La desazón del adiós

Si hay una palabra que define un sentimiento con especial profusión es la del “adiós”, esa que se dice con intensidad cuando se deja atrás algo más que una mera despedida temporal. El “adiós”, dejando de lado esas otras connotaciones que aparecen recogidas en el diccionario de la Real Academia Española por su uso como interjección que enuncia una desilusión, un desencanto o una sorpresa, es una palabra de término, de finalización, de soslayo, de contumaz decisión y, en definitiva, de dolor, porque normalmente se pronuncia cuando despides a algo o alguien que no te gustaría hacer, o queriéndolo se enfatiza para arrancar de tu interior una profunda sensación de ahogo.

Es cierto que en no todas las ocasiones  reviste esta característica tan dramática, y el uso corriente de la palabra marca una mera cortesía que, a veces, para los que no les gusta ser tan drásticos, se cambia por un simple “hasta luego”, más apropiado para quedar patente que no se convierte en una separación definitiva, en ese concluyente “hasta siempre”.

Pero el adiós dicho desde la profundidad del sentimiento se produce cuando realmente hay ruptura. Y ese ahogo que produce se torna, para los que pudiéramos ser más sentimentales, en unas lágrimas que brotan para dejar patente la pureza de lo que acompaña a una mera palabrería. Hay tristeza de por medio y esa fuerza interior llega a superar nuestro estado de normalidad.

El adiós a las personas queridas es ciertamente la situación más delicada. La que profundiza en tus raíces para arrancarte el sentimiento doloroso, de tremenda tristeza. Nada calma esa sensación salvo que pudiera revestir una temporalidad que se sepa a ciencia cierta que no tiene carácter definitivo. Porque perder a un ser querido, cuando se produce sin retorno, es algo que marcará tu vida desde ese instante. Podrás remontar la situación, por lógica necesidad de que la vida siga por sus derroteros, pero siempre estará abierta la herida interna que te haga recordar el dolor que tienes tan presente.

No es cuestión de banalizar el término para vincularlo a un único sentimiento o acción humana. El adiós, como decíamos antes, tiene muchas aristas, tantas como representaciones se presentan en la vida. La despedida incluso no tiene que ser dicha hacia otros humanos, porque el sentimiento frágil de la tristeza puede aparecer cuando despides algo material apegado a ti. Decir adiós a una ciudad, unas vacaciones, un período de feliz estancia en un sitio querido, un vehículo o vivienda que nos haya acompañado durante buena parte de nuestras vidas, son meros ejemplos de situaciones donde la tristeza del adiós puede aparecer con especial sentimiento. La palabra incluso puede quedar exenta de una manifestación externa, y ser representada mentalmente, protegida en nuestro interior. La lágrima que lo abraza es la única que denota hacia fuera el sentimiento que se tiene, cuando no provista de un silencio que hace sospechar lo que ocurre en tu interior.

El adiós amoroso tiene también su enjundia. ¿Quién no ha vivido ese instante de un adiós a la persona que parecía se convertiría en tu sombra permanente? A veces tú, a veces yo, como dice la canción, el adiós se ha producido necesariamente, porque los caminos no seguían la misma dirección. Claro que una cosa es el adiós de un amor con poco recorrido, y otra el que lleva años de conjunción. Es aquí el momento donde la tristeza inunda tu pesar. Porque queriendo o pensando que has sembrado todo lo que había que sembrar, compruebas que has dejado flecos que llevan a este estado tan contradictorio con tu incrédula vivacidad. El adiós denota en este momento frustración, desilusión, una tristeza que hace especialmente doloroso el instante y todo lo que pueda rodear. Porque quienes más se han amado ahora quieren convertirse en simples desconocidos cuando no en firmes enemigos, luchando ferozmente por hacer prevalecer cada uno su ego, su estigma. Pero esa muestra externa no deja de ser otra cosa que el disfraz de la tristeza que embarga un adiós no buscado, no querido, pero que aparece sin solución de continuidad.

Sea como fuere, “adiós” es una palabra que no se incorpora a mis preferidas. Mentarla me produce sensaciones nada agradables. Aunque la vida te deparará momentos y situaciones en las que resultará necesaria que fluya por la boca, lo será por mera obligación y no porque haga que los labios agradezcan que se diga mediante una leve comisura de felicidad.

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