Pasear por las plazas y calles más antiguas de las ciudades supone que se dé rienda suelta a la imaginación para admirar los tesoros que esconden, producto de una historia que en estos lugares se mantienen a pesar de la multitud de circunstancias y actuaciones que hayan ido acaeciendo, algunas tan lamentables como para hacer desaparecer, sin ningún tipo de remordimiento, los recuerdos más preciados. Pero así es el hombre (o la mujer) cuando no repara más que en el desprecio que pueda tener internamente para evitar que de lo pasado quede vestigio alguno. Se vive al día y lo más lamentable es que la juventud ha ido recibiendo una educación que, en un alto porcentaje, se deja llevar por el futuro de la tecnología sin reparar que lo de avance que tenemos hoy en día ha sido gracias a un pasado que nos ha hecho evolucionar y progresar, y del que tenemos que seguir aprendiendo.
No es la primera vez, ni será la última, que acudiré al casco antiguo de mi ciudad buscando vestigios de cualquier cosa que pueda llamarme la atención. Porque la ciudad es para mí un espacio educativo. He venido relatando diversos elementos urbanos ornamentales, como las luminarias que mantienen el poso de los años, o las aldabas o llamadores que algunas puertas mantienen para recordar que hubo momentos donde simplemente llamar a las viviendas necesitó de un ingenio que hiciera saber que alguien pretendía contactar con quienes las habitaban. Sigo esta estela, y aun corriendo el riesgo de pisar lo que no quiero, paseo con la cabeza levantada porque en las alturas se perfilan elementos de gran belleza: los bonitos recovecos que dibujan los balcones de forjas. Unos recuperados y otros en claro y manifiesto estado de abandono que hace presagiar lo peor. Cuando paseas, no puedes evitar observar este paisaje con el detenimiento necesario para dejar llevar la mente pensando en las historias que esconderán cada uno de ellos.
La concebida como arquitectura del hierro surgida a finales del siglo XIX, se hizo patente también en ventanas y balcones, que pasaron a ser un elemento de ornato urbano y, al mismo tiempo, símbolo de prestigio y, para las instituciones, elemento de representatividad y convocatoria ciudadana pues, en él, se exhibían las banderas y estandartes, y desde ellos se lanzaban las proclamas y bandos cuando no eran protagonistas de discursos que se dirigen a la población. Costumbres que, como podemos comprobar, se mantienen.
Entre sus variedades hago especial énfasis en los balcones cerrados y acristalados, una mezcla de forja y vidrio que no pasa desapercibida para quien levanta la mirada cuando transita por el casco antiguo.
Con mi cámara como compañera, quedo aquí plasmado un panorama visual de la ciudad de Badajoz.
Increíbles fotografías de los balcones. As transmitido con una sencillez, algo artístico donde lo haya. Un saludo
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Muchas gracias por tu comentario. Transmitir lo bello que nos rodea es mi ilusión. Un saludo.
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Genial artículo, me ha gustado. Luciano, te he enviado un mensaje por Facebook, estoy intentando contactar contigo. Un saludo
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