La vida no es cómoda

El llevar ya un buen trecho recorrido en la vida, la mía, me hace ver las cosas con el prisma de lo mucho acaecido desde que empezara a tener uso de razón. Y realmente compruebo como han ido sucediendo acontecimientos luctuosos que te han llevado a preguntarte si es casualidad o un designio torticero el que tengas que ir superando obstáculo tras obstáculo y sufriendo en no pocos momentos. Pero miras a tu alrededor y compruebas que cada peregrino de la vida lleva su propia cruz, la del destino que esté marcado, unos con más y otros con menos fortuna pero, a la postre, todos imbuidos en el mundo de las tinieblas de lo que pueda ir viniendo.

Escuchaba en una reciente entrevista que se hacía al escritor y miembro de la Real Academia Española, Arturo Pérez-Reverte, del que me considero fiel seguidor de lo que escribe, que con su verborrea acostumbrada dictaminaba que «la vida es un desastre», matizada la expresión referida al hecho de que los infortunios se presentan de forma frecuente sin llamarlos y para lo que debemos estar preparados de cara a afrontar el día a día. Para algunos, seguro que los más detractores y críticos del afamado escritor, no dejará de ser una más de las salidas de tono del susodicho y tendrán incluso el valor de dictaminar que la vida es bella y el desastre será el que cada uno se monte por sí mismo. Para otros, entre los que me voy a incluir, no deja de ser un acierto que con una palabra tremendista te haga recapacitar y pensar en lo que se está queriendo decir.

Efectivamente, tanto me hacía cavilar que he acudido a lo que pudiera decirse por especialistas acerca de lo que es la vida en su trayectoria. Y he aquí que, con casi generalizada aceptación de los psicólogos, se considera necesario aprender a vivir con el sufrimiento, con ese dolor que acaece a la vuelta de cada esquina y que, cuando no se está preparado para soportarlo, te hace sucumbir hasta caer en un mundo no deseado. Desastre y sufrimiento son, por ello mismo, certeros designios de la vida. Uno, el primero, por resultar inevitable que se sucedan acontecimientos no deseados que te hacen desesperar; desde los más tremendos, cuales pudieran ser la pérdida de seres queridos, a otros que como el martillo que apuntala el clavo, van dando sucesivos golpes para profundizar y agudizar el dolor. Surge así el sufrimiento como algo que resulta natural. Y es que, el día a día no es fácil de llevar, porque es raro que no suceda algo que te haga sucumbir, desde incidencias en el mundo laboral, en el terreno familiar, en la convivencia con otros, o en aspecto de lo casual, para con ello encontrarnos en el dilema del decaimiento y el malestar.

Ocurre que, con ser sucesos ordinarios y por ello mismo extensivo a todo sujeto viviente, la educación y la envolvente que venimos haciendo para nada ayuda a afrontarlos. Vivimos en eso que se llama zona de confort, en la comodidad de lo material que nos rodea y a la que nos volcamos con ansiedad, que cuando ocurren sucesos o acontecimientos inesperados de los que nos hacen mella por la negatividad que representan, huimos rápidamente de ellos. Si acaece esta situación en alguien cercano, es más fácil huir y dejarle con su padecimiento, eso sí, si acaso, dando una palmadita en la espalda y diciendo que si se necesita algo no dude en acudir a quien, sospechosamente ya, no parece tener mucho interés en verse inmerso en problemas ajenos.

Así las cosas, también escuchaba decir a algún contertulio de la radio que «vivimos para tener y no para ser». La batalla diaria es ir codeando y conseguir lo mejor que materialmente se pueda, desde el vehículo, la vivienda, los medios tecnológicos más avanzados, el gozo de unas vacaciones o períodos de descanso en paraísos terrenales, la copita diaria, etcétera etcétera, pues no creo que haga falta refrescar memorias de lo que a simple vista se encuentra al alcance de cualquiera que quiera darse cuenta del designio de los seres humanos. Vivir, por tanto, para tener. Lo más que se pueda.

Poco o nada hacemos para ser mejores personas, adquirir valores que permitan convivir con respeto y dignidad, aprender a soportar los infortunios que llegan y, en definitiva, seguir el ejemplo que nos dieron nuestros antepasados que, presos de miles de dificultades, supieron enfrentarse a ellas para conseguir salir lo más airoso que se pudiera, hasta llegar al progreso que hoy nos encontramos. Un poco de modestia y respeto a estos luchadores de la vida nos vendría muy bien para salir de esa burbuja del lujo y la comodidad que, según parece, son los únicos objetivos perseguidos en la actualidad.

Mi razonamiento lo es hacia la advertencia de que el sufrimiento está ahí, presente y conviviendo con el ser humano, y esas manidas expresiones de la mala suerte que se tenga o de que todo te suceda a ti no son más que paraguas que abrimos para intentar que el agua no caiga encima nuestra. Mejor dejar caer las gotas sobre nuestro rostro, sabiendo que los sucesos son tan normales con lo cotidiano como lo bueno y sorprendente que resulten las fortunas con las que nos premie la vida.

Craso error puede resultar que intentes encontrar culpables de la situación, que no es otra cosa que la que el designio ha querido y conviene por ello mismo aceptarla e intentar comprenderla buscando la forma de emerger del abismo que pudiera estar ahogándote.

Pienso por todo ello que, con ser algo universal y extensivo a todos los seres humanos, debe asimilarse que no hay vida sin una cuota de sufrimiento. Recordarlo y aprender a gestionarlo es de vital importancia para que no llegue a desbordar al que lo padece. Un aprendizaje necesario para vivir, porque como ya dijera el escritor y poeta italiano Arturo Graf:Bien poco enseñó la vida a quien no le enseñó a soportar el dolor”.

Volviendo a referir a nuestros antepasados y su modo de vida, me pregunto ahora, cuando el mundo parece estar convulso y los acontecimientos catastróficos empiezan a hacer mella, si ¿sería posible vivir felizmente sin tener las comodidades que hoy en día están a nuestro alcance? Y lo que es más gravoso, ¿podrían sobrevivir en ese mundo las criaturas que desde que nacieron han dispuesto de una zona de confort impresionante? No quiero que se llegue a ello, pero no deberían resultarnos ajenos otros mundos donde se sobrevive a duras penas con los infortunios. Curiosamente con escasas lágrimas y casi siempre con una sonrisa en la cara.

Una mirada a todo ello seguro que nos hará recapacitar para saber cómo comportarnos cuando las borrascas aparezcan y para valorar lo que esté a nuestro alrededor y parece menudo, como premios puestos para que la felicidad se conciba desde lo sencillo y no buscando el refugio en lo grandilocuente y huyendo de enfrentarnos al dolor que produce el desastre y el sufrimiento.

Un comentario en “La vida no es cómoda

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