontece en el exterior a sus hogares, se ven compelidos más que nunca a prestar atención a la enseñanza de sus hijos para favorecer este escollo inesperado. Por mor de las circunstancias se convierten en adjuntos a los docentes, obligados por tanto De brindar la ayuda que precisan.
De los actores de la vida dependerá el futuro que se espere.
Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos.
-Séneca-