¡Y mañana qué!

         Ya he perdido la cuenta de los días que mantengo a raya mi libertad de movimiento en los confines de mi querida ciudad. Mucho reconocimiento constitucional a circular por el territorio nacional, y de derecho contenido en el Tratado Constitutivo de la Unión Europea, cuando no de una esencial declaración universal de los derechos humanos, y de pronto, un sinuoso artículo 116 de la mismísima Constitución Española, que podíamos incorporar a esos tantos que se dispersan por el texto supremo a los que no se ha prestado la atención debida por considerarlos mera paja, acoge un futuro desarrollo –que lo fue en 1981- para establecer un régimen excepcional con el fin de asegurar el restablecimiento de la normalidad de los poderes en una sociedad democrática.

         Esta pérdida de la normalidad puede ser debida, como ahora acontece, a epidemias de importante extensión y gravedad que, en principio, no son generados por la voluntad humana ni tienen carácter político, y de ahí que se le venga a denominar Estado de alarma. Y, efectivamente, alarmados estamos por los efectos devastadores que está ocasionando su paso, deseando que la virulencia renuncie a seguir arrasándonos.

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         El caso es que, por el confinamiento continuado que se reiteran en las normas que lo acogen, nos vemos obligados a espacios íntimos. En una reciente lectura que hacía al artículo del filósofo y escritor Daniel Innerarity, que rubricaba con el título de “La cercanía y sus inconvenientes”, subrayé muchas de sus acertadas reflexiones acerca de este confinamiento obligado que choca frontalmente con la construida sociedad moderna que “hace incrementar la diferencia entre la distancia y la cercanía” como espacios que consagran la libertad, para conseguir así el necesario equilibrio psicológico que posibilita “ser varias cosas y no quedar reducidos a una sola”. Llegamos así a amputar un modo de vivir para conformar “una dosis exclusiva de proximidad”.

           En este punto del viaje intentamos que esto fluya con la mejor de las voluntades para llegar a buen puerto, tan próximo en nuestra mente pero tan lejano en el proceso lógico de desenvolverse la pandemia. Muchas son nuestras reflexiones acerca de esa apertura a la calle, a la que se intenta ir como los chavales que salen al recreo escolar, o al astuto galgo que se le brinda la oportunidad de cazar a la pieza.

        También es cierto que reflexionamos tanto como para ser conscientes que la lección aprendida con sangre no puede olvidarse nunca jamás y, necesariamente, se producirá –o debe producirse- un cambio en nuestro modo de actuar y vivir en sociedad. La cuestión es que cuando pensamos esto lo hacemos mirando a los demás, con poco reparo en lo que va a cambiar de nosotros y hasta qué punto estaremos dispuestos a “mejorar”.

          Por lo pronto, en ese futuro diviso bastante oscuridad, y pido perdón de antemano por la imagen negativa que pueda dar. Ocurre que creo, a mis años de vida, que esto de “mejorar” es relativo, tanto como para pensar que mejorarán los ya mejorados, y poco estarán dispuestos a hacerlo los empeorados por convulsión propia.

        Sigo con el profesor citado anteriormente para referirme a una cuestión concreta. Se piensa por todos que este confinamiento familiar “va a revalorizar la familia o el espacio de la intimidad”; el presagio que hace el autor es exactamente lo contrario porque “vamos a volver a apreciar la distancia”. Ello -dice- no puede entenderse como un ataque a la familia, sino “contra la anomalía social que supone una limitación de nuestra vida familiar”, como también lo sería que “fuéramos reducidos a nuestra función profesional o a nuestro hobby favorito”. Justo considero lo mismo porque el aprendizaje debería serlo para valorar y saber apreciar la sociedad diferenciada, la que permite al ser humano gozar de la libertad para saborearla en su total intensidad, con la familia y sin ella, porque cada momento de la vida debe sentirse y aprovecharse para enriquecer y fortalecer al ser humano. Ningún confinamiento puede ser motivo de ensalzamiento, porque en el sustrato que lo alimenta existe una situación anómala.

           El día después será también difícil y no solo por la mareante circunstancia de poner pie en la calle. De la noche a la mañana no vamos a acabar tomando la cerveza en el concurrido y bullicioso lugar de encuentro de amigos y conocidos. Ni acudiendo al concierto de ese ídolo o al partido del siglo. Esto lleva un recorrido, que se aventura tan difícil como impreciso en su alcance. Ir escalando los peldaños representa sacrificio y veamos si estamos preparado porque hayamos aprendido a ello. Y con la mirada puesta en la retaguardia porque el bicho puede volver a la trinchera para atacar nuevamente cuando menos se espere.

        Pero también vendrán los “pases de facturas”. Estas que ahora se almacenan para no hacer ruido en el momento donde la salud es lo primero, pero que más pronto que tarde van a querer cobrarse. El símil va por barrios de las muchas cuestiones que se suscitan o pueden preverse.

         No entro en política y en sus personajes, al menos de momento, porque eso va a ser todo un mundo de situación conflictiva. Sobre todo porque la economía va a marcar el antes y después. Culpar a la Unión Europea es una opción tan legítima como cualquier otra. No faltará razón. Pero las voces no acallan el hambre. Los parados, la situación coyuntural de cada uno, los familiares agraviados, presidirá su modus operandi.

         Me centro en otro tipo de conflictos. No olvidemos que están pendientes de llorarse muchos miles de muertos, como también quiénes se han visto discriminados por razón de edad o por circunstancias diversas. Hasta los contagiados que no han sido hospitalizados.

          Desde los “viajeros” que no han podido hacerlo por los cierres de aeropuertos y países, y que todavía no han recibido la devolución de las cuantías satisfechas, hasta los ciudadanos que piensan y disponen de pruebas fehacientes de instituciones y empresas públicas y privadas que consideran que no han cumplido contractualmente con sus obligaciones, pasando por los múltiples despidos y empleados que alcanzan el paro, se erige todo un arsenal de demandas y querellas con alcance tan abierto como para que los Juzgados y Tribunales lleguen a una saturación en los procesos que se deban sustanciarse, tantos como para colapsar el sistema judicial.

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        Mi interrogante es, sencillamente, la de suscitarme la duda de si España está lista para afrontar esta nueva consecuencia de la pandemia. Ser un tanto realista lleva a plantearse que contra todo esto también hay que estar preparados, porque de la anterior crisis pasada, que fue económica, me atrevo a decir que poco, muy poco aprendimos. Tardamos un suspiro en querer recuperar todo lo que decíamos habíamos perdido, sin pensar que justo los límites puestos suponían el punto de inflexión para que pudiéramos progresar con la cabeza y sin tan fantasiosa vida social a la que nos conducían decisiones basadas en el voto para alcanzar el poder, cualquiera que fuera el precio.

          Ojalá que sabiendo el terreno que pisamos seamos consecuentes y actuemos con conciencia en el día después, porque no será nada fácil. Menos mirar a los lumbreras que intentan confundirnos y más atención a lo que hagamos por las generaciones que vienen detrás nuestra.

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5 comentarios en “¡Y mañana qué!

  1. Sole

    Buenas reflexiones amigo. A ver si somos capaces de enfrentar estoy el futuro con mejor la disposición posible y dejando atrás malos hábitos. Hasta ahora parece que nuestro Planeta y su flota y fauna son los únicos que están ganado vida en esto. Ojalá aprendamos y apliquemos lo aprendido. Yo espero mejorar. Saludos y buen día.

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  2. No nos engañemos, no todos los españoles están en estos días recluidos en una casa agradable, razonablemente cómodos, haciendo bizcochos y bailando zumba, vivir en esa «burbuja» de buen rollito, qué guays que somos, que temprano nos levantamos y cuantas tareas hacemos con nuestros hijos, n – o e – s r- e a- l !qué poder el de la televisión! si alguna cámara de tv entrara en los miles de hogares de españoles que realmente las están pasando canutas por diversos motivos en estos meses, quizá entonces fuéramos realmente capaces de cambiar, de tener mayor empatía y solidaridad cuando todo esto termine, pero me temo que lo único en lo que estamos pensando es en recuperar cuanto antes nuestra «vida» y nuestro yo, yo, yo. Es verdad Chano ¿hasta qué punto estamos dispuestos a mejorar? Ojalá hagamos que una «catarsis» personal de sentido a todo esto.

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