El uso de dispositivos móviles está tan arraigado a la vida cotidiana que parece imposible dar un paso sin tener este artilugio tecnológico en nuestro poder. El paisaje urbanístico está lleno de muestras elocuentes. Para colmo, todos participamos de estas conversaciones “públicas” por el hecho de que a las personas que utilizan el medio no les importa nada en absoluto dar el tono de voz apropiado como para que todo el mundo participe de la conversación. Subirse a un transporte público, encontrarse en salas de esperas o caminando por la calle, supone estar al corriente de conversaciones que deberían ser enteramente privadas pero que, por el consentimiento tácito de los personajes en cuestión, se hacen públicas. Las conversaciones por el móvil se convierten así en una importante fuente de información sobre los desconocidos.
Curiosamente el fenómeno de hablar por teléfono supone, a veces, algo parecido como hablarle a otra persona que no conoce nuestro idioma. Tendemos a levantar la voz y gritar, como mejor expresión bucal. No sólo estamos al corriente de la conversación sino también soportando el griterío del personal que te incomoda hasta extremos de la exasperación.
Esta tendencia involuntaria a incrementar el esfuerzo vocal trata de explicarse científicamente al señalar que es consecuencia de lo que se conoce como efecto o reflejo Lombard. Se llama así por el descubrimiento que hiciera el otorrinolaringólogo francés Étienne Lombard, que estableció a principios del siglo XX que los hablantes aumentan su esfuerzo vocal en presencia del ruido ambiental para evitar que sus mensajes sean menos inteligibles. El efecto no solo afecta a la sonoridad, sino también a otros factores como el tono, la frecuencia la duración del sonido de las sílabas. Este efecto de compensación resulta en un incremento de la proporción auditiva señal-ruido de las palabras de quien habla. Sin embargo, para otros no es más que una muestra de la mala educación cívica que se tiene.
Ocurre que tan inseparable es el móvil que no solo aparece como habitual en las facetas de la vida común sino también, y en particular, en los centros de trabajo, donde no es posible encontrar a un trabajador que no esté tan pendiente de su móvil como de la actividad laboral que debe desarrollar. Una interacción entre lo personal y lo profesional que resulta estresante.
Como siempre, las medidas para solventar situaciones alarmantes van por detrás de los acontecimientos. Un estudio realizado en 400 organizaciones de todo el mundo depara que el 55% de las empresas no cuentan con políticas de uso de los dispositivos móviles en el lugar de trabajo. Sin reglas es difícil reconducir situaciones, que resultan absolutamente necesarias para dejar de dar la patética imagen que puede advertirse en sitios donde ningún reparo se tiene para estar conectados mientras se cumple con la obligación de trabajar y, en su caso, de atender al público.
La progresión supone que puedas comprobar como el uso ha pasado de ser una cosa esporádica a algo tan prolifero para que resulte alarmante ver los pasillos y las entradas a los centros de trabajo que acumulan a trabajadores con el móvil en la oreja, o hablando sin aparente utensilio por aquello de que estamos en lo avanzado de lo que supone los “manos libres”, cuando no importando un bledo los compañeros y público para utilizarlo en el mismo puesto de trabajo, en conversación abierta para general conocimiento. Incluso con temas tan personales como para pasar vergüenza ajena, la que no tiene quien airea sus intimidades sin reparo alguno.
Unimos así otra distracción que, por decirlo graciablemente, hace más amena la jornada laboral. En no pocas ocasiones me quedo mirando al personal de limpieza que realizando su tarea en plenas calles hablan a solas. El “manos libres” permite limpiar y, a la vez, decir a otra persona aquello que debe prepararse para comer o lo bien se lo habían pasado o van a pasar en un acontecimiento inmediato, cuando no declarando abiertamente el amor que se profesa. Por más que quieras, no puedes evitar enterarte porque el nivel de voz no se sopesa en su volumen.
En recintos cerrados, el uso del móvil hace que incida en el comportamiento profesional no solo del que usa este medio, sino también de sus compañeros, sometidos a una presión que limita la capacidad del trabajo. No se puede exigir concentración en lugares donde se vocea por doquier.
También en este caso se han llevado estudios que vienen a ofrecernos cuestiones ciertamente curiosas pero tan relevantes como para prestarle la debida atención. Se dice que el cerebro actúa procesando lo que escuchamos y, como quiera que solo a uno de los dos interlocutores es a quien se oye, se produce un procesamiento inconsciente que intenta encontrar el sentido de la conversación. Esto es, haciendo un esfuerzo para conocer lo que pueda estar diciéndose al otro lado. Con ello, la distracción es elocuente, no buscada pero real por aquello del medio en el que nos encontramos. Mucha capacidad de concentración ha de tener una persona para hacer abstracción de lo que tenga alrededor.
Los estudios denotan, por otro lado, que este comportamiento no es igual cuando escuchamos a dos personas que intercambian sus palabras en conversación presencial. Distrae también pero el cerebro trabaja menos. Curioso pero cierto.
El tema, como digo, merece su reflexión y la aplicación de medidas en los entornos laborales. No han faltado ya algunos casos que han llegado a los tribunales de justicia, y que de una forma racional sostienen que “el uso esporádico del teléfono móvil durante la jornada laboral contraviniendo las normas internas es causa de amonestación, que si se repite puede ser motivo de despido por desobediencia a las órdenes de la empresa”. Claro que la medida exige una lógica en la congruencia que debe existir entre la sanción disciplinaria y la falta imputada, amén de que exista un trato igual en la exigencia que se haga a todos los trabajadores.
Con todo, lo que es patente es que las muestras las encontramos por doquier y la capacidad de soporte de los receptores de llamadas de otros no parece que tenga límite. Al menos en la mayoría porque en el caso extremo encuentro una noticia en un diario inglés donde un pasajero de tren le dio un soberano muerdo en la oreja a otro pasajero que insistentemente voceaba las permanentes llamadas que hacía por su celular. Sin llegar a este extremo, sí parece que debiera pensarse un poco más en los que tenemos alrededor, por aquello de que la convivencia exige respeto y consideración hacia los demás.
interesante entrada que describe una penosa realidad
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