Las ciudades aparecen pobladas de personas que con su tránsito cotidiano dan viveza a sus calles. Cada uno con su propio plan y cumpliendo el papel que le corresponde en un mundo lleno de prisas, para diluirse en la superficialidad del conjunto y que no deja ver más que una corriente de personas con un ir y venir hacia donde sea menester. En el detalle, no hay mejor paisaje que sentarse para ver lo que acontece, incidiendo así en los personajes que van apareciendo en escena.
En esto de reparar en los detalles confieso que es una de mis mayores distracciones. Aunque no lo haga con el afán de chismorrear lo que para nada me incumbe, sino para apreciar la personalidad que surge de sus figuras y que mueve a cada uno para actuar según desee, quiera o pueda. Y en esa vorágine te sorprende lo que puedas ver, porque aunque parezca que todos somos iguales, lo cierto es que cada uno muestra una singularidad propia que le hace diferente del que pueda llevar al lado o moverse en la misma dirección.
En esta curiosidad visual que me mueve, y en la ciudad donde vivo, que es de población media, he llegado a conocer con cierta profusión a los que merodean sin techo o con necesidades perentorias, fruto muchas de ellas de las desventuras personales o del mero consejo que les brinda sus cabezas. Todo porque si paras a escuchar o sigues sus hazañas y recorridos, preguntando a quienes puedan encontrarse más cerca, adviertes que junto a la oscuridad que produce lo desconocido fluye una ligera brisa que vislumbra historias que merecen ser conocidas con el respeto a la dignidad, intimidad y a la propia imagen que merece todo ser humano. Ver más allá de lo superficial es bastante sano para que cuando opinemos lo hagamos con cabal conocimiento. Y sobre todo para no olvidar que se trata de seres humanos.
En este bullicioso mundo que vivimos no dejan de aparecer lo que considero son ídolos de barro, fantoches por fuera pero frágiles por dentro, que merodean por los sitios de costumbre y que llegan a ser tan conocidos como para que los transeúntes los consideren como integrantes del decorado urbano. Para reconocerlos y pasar de ellos sin mayor preocupación. En mi afán de ver algo más, los sigo en sus movimientos con el pretencioso intento de averiguar que esconden esos mundos que transitan. Y en ese repaso callejero descubro a uno de ellos que me inunda de curiosidades.
Quienes me conocen se ríen cuando simplemente digo que estoy ante uno de mis ídolos, sin entender que mi admiración va más allá de lo que se ve para resaltar la fragilidad que detecto existe en su interior y que es lo que les hace grande. Es como todos pero no, hay aspectos que me llaman la atención tanto como para plantearme este humilde relato para reconocer que es tan protagonista de este mundo como cualquier otro viviente, todos igualmente presos de fortalezas y debilidades. Y en mi incisiva admiración, busco, pregunto y le escucho cuanto puedo para descubrir que estoy ante un rebelde especialmente ordenado al que le gusta acudir a la Alcazaba badajocense para sentarse en uno de los bancos que permiten admirar la belleza del paisaje y el que parece lento discurrir de las aguas del río Guadiana atravesando la capital, surcado por los puentes que hacen perder la mirada en el horizonte donde finalmente se esconde y prosigue ya en tierras portuguesas. También, y he aquí un sorprendente descubrimiento, para acudir a un centro público universitario existente en ese entorno y que le sirve de refugio matinal, para desde allí hacer su nueva entrada en el perfil de facebook que dispone.
Un perfil que, como no, me permite descubrir sus recorridos actuales y anteriores. Una fisonomía previa del momento que escapara de su círculo hace ya unos siete años y que depara la existencia de una hija con algún problema de audición y un nieto, amén de otros aspectos de lo que podía decirse era una persona tan normal como otra cualquiera y que, por sabe Dios qué razón, le lleva a romper con su estado acomodado, para pasar por una etapa en la que defiende con profusión que se vaya contra las prácticas nocivas para la salud, amén de ponerle especialmente nervioso la aglomeración de gente y las festividades nocturnas. Un paseante saludable en la medida de lo que se puede con esta forma de vivir, al que le gusta saborear el recorrido sin tener excesivo ruido a su alrededor. Bullicioso en ocasiones pero silente cuando merodea en sus artificioso mundo de la creación, aun cuando pudiera serlo solo en el bullicio de la mente.
Con una edad que supera los cincuenta años, luce pelo largo y cara alargada, y siempre muestra –dentro de lo que puede ser- un cuidado en la vestimenta que luce su escueta silueta. Fieles compañeras son las bolsas que siempre porta en sus manos repletas de papeles, lápices y otros utensilios personales. No observo que pida limosnas ni moleste a los ciudadanos en particular más que con el estruendo que produce el tremendo vozarrón que de vez en cuando sale de su interior, para proferir improperios a los poderes establecidos, política, iglesia…cuando no para simplemente aventurar desgracias próximas a ocurrir o para relatar pasajes de su vida que parecen martillear su cabeza. Profeta en tierra española aunque no en su localidad de nacimiento y origen familiar. En sus historias verbales reparas su origen cartagenero, su familia numerosa en la que aparece una madre a la que halaga efusivamente y un padre del que se habla poco y de manera despìadada. Si acaso, una hermana sale a colación en sus discursos.
Dentro del orden que sigue, le gusta tomar su desayuno en una churrería típica del casco antiguo, donde da los primeros responsos para proseguir con posterioridad su trayecto, a veces en sepulcral silencio, a veces con el dictado de sus profecías o también, por momentos, cantando canciones en el popurrí particular que improvisa. En otros momentos de parada lo gusta sentarse en una cafetería de la plaza principal de la ciudad para, mientras saborea el delicioso café, escribir sin cesar lo que podría decirse son poesías o simplemente reproduciendo letras de canciones que luego coloca en las inmediaciones.
Ocurre por lo general que estas personas suelen esconder una faceta artística, en este caso siendo especialmente habilidoso y creativo para las manualidades con cualquier tipo de material, y que luego le sirven para atraer al público, al que no duda en mostrar su gratitud regalando sus productos sin pedir nada a cambio. En el trato próximo a las personas se muestra con educación. No le falta inteligencia cuando se le saca conversación, para los recuerdos y el cálculo. En ese teatro que representa consigue sacar la sonrisa de los transeúntes, un mérito que ya le gustaría poseer a los que caminan por la oscuridad de sus pensamientos. Los que se consideran cuerdos.
Llega la noche y busca su “morada”, el refugio para descansar, con techo pero sin cerramiento, en las traseras de un edificio público, que dispone como mobiliario unos cartones que sirven de dormitorio, presidido por el cuadro que representan unas fotocopias en las que aparece él, sonriente, junto a un niño o niña igualmente riendo a carcajadas. Sin duda, su familia, a la que hace acompañar de una carta que muestra el as de oro. No puede haber una declaración más relevante, presa de la sencillez pero con manifiesta muestra de amor.
La locura es difícil de ocultar, y quien la padece poco puede hacer sino someterse al tratamiento que marquen los especialistas. Pero a veces es fácil de esgrimir la existencia de un estado parecido aun cuando pueda intuirse que se favorece y busca esa imagen para huir de lo correcto y ocultar otros sentimientos. Simplemente para romper con lo preestablecido. Aun cuando, claro está, el día a día en estas condiciones es fácil que pueda incidir en el estado salubre mental y físico. Quien sabe lo que depara ese incierto futuro que se muestra delante. Tan presente como fugaz en su presencia. Quizá por eso clama al cielo con una estilada figura.
Piterpa, como así se conoce y gusta que le digan al personaje que he considerado como protagonista de mi relato, no es más que una muestra de lo que nos encontramos en el camino y a los que sin reparar en más volvemos la cara, como si los demás fuéramos los espabilados, olvidando que no dejan de ser unos personajes más de la realidad que presenta esta vida, donde todo no es tan fácil ni hermoso como pudiera parecer. A veces, en no pocas ocasiones, los ídolos de barro se presentan ante nosotros para mostrarnos lo que esconde la vida para muchas personas. A las que simplemente con tratarles con amor favoreceríamos su bienestar. Tan simple como regalar una sonrisa. Porque a veces es conveniente apartar la vista de nuestro ombligo para ver que lo de alrededor merece que se repare en ello. El prójimo nos necesita.
Con todo mi cariño y respeto hacia las personas que merodean por el mundo de las contradicciones. Mis ídolos de barro.
👍👍👍
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muy bueno.
Me gustaMe gusta
Me ha gustado especialmente este artículo. Suelo elaborar «historias» acerca de lo que creo de ciertas personas a las que veo por la calle, sobre todo si pertenecen a ese colectivo al que te refieres en este artículo. ¿Cómo llega una persona a esa situación? ¿Qué habrá ocurrido en su vida, en su familia? Aunque me produce también mucha tristeza. Me gusta que hables de todo. Gracias.
Me gustaMe gusta
Agradecido por tu comentario. Y por considerar que este humilde mortal pueda tener opinión sobre todo y tenga alguna relevancia en el lector, aunque sea moral. Me gusta ver, observar y comentar cuanto me rodea y lo que vivo en este mundo tan variopinto. Es una forma más de reparar en lo que pasa cada día por delante y no le damos importancia. Un abrazo.
Me gustaMe gusta