Cuestionando el modo de conseguir la felicidad

         Cada día recibimos infinidad de mensajes dirigidos a conseguir la deseada felicidad que, según parece, es fácil alcanzarla con tan solo olvidar todo lo que tengamos alrededor para centrar la atención exclusivamente en nosotros y nuestros intereses. “¡Piensa en ti y no te resistas por el que dirán los demás o porque la cobardía atenace el fuerte deseo de hacer lo que quieres!”.”¡Nadie es dueño de tu felicidad, por eso, no dejes tu alegría, tu paz, tu vida, en manos de nadie!”.”¡No esperes que otras personas te hagan feliz; la felicidad depende de ti!”. “Si vives siempre para los demás acabas dejando de ser tú mismo”…Y todo un rosario de frases mágicas procedentes de quienes ven el yo como la pieza fundamental para sobrevivir en la jungla humana. Tan dramáticas llegan a ser como para concluir diciendo que la vida es tan corta que si hoy no piensas en ti y encuentras la felicidad estás perdiendo la esencia de tu paso por este paraíso.

          No seré yo quien cuestione esa dicha que hay que tener para querernos a nosotros mismos, como premisa necesaria para ser feliz y con ello poder asistir a los demás. Y lo puedo entender porque si estoy alicaído y mustio es difícil que pueda hacer algo más que hundirme en ese pozo en el que me pueda ver inmerso. Pero dicho con la contundencia que se preconiza me van a permitir los que lean estas palabras que difiera un tanto del mensaje tan categórico, porque quien reciba la lección, si lo hace sin entender la esencia de lo que se intenta decir, puede seguir la estela de la fortaleza y contribuir a seguir invadiendo ese mundo que, por desgracia, conocemos en cualquiera de los órdenes donde nos movamos. Abundan en esta selva los humanos que, anteponiendo su ego, no les importa dar cuantos codazos sean necesarios para seguir flotando en las turbias aguas en que nadamos. Parece que si se consigue estar arriba se alcanzará la dichosa y buscada felicidad. E importará un comino la de los demás o cómo pueden sentirse tras conocer y padecer la virulencia del conquistador.

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         Primero yo y luego el siguiente. Un lema tan aprendido desde pequeñitos y que, a mi entender, hace un flaco favor a la convivencia humana. Si para ser feliz hay que olvidar a cuantos nos rodean, difícil será que se piense en una convivencia sana. El trofeo, el podium, la victoria es tan perseguida que, cuando no se consigue, surge la infelicidad. Tan pavoroso desacierto humano es lo que se consigue cuando alegremente se simplifican los sentidos de las palabras para dejar entrever que tú y nadie más es lo que importa. Se busca ser feliz consiguiendo el éxito, la prevalencia sobre los demás. Y si alguien se interpone en el camino, sencillamente hay que arrojarlo o desprenderse de él. Los demás solo pueden servirnos si contribuyen a nuestro propósito.

        Si tuviera que atreverme a decir cómo llegar a la ansiada felicidad no podría sino comenzar con otro tipo de mensajes. Porque, a veces, pensando que tú alcanzas la felicidad mirándote al ombligo y olvidando a los demás, a la postre, no consigues el propósito buscado. Más bien considero que la felicidad se alcanza cuando tu mente consigue llegar a ella. Dichosa cabeza que tantos quebraderos da, más que el propio corazón, aunque una y otro mejor que no se pongan de acuerdo. Pero el camino no es fácil porque debe intentarse conjugar tu felicidad con la de quienes tienes alrededor. Al menos eso creo para que la conciencia no juegue malas pasadas.

        ¿Cómo podría entenderse que actuando exclusivamente para ti, y olvidando a quienes tienes alrededor pudieras conseguir la plena felicidad? El egoísmo se convertiría en la clave del éxito. Y, no creo que esto sea posible y el camino adecuado. Al menos dudo que sea tan fácil, aunque estoy seguro que habrá quien lo vea de otra forma porque de todo hay en la viña del Señor. Considero, y no quiero con ello dar lecciones categóricas, que a veces hay que sacrificar un tanto la felicidad propia para que los demás no puedan perder la suya. Complicado no, lo siguiente. Pero un mundo frío y egoísta no estimo que ayude a mejorar la situación. Hoy puede favorecerte ese posicionamiento que haga prevalecer tu empeño sobre los demás, pero mañana pueden volverse las tornas y ser tú la persona sacrificada para que otros encuentren su felicidad. Como dijera Osho, el maestro espiritual indio, “La oscuridad es una ausencia de luz. El ego es una ausencia de conciencia”.

       Insistiré, por ello, en la defensa de un mundo donde la felicidad se vea compartida. Y no en posicionamientos que hagan correr a cada uno en la dirección que más convenga a sus propios intereses. Puede que mi confusión sea propia de una educación donde se me hacía ver que el respeto a los demás propicia una convivencia sana. Un mundo en el que ayudarse y sacrificarse por los demás contribuye a mejorar la sociedad. Y así también se es feliz, aunque sea de otra manera. Buscando un estado emocional donde la paz y la tranquilidad se encuentren presentes. Así y todo, no es fácil conseguirlo. Puede incluso ocurrir que cediendo no hagas feliz al prójimo. Pero en la búsqueda del equilibrio podrá encontrarse la solución. Con las manos abiertas.

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        Con la libertad necesaria que permiten los tiempos actuales, buscar la felicidad propia no debe estar reñida con el intento de conjugarla con la de los demás. Aunque por medio haya sacrificios necesarios.

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