La desesperanza o desasosiego

La vida es sinuosa y efímera, al igual que repleta de trampas y coléricas virulencias de cuantos nos buscan…y encuentran. Hechos fortuitos o acontecimientos propiciados, sea como sea el caso es que danzamos al son de la música que toca, la que nos proyectan los que siguen al que los dirige.

Que soy un apasionado de la calle, en el sentido propio de ver lo que acontece, de cómo transita cada uno, refugiándome en los escondrijos que permiten pasar un tanto desapercibido, es una constante en mi camino, en este que por mí mismo he querido seguir aunque pudiera serlo por la necesidad de emerger del suburbio que puedan representar otros trayectos que a saber dónde conducirían.

Y en este mirar, observar y reflexionar te encuentras personas que muestran desasosiego por lo que han podido vivir o que se enfrentan a la desesperanza de haber perdido a seres queridos. Quizás, todos nosotros estamos inmersos en este desaguisado porque a buen seguro que no hay nadie —salvo los muy desalmados— que no recuerden a lo perdido, a lo amado, a lo que te daba vida y ahora están sabe Dios dónde. Tanto como para que en la soledad buscada o encontrada por las circunstancias de la vida, hables a solas con lo que añoras, con esa persona o personas que te daban tanto, o esos animales de compañía que venían a ser fieles sirvientes de tu ánimo. Tanto como para llegar hasta compartir con las sombras alguna copa buscada de propósito para exteriorizar lo que fluye en el interior.

En mi observación de otros, cuando no de mi interior que ya me parece un tanto aburrido, compruebo que hay personas que llenan su vida y que caminan acompañados de sombras que ellos únicamente ven. Porque quien se fue no desaparece más que para los demás, no para quienes estamos inmersos en una mente repleta de añoranzas y buenos recuerdos. Ese alguien es lo que nos hace proseguir, el bastión de nuestro duro combate, y aunque el duelo se dice que es un estadio que debe pasarse para que como todo en el tiempo deje paso al caminar con fluidez, no viene a ser más que un levantar la cabeza para poder vivir pero no para olvidar.

Ese caminar «acompañado» hace que existan personas que no dejan de estar cercanas a lo que se fue, para regalarles flores, compartir conversaciones consideradas por otros como de «locos», leerles libros o pasajes de ellos con pasión, y seguir una estela que nadie puede interrumpir. El transito por la vereda se hace con la mano suelta para acercar la sombra que acompaña.

Aunque lo intenten, no pueden creerse que deambulan desapercibidos. Los que «observamos» nos damos cuenta de lo que celosamente esconden o pretenden hacerlo, y en el acto del día a día se dejan señales de lo que acontece. Lo hacen con mayor o menor exteriorización de lo que hay, pero en definitiva las cruces que se soportan no son tan invisibles como parecen o creen así sus portadores.

Valgan mis palabras, sacadas tras la lectura de bastantes muestras de dolor y debilidades humanas, para abrazar a los que muestran desesperanza o desasosiego, para que sin complejo alguno sigan en ese actuar que recobra viveza para facilitar el camino, aunque la realidad convierta a lo que fuera material en espiritual. Vivir acompañado en la amplia acepción que pueda representar con lo físico o lo espiritual, es siempre una alternativa a la de hacerlo con el vacío que supone una soledad no buscada de propósito.

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