Acostumbramos a oír con cierta asiduidad la difícil situación en que se encuentran algunas personas que, por el accionar de otros, les lleva a mantener un papel pasivo de padecimiento que conocemos con el nombre de «víctima». Incluso puede ocurrir que, tal y como reza en el diccionario de la Real Academia Española, la posición pueda producirse de forma azarosa, fortuita, haciendo que se represente el victimismo como algo consustancial a una desgracia producida en un ser humano.
Si nos encontramos con dos sujetos, el victimario como accionante y la víctima como sufridor del daño físico o psicológico, funcionan ambos como oposición, y el repudio generalizado lo es hacia la primera y el apoyo hacia la segunda, algo natural y con distinto alcance si lo que se produce reviste la característica de ser un delito penado. Buena prueba de todo ello lo tenemos en las continuas agresiones que ofrece el noticiario a diario, y la respuesta de sensibilización que recibe de todos nosotros, prestos a aliarnos de forma inmediata con los que padecen la agresión.
El tema en sí me interesa, y así lo he podido tratar en otras entradas anteriores, por lo que de cruel puede tener para los que padecen estas situaciones cuando son reales, pero también por lo que de maquillaje pueda existir para utilizar el resorte del victimismo como fuente de ayuda y de arma arrojadiza hacia otros que interesa verlos humillados socialmente.

En la vida nos encontramos con personas que utilizan la figura del victimismo con un claro objetivo, cual es conseguir el apoyo de los demás. Entramos así en una gama de comportamientos de diversa índole que no se adaptan a la realidad, esto es, no hay la presión externa que quiere hacerse ver como si existiera para recibir el estímulo y apoyo de otros, a veces de forma tan desmedida cuando lo pretendido alcanza a otro sujeto que quiere dejarse como humillado y santificado con la consideración de victimaria, como causante de la situación. Una artimaña que hace difícil desentrañar el enredo porque en el mundo de lo social, cuando no se llega al periplo judicial de aportación y comprobación de pruebas, puede resultar muy fácil descalificar y acusar para hacer del victimismo el arma letal que lleve a los señalados a verse envuelto en una imagen negativa que dista o puede distar mucho de la realidad.
Hoy en día, el libertinaje que utiliza el periodismo de pacotilla, ese que a veces –muchas- no se sustenta en titulación de los que parecen serlo, ni en deontología profesional alguna, convierte a sus emisarios en serios provocadores de este tipo de situaciones nefastas para quien cae en la desgracia de verse acribillado por los disparos de los que utilizan a otros para que se hagan portavoces de la práctica del victimismo. Es fácil tirar piedras, máxime cuando es indiferente el impacto que puede producir en los que hacen de diana.
El mundo del desaire y ataque personal es práctica habitual en programas de buitreros que cuanto más practiquen el mensaje mayor carnaza tendrán para acercar a sus roñeras pezuñas. Tanto como para que ya se llegue también a utilizar los libros escritos por otros para acusar despiadadamente a los demás, haciendo ver que se ocupa una posición de víctima que a la postre llama tanto la atención como para hacer de oro a los emisarios, y una buena prueba está en el reciente libro publicado por el príncipe Harry de Inglaterra. «Spare. En la sombra» es un libro de memorias que en pocos días lleva alcanzado más de tres millones de ejemplares en todo el mundo. Un claro ejemplo del victimismo, que no es el único pues el mercado se autoabastece en la actualidad con múltiples publicaciones que postulan esta posición, como una especie de venganza o represalia, y dejan en el aire a presuntos victimarios que a ver cómo consiguen paliar la afronta.
Cada uno con sus propias armas, y de esta forma también asistimos impávidos a tararear y bailar con Shakira los dardos envenenados que suelta hasta el compañero sentimental que ha tenido hasta ahora, padre de sus hijos, conminando a un victimismo que le está reportando grandes beneficios económicos y que, por el contrario, va a costar remontar al que señala claramente como su victimario. Nadie ha estado conviviendo con ellos como dar o quitar razones, pero lo de humillar gratuitamente parece una osadía fraudulenta.
Con ello ni quito ni doy razón, simplemente creo que los métodos utilizados no son -a mi modo de ver- los más apropiados. El caso es que utilizar a los demás para buscar aliados a la causa es una práctica que sin restarle el valor y la veracidad que puedan tener en los casos que sean reales y auténticos, es también y en muchos casos una manipulación emocional que buscan los que no encuentran otra manera de satisfacer sus deseos, normalmente problemas que no se afrontan como se debiera y por el cauce adecuado para ello.
Por llegar a ciertos posicionamientos lamentables, te encuentras a gente que sin aceptar la posible carga de responsabilidad, de culpabilidad que se tenga en el problema que les acucia, les encanta situarse en el papel de víctima. Tanto como para que todo lo malo que les pueda ocurrir en la vida se achaquen a otras personas, haciéndolo del modo más sibilino que se conozca, especialmente considerarse víctima de despropósitos ocasionados por esos otros, convirtiéndolos así en el reducto del más lamentable asedio social.
Se dice que vivimos unos tiempos que se caracterizan por la reivindicación, la queja continua, haciéndonos víctimas colectivas y extrapoladas a lo individual. La negatividad aflora hasta el extremo de convertirnos en enemigos de otros, o encasillando a otros en el rebaño de los enemigos, y así aparece el victimismo como un fenómeno social. Sufrimos, padecemos y somos mártires de otros, nunca mirándonos al ombligo para detectar qué porción de culpa nos corresponde en esas hipotéticas situaciones que nos llevan a desfallecer sin aportar las fuerzas que precisamos. Ocurre que, cuando la situación es real, nos encontramos con la sorpresa que dan los afectados que en su gran mayoría hacen del silencio su tratamiento e intentan remontar la situación con las armas que posee la interioridad del ser humano. Y así, cuanto más teatrera es la situación, más descabellada suele ser la situación que motiva y hace exteriorizar los síntomas del victimismo.

Hacerse la víctima de forma manipuladora es, a la postre, una estrategia para someter a las personas que se tiene alrededor. Con la pena que podamos dar se recibe la atención que se requiere, alejando del abrazo a los que queremos dejar fuera por nuestro instinto manipulador. Un comportamiento muy sutil que es utilizado como chantaje emocional. Y suele venir de la mano de personas que aparecen como encantadoras, llenas de apego a las que quiere manipularse, para así convenir en la necesidad de recibir la ayuda que precisan.
Pero ocurre que en esto, como en todas las situaciones de aprovechamiento de los demás, cuando se usa y abusa de ello, hace sospechar y al final creo firmemente que prevalece la realidad, porque ser víctima sin serlo es un mero artificio que cae como desaparece el humo cuando deja la llama que lo alimenta. No es fácil, pero no imposible. Mejor avivar las defensas para no caer en las redes de quienes manipulando humillan a los demás. No estará de más cerciorarse de lo que realmente pueda existir antes de tomar partido por el mero hecho de escuchar a quien hace narraciones sin escrúpulos.