El ser humano es sociable y, por ello mismo, muestra una clara faceta de convivencia con los congéneres para mantener viva la llama de la camaradería, utilizando la palabrería como poder innato para la comunicación. Ocurre que, a veces, el uso se hace con una verborrea que agota al receptor más paciente. A los que saboreamos los silencios con especial ahínco, nos sube internamente la adrenalina cuando delante tenemos a quien no se calla ni debajo del agua.
El síntoma se convierte en enfermizo cuando esas colectividades laborales prestas al descanso permanente, utilizan la boca para proferir permanentes cotilleos que, en ese grado de traspaso de unos a otros en los que va adquiriendo tintes propios de lo que aporta cada uno, se incrementan sucesivamente para convertirse, en realidad, en una forma de acoso que a ver quién tiene agallas para erradicarlas del espacio abierto. El cotilleo adquiere tintes desorbitados de malignidad cuando lo es hacia la acusación velada de la autoría de cuasidelitos. Por aquello de que, si pretendemos hacer daño, eso de que “cuando el río suena agua lleva”, o “miente, miente que algo queda”, se convierte en un arma letal para quien aparece como señalado. En todo ello acaece el interior de sujetos que no tienen escrúpulos en su libertad palabrera, cuando no les absorbe la envidia, y la búsqueda de métodos torticeros para pasar por encima de quien sea y por el método que fuera.
El caso es que este tipo de actitudes, cuando van proliferando, generan una negatividad que termina afectando al clima laboral. Conviene estar prestos a no involucrarnos en estos círculos viciosos, por aquello de que lo tóxico nos puede afectar, y de qué manera. Huir a tiempo de estas envenenadas personas, dejarlas en la soledad de su falta de escrúpulos, no solo será beneficioso para nosotros sino también para el entorno en el que nos movemos.
Dejarse influenciar de los sabios seguro que nos ayuda. El que fuera creador de la mayéutica, el gran filósofo Sócrates, nos dejó bastantes legados que conviene recordar y nunca olvidar. En este caso, y en el tema que ahora trato, se encuentra el conocido como triple filtro.
Un día se acercó a Sócrates un conocido suyo y le dijo: ¿sabes lo que escuché acerca de un amigo tuyo?
Tras mirarle le replicó: “un momento, antes de decirme aquello que vienes a contarme, tenemos que asegurarnos de que pasa la prueba del triple filtro”.
Su conocido preguntó extrañado; ¿un triple filtro?
Así es, contesta Sócrates. “Antes de que hables sobre mi amigo será buena idea dedicar un tiempo a filtrar lo que me vas a decir”.
El primer filtro es el de la verdad. Dime, ¿Estás absolutamente seguro de que aquello que me vas a decir es cierto?
«No«, contesta el conocido. “En realidad, solo lo escuché”.
Conclusión: “Bien, entonces no sabes, realmente, si lo que vienes a decir es cierto o no”.
El segundo filtro es el de la bondad. Sócrates dice: “Lo que estás a punto de decirme, ¿es algo bueno?»
Contestación: “No, en realidad es todo lo contrario”.
Resolución: “Así que lo que vas a decirme es algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto”.
La lección iba calando y el conocido empezaba a sentirse ya un poco avergonzado, y así lo denotaba que se encogiera de hombros.
Sócrates continuó: “Hay una prueba final que es el filtro de la utilidad”, y le insiste “¿Lo que estás a punto de decirme va a ser útil para nosotros, para mí?
Contestación: “Probablemente no”.
Bueno, concluyó Sócrates, “Si lo que vienes a decirme no sabes si es cierto, no es bueno y no es útil, entonces ¿por qué tendrías que contármelo?»
Sin duda, una enseñanza magistral la que se nos da con este método del triple filtro de Sócrates. Para que lo incorporemos a nuestro interior y tenerlo presente.
Creo que con no superar alguno de los tres filtros sería más que suficiente para que desterráramos de nuestra forma de ser y actuar esas muestras dañinas de acudir al descrédito de los demás. Por puro saneamiento de la convivencia humana.