La mentira como modus vivendi

En mi infancia recuerdo que uno de los consejos educativos más relevantes que me infundieron mis padres era el de no mentir. La verdad aparecía así como un refrescante resplandor de pureza en la manera de convivir con los demás. Decir la verdad era sinónimo de transparencia, y diría yo que signo de lealtad y ética hacia los demás. El mentir se convertía así en el pecado que llevaba a la confesión religiosa como la contravención más relevante de los designios que impidieran la entrada en el reino de los cielos. Hacer borrón y cuenta nueva hacía que la consciencia recobrara su tranquilidad. Hasta la próxima.

Claro que en esto de las mentiras hay distintos grados, tantos como para que con el paso del tiempo sigamos inmersos en el dilema de si lo contrario a la verdad adquiere signos de relevancia o son de esas mentiras que suelen llamarse como piadosas por el hecho de evitar males mayores. A veces, las verdades se dicen a medias y por tanto dificultando el límite entre lo punitivo o la necesaria absolución por ayudar más que lesionar al prójimo. Aún más, la estricta verdad, por ser honesta y tajante puede ser, a veces, trascedente para convertirse en fuente de conflictos y de insoportable trato. Ir por ahí diciendo lo que uno piensa, con la estricta verdad de lo que considera, puede ser el látigo fustigador hacia el que no merece tanta elocuencia. Tampoco es desdeñable la mentira producida por el silencio, en aquellos casos que se deja de decir la verdad evitando pronunciarse. En fin, en el ámbito más pernicioso se encuentran las mentiras malignas, como aquellas que se dicen con alevosía buscando dañar al prójimo, presas del egoísmo que mueve al mentiroso, como podría constatarse cuando se niega haber realizado una actuación que ha perjudicado a otro o simplemente se afirma como una verdad intrínseca lo que a sabiendas se sabe que no lo es, con el claro objetivo de confundir a los receptores.

El caso es que, deshecho el recto proceder de quien mantiene viva la llama de la educación, de la moral y de la ética, el paso del tiempo ha dado lugar a que la mentira o el no decir toda la verdad de forma interesada haya pasado a formar parte de nuestra cultura. Hasta el extremo de que, en ciertos paraísos, la mentira no se castiga y se concibe como algo natural. La confabulación y el abuso llega a que las noticias falsas circulen sin cortapisa, y que los rostros pálidos de nuestros cándidos políticos aborden sus discursos con mentiras tan elocuentes como para que la reiteración haya hecho que no adquiera la relevancia que debería tener. En definitiva, se entra en el círculo vicioso de la mentira por costumbre. Arraigada y consentida.

El confesionario que representa el pueblo ha absuelto a los mentirosos hasta el punto que ya nadie se inmuta cuando escucha barbaridad tras barbaridad, mentira tras mentira, porque a la postre el seguir a pies juntillas a los enigmáticos líderes se convierte en premisa de ideologías que sobrepasa a todo lo demás. España es, en este caótico momento, un claro ejemplo a resaltar. Me duele decirlo pero ya nadie se va a sorprender de que venga a decir que estamos rodeados de mentirosos compulsivos por doquier que con su prepotente actuar acallan a los que deberían hacer ver la verdad. Decirlo así podría suponer que entraran en el saco todos los políticos, pero ello está lejos de mi intención. Siempre, a Dios gracia, estarán los que no mienten o lo hacen de forma piadosa, incluso esos otros que presos de verdades como puños apabullan con su dictado en grito abierto hacia el desierto. No creo que llegado a este punto no haya puesto el lector ya caras al entuerto, por sobradamente conocidos y sufridos. Me evita así entrar en mayores detalles.

Hasta tal punto confluye la mentira como modo de manifestarse que no termina una cuando ya está presente la siguiente. Y quitada la mascarilla nada sonroja a los mentirosos. Sobre todo cuando siempre será culpa de los demás intentar desacreditar al mentiroso que ha llegado ya a creerse sus propias mentiras. Los pávidos oyentes nos limitaremos a sonreír como quien escucha el monólogo divertido del cómico de turno. Tristemente nos reímos de lo que debería lamentarse.

El caso es que en no todos los lugares se actúa del mismo modo. La mentira está penada en muchos países democráticos hasta el punto que las dimisiones proliferan como único mecanismo de solución. Cogerte con el carrito de los helados es tanto como asumir la pena del destierro político. Pero aquí, en España, mentir sobre algo puede servir de noticiable pero de nada más. El seguir esta senda es un claro síntoma de debilidad que enfurece a la democracia. Ojalá que no la lesione de gravedad.

No quisiera terminar este post sin traer a colación una vieja leyenda anónima que llegara a nuestros días gracias a la pintura del francés Jean-Lémon Gerôme, que representó a la verdad como una mujer que sale de un pozo desnuda, con cara de terror y gritando, en clara actitud beligerante. Aparece con un látigo en la mano, como instrumento de castigo para los que la insultan.  

La leyenda anónima que inspiró a Gerôme, dice lo siguiente:

Cuenta la leyenda que un día la verdad y la mentira se cruzaron.

-Buenos días, dijo la mentira.
-Buenos días, contestó la verdad.
-Hermoso día, dijo la mentira.

Entonces la verdad se asomó para ver si era cierto. Lo era.

-Hermoso día, dijo entonces la verdad.
-Aún más hermoso está el lago, dijo la mentira.

La verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió. Corrió la mentira hacia el agua y dijo:

-El agua está aún más hermosa, nademos.

La verdad tocó el agua con sus dedos y realmente estaba hermosa y confió en la mentira. Ambas se quitaron las ropas y nadaron.

Un rato después salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue.

La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira, comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla.
Es así como, aún hoy en día, la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad desnuda.

Un comentario en “La mentira como modus vivendi

  1. Manuel Cuenca Ruiz

    Ciertamente hoy en día la mentira prolifera de manera alarmante en el mundo de la política. Para muestra de ello el último debate en el senado, en el cual el líder del PP desmonta todo el discurso del presidente de gobierno punto por punto. La mentira por mucho que se repita nunca será verdad. Pero va dejando un poso que a la larga hace un daño casi irreparable. Y todo porque en esta sociedad no nos paramos e investigamos de dónde y de quién es la noticia o qué medio la publica. También porque pasamos de todo pensando que no va con cada uno, hasta que nos toca y entonces … nos lamentamos y ya es tarde. El consejo de tus padres es el correcto. Así nos enseñaron a los que ya hace tiempo peinamos canas. Es fundamental ser honestos y éticos con los demás y con uno mismo. Con la verdad se llega a todas partes. Con la mentira tarde o temprano te darás un batacazo.

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