Observo con satisfacción, y sin las extravagancias de otros, como caen las barreras para la efectiva igualdad de género y, en lo que ahora quiero destacar, la mujer entra dentro de ese mundo cuasi reservado históricamente al hombre por aquello de que eran las féminas las que comulgaban ―o se les había inculcado― con la idea de refinamiento que suponía consumir los vinos catalogados como “femeninos”, esto es los que en el argot integra a aquellos que no tienen cuerpo, y así las preferencias se inclinaban hacia el vino dulce y, a lo sumo, el blanco con tonos dulzones o de baja graduación. Hoy en día es ya bastante frecuente el poder compartir el mismo vino tinto o blanco entre hombres y mujeres, lo cual favorece muy mucho la interrelación.
Cierto es que la historia no ha sido aquí tampoco favorable a la mujer, y como en otras muchas situaciones, ha tenido de antaño una limitación a la hora de consumir vino por las consecuencias funestas que podía producirle. En la Antigüedad podría suponer la pena capital si caían en esta tentación. Por fortuna la disposición legal que lo imponía fue erradicada en la Edad Media, sin que ello supusiera ya la liberación. A finales del siglo XVIII incluso se puso en marcha un código conductual bajo el lema de “una mujer honorable no debe beber vino”. Estas actuaciones quedan ya atrás para recuerdo de un penoso pasado.
El cambio que suponen los momentos actuales es producto de ese esfuerzo que las mujeres están llevando a cabo para no ser consideradas como la parte débil de los humanos, algo inconsistente a menos que se conserven resquicios de un machismo inapropiado. El entrar de lleno en la cultura del vino lo es no solo en el consumo sino también como profesionales donde se producen cambios significativos. Y en línea de apoyo a esta inclinación puedo advertir la existencia de una asociación sin ánimo de lucro (AMAVI: Asociación para Mujeres Amantes del Vino) que centra sus objetivos en el desarrollo de acciones encaminadas a realzar la cultura y el aprecio del vino por parte del público femenino.

Es precisamente esta asociación la que nos da datos referidos a los gustos que muestran las mujeres, y así el 44 por 100 de las encuestadas prefiere el vino tinto antes que el blanco (28 por 100) o el rosado (7 por 100). Un cambio de tendencia que favorece la eliminación de ese apego que a lo sumo podía verse con anterioridad, lo cual no impide que las preferencias puedan serlos conforme al gusto y no al género, tendencia que afecta tanto a mujeres como a hombres. Y si alguien quiere todavía propiciar el distingo, especialmente en celebraciones, se confundirá muy mucho si contempla los vinos de sobremesa con prisma diferenciado. Aquí no hay más distinción que los gustos imperantes.
Otro dato es igualmente significativo. Casi el 80 por 100 de las mujeres se encarga ya de la compra de los vinos y cerca de un 60 por 100 lo consume una o dos veces por semana (un dato que no es poco si se considera que en España se bebe una media de dos o tres copas por españolito a la semana). Nada de quedar relegadas las mujeres a lo que quieran imponer los hombres, y como he podido leer en la entrevista que se hace a una sumiller, la existencia de vinos más suaves o más dulces que quizás estaban enfocadas al público femenino, bien parece que pueda decirse que son sobre todo para personas que empiezan en el mundo del vino o que les gustan los vinos de este tipo, ya sean mujeres y hombres. Hay mujeres a las que les gusta el vino con cuerpo, con personalidad, y hombres a los que les va el vino elegante y suave en boca, y nada tienen que ver con el rol de la mujer ni del hombre actual.
Decía que la intervención de la mujer no solo se produce en el consumo sino también en el terreno de lo profesional. En España, todo empezó en Galicia, en los años ochenta, cuando se inició un movimiento de mujeres enólogas que con el paso del tiempo se ha extendido a toda la península. En la actualidad, un tercio de los que se dedican a la profesión son mujeres. También como sumilleres se produce el incremento y puede hablarse de un cuarto de los que realizan la tarea profesional. Cuestión que tiene mucho que ver con la aparición de estudiantes de enología, donde se observa una equidad entre mujeres y hombres.

Bien parece que llegado este momento deban eliminarse los resquicios de antaño y empezar a creer en que la mujer tiene propiedad en este mundo del vino. Los datos de la asociación antes referida nos dan otra muestra de lo que debe cambiarse. Afirman que solo el 4 por 100 de las veces en que un camarero ofrece la carta de vinos lo hace a las mujeres cuando están presentes hombres. Esta y otras prácticas deben modificarse y no por otra cosa que por mera coherencia con una sociedad donde hombres y mujeres deben cabalgar por igual.