Qatar, aquí el Mundial

Asistimos a ese espectáculo futbolístico que cada cuatro años aparece para deleite de los aficionados, reuniendo a la élite deportiva del mundo. La novedad, ahora, es que llevamos el núcleo de la competición a tierras desérticas, únicamente posible de acometer si se realiza en un período de tiempo diferenciado de lo que venía siendo corriente y en un país donde la economía permitiera realizar infraestructuras apropiadas para que el entorno no fuera un impedimento.

Ocurre que, en particular, estamos en un país, Qatar, donde los derechos fundamentales de las personas brillan por su ausencia, y la explotación obrera ha llevado a múltiples decesos de migrantes obreros por las condiciones ínfimas y abusivas que han sufrido para que en tiempo récord se pudieran cumplir unas obras majestuosas. El dinero mueve lo que haga falta y el mundo entero, inmerso en esas organizaciones llamadas FIFA y UEFA, obvian cualquier cosa que pudiera impedir el deseo de los magnates árabes.

Esta circunstancia ha llevado a que, sin faltar ninguna selección al evento, se rodee su celebración con polémica y se posturee con particulares intentos de ser más que nadie en la repulsa a los organizadores y al lugar. Por su parte, desde las casas son muchas las personas que deciden fustigarse a sí mismos sin ver ningún partido.

Por lo pronto, se pretendía lucir por parte de los capitanes de algunas selecciones unos brazaletes con la bandera arco iris, llamados “One love”, como apoyo al colectivo LGTBIQ+ y en repulsa a la política imperante en este país. Una idea de ello puede verse en las propias palabras esgrimidas por Khalid Salman, embajador del mundial y exfutbolista catarí, que llegó a calificar a la homosexualidad como un “daño mental” y un “pecado”. La pretendida postura fue prohibida expresamente por la FIFA atendiendo a las normas que tiene y que impiden lucir símbolos políticos durante los partidos. La amenaza de sanción impidió que se cumpliera el deseo de destacarse, aunque nada ha podido hacerse ante ese otro postureo politiquero que han realizado algunos ministros que, estando presentes en el lugar y presenciando el espectáculo, han portado ese elemento reivindicativo. La principal y más llamativa fue la alemana Nancy Faeser, de Interior que, acompañando al máximo dirigente de la FIFA portaba el brazalete y se hacía ver ante el mundo como firme defensora de los derechos humanos. No se dejó esperar que otros le siguieran y, poco después, por parte de Bélgica, Hadja Lahbib, de Asuntos Exteriores, lucía el mismo brazalete acompañando al presidente de la FIFA durante el partido de su selección.

Como para cualquier cosa surge el negocio y las personas prestas a sacar punta (económica, claro), la propia página web de la federación de fútbol de Países Bajos ofrece entre sus productos el brazalete. La aceptación ha hecho que quede agotado y otras tiendas no oficiales venden réplicas.

Puestos a hacerse protagonistas, los jugadores de la selección alemana se hacían la foto de rigor al comienzo de su desastroso partido, con los jugadores tapándose la boca. Clara alusión a su repulsa por impedirles expresarse libremente.

Otros países, como Dinamarca, que acude igualmente al evento deportivo, quería destacar de alguna forma su repulsa a la celebración del evento en este lugar, y anunciaba que lucirá sus escudos prácticamente invisibles en sus camisetas, además de no seguir su costumbre arraigada en otros mundiales de que las esposas y novias de los jugadores acompañaran a los directivos, para de esta forma dejar de contribuir a generar ganancias a Qatar. No lo digo yo sino la información suministrada por la federación deportiva.

En el colmo de las decisiones, y en sentido inverso, se encuentra el grupo terrorista Al Qaeda, que ha pedido a los musulmanes de todo el mundo que no se acerquen a la cita futbolística porque el país organizador lleva a “personas inmorales, homosexuales, sembradores de corrupción y ateísmo a la Península Arábiga”. Al mismo tiempo considera que el evento sirve en realidad para desviar la atención de la “ocupación de países musulmanes y su opresión”.

Sea como fuere estamos ante un Mundial que dejará posos. Tantos como para que la hipocresía también esté presente. Acudir al evento para mostrar en él su repulsa es tanto como hacer postureo para querer ser diferente y quedar en mal lugar a los que no sigan estos dictados populistas. Digamos que hacemos otra competición paralela en la que se pretende ganar en su elocuente deseo de ser más que nadie defendiendo derechos, pero la realidad es más patente que todo eso: nadie ha boicoteado este mundial y ha desistido de acudir a él. Todos presentes pero con fotos que intentan exonerar de responsabilidad. No pero sí. Hipocresía pura.

Mi respeto a cuantos aficionados han desistido de acudir al evento, o a los que en la propia intimidad y decisión de sus actos dejan de ver los encuentros por cuanto lleva de criterio repulsivo a un lugar inhóspito lleno de despropósitos.

En todo caso, mirando en positivo, creo que cualquier acercamiento a estos lugares son propicios para que puedan ir mejorando en sus actitudes y las formas de cambiar costumbres totalmente obsoletas y que nada pueden tener como la voz y dictados de los dioses.

La hipocresía es contraria a las sanas costumbres de los humanos, y si lo drástico es lo que se quiere pues dejemos de percibir el petróleo, el gas, y las relaciones con cualquier país dictatorial. Pero más vale preconizar la mejora de los derechos humanos y facilitar que los obtusos puedan ir abriendo los ojos. Creo, por tanto, que acudir a celebrar un encuentro deportivo mundial en un determinado lugar no significa en modo alguno compartir política con los lugareños, sino más bien hacer ver que el mundo es algo más grande y que hagan recapacitar en el modo de vivir. Por algo se dice que el deporte educa y genera valores en los humanos. Pues divulguemos esta posibilidad.

Decir, por último, que gane el mundial quién mejor practique el deporte futbolístico y no quienes con fervorosos postureos quieran hacerse protagonistas del evento.

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