Joker, desde la realidad de lo que acontece en la vida

        A buen seguro que todos los miles de espectadores que hemos tenido la oportunidad de ver esta magnífica película de Joker, en la que se caracteriza ese carismático personaje envuelto de payaso y con una risa neurótica que es producto de su inestabilidad emocional, encontramos motivos como para tener nuestra propia visión y narración de lo que creemos que significa o se quiere decir con este deambular por la vida de uno de tantos personajes y que, queriendo hacer reír es llevado a la tesitura de tener que mover sus labios con los dedos para que aflorara lo que debería ser natural.

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         Sí, querido lector, cuando se narran o visionan pasajes de la vida, de lo cotidiano, de la calle, de los sentimientos que fluyen en las personas que circundan por este mundo, por esos insignificantes seres que se mueven de un lado a otro para poder vivir, o simplemente sobrevivir, cada uno tenemos la certeza de conocer lo que fluye, aquello que con su movimiento da sentido a lo inmaterial, y que hace presuponer lo que acontece cuando se individualiza a un concreto personaje y se le hace protagonista para conocer con mayor profusión lo que acarrea su vivencia. Pero resulta evidente que no todos pueden coincidir en las apreciaciones de lo que ve porque cada cual advierte un sentido o significado particular acorde a como está transitando su propia vida. Porque compartir experiencias no hace que afloren y se tengan los mismos sentimientos. Todos vivimos en ese mundo donde lo aparente se magnifica hasta parecer que la gran mayoría nos movemos dentro de lo que se concibe como normalidad, pero que verdaderamente esconde a esos seres que, en mayor o menor medida sufren por ir atravesando sus espinosos caminos de la vida, esos que no permiten salirse de lo direccionado.

         Qué vemos en ese personaje protagonizado genialmente por Joaquín Phoenix (Arthur Fleck), sino un hombre que es ignorado por la sociedad, cuya motivación en la vida es hacer reír, pero que por una serie de trágicos acontecimientos le llevarán a que visione el mundo de otra forma y, al final, su eterna y peculiar sonrisa que brota en cualquier instante es producto de una completa demencia cuando abandona su medicación para vengarse de un orden establecido injusto donde las clases más desfavorecidas son incesablemente ninguneadas.

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         Parece evidente que en esa perspectiva mundana que advertimos, por mucho que nos vengan enseñando esas magníficas teorías psicológicas y frases ingeniosas dedicadas a la autoestima y a la frescura de ideas que permitan vivir, y que abundan en todos los medios y redes sociales, la gran realidad es que estamos inmersos en un mundo que es un tanto irracional y arbitrario en el que, como en la película, parece que la alternativa para sobrevivir es volverse loco, en mayor o menor escala pero sin fijarse mucho en la cordura de lo que hagamos.

        Y es que si nos despojamos de ese velo que envuelve lo que nos apetece vivir, podremos ver que alrededor nuestra se mueven mentes dispersas. Una sociedad que por la propia naturaleza del sistema va generando especies de monstruos, gente tóxica dicen los entendidos, que proliferan y contagian a los menos afectados por el virus de la inmisericordia. Basta pararse para recapacitar y darse cuenta de ello. Cuando no reparar en el daño que podamos infligir o recibir, sea la vertiente que sea y quiera divisarse. Ese bullicioso mundo que nos hemos acostumbrado ver y que parece tan “normal”, aunque lo visionado sea de una escalofriante inmundicia.

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          Qué decir de la forma de convivir, de esa mentira que parece ser la apropiada para satisfacernos nosotros y los interlocutores. Una mentira que a veces puede tener una dosis de compasión y de necesaria realidad para que eso de moverse con la sinceridad no pueda convertirse en un arma arrojadiza para despotricar al que tenemos de frente. La realidad es que entre sinceridad y mentira debe existir un término medio que evite el daño innecesario. La mentira piadosa, la media mentira o la mentira motivadora puede ser un síntoma de respeto y ayuda que se asemeje a la sinceridad de corazón, ajena a la de palabra que atienda ya a un parámetro de crueldad.

      Vivir en un mundo de “payasos”, no es hacerlo utilizando un significado despectivo. Es simplemente hacer alusión a los que se ponen caretas intentando engañar, sacar una sonrisa fingida. Pero que actúan escondiendo una crueldad que atenta contra la mente sana. Contra los demás. Mejor será conocer el mundo que pisamos, ir con pies de plomo, para que no nos invada y nos convierta en seres combativos, irracionales, trepas sin escrúpulos. La sonrisa debe salir con naturalidad, por la limpieza de espíritu, y que los payasos sean exclusivamente esos que se pintan pero infunden humanidad y cariño, seres nobles ajenos a los enmascarados. Los que sacan la sonrisa de la felicidad y que les distingue de esos que son crueles por genética o por el contagio sufrido.

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