Queda bien poco para dar por concluido un año que no merece tan siquiera una digna despedida y, si acaso, intentar olvidarlo cuanto antes mejor, aunque estar aquí ahora y poderlo contar es ya toda una odisea en el bullicioso estruendo que nadie podía imaginar que se produjera por estas mismas fechas del fenecido 2019. Por eso mismo, quizás más que olvidar sea oportuno el tenerlo muy presente para que no se flaquee cuando perdamos nuestro horizonte dejando la piel en cosas mezquinas.
No creo que exista una coincidencia tan unánime como esta de que 2020 quedará grabado en la mente de todos como el año de la pandemia y de las muchas vidas que se ha llevado, y que, para desgracia, se sigue llevando para desolación de una humanidad que estando ávida al suceso no lo está tanto de concienciarse por el hecho cierto de que el bombo sigue dando vueltas y no precisamente para agraciarnos el venidero día 22 con el soñado premio de la lotería nacional. Este otro bombo, sin fecha cierta, es movido por un oscuro personaje que lleva guadaña y que nos hace temblar con solo pensar que saca bolas, todas ellas premiadas con la misma vida y sin el sonsineque repetitivo que alegra nuestros oídos por las navidades.
Maldita sea este momento, despreciable por la sinrazón que mueve a que tantas personas abandonen la vida de una forma tan mísera, como “pestosos” que no merecen siquiera el cariño de quiénes desearían acompañarles en el desenlace final. Momentos ciertamente difíciles para los muchos que se han visto envueltos en este miserable episodio de la vida. Sin ser el único que ha estado presente en la historia de la humanidad, este nos duele con especial profusión por ser el que nos ha tocado vivir.

Pero no podemos quedar atrás que el año ha hecho estragos deparando otros desenlaces que, por ser revestidos de la nebulosa que envuelve todo adiós a un ser humano, no deja de mostrar la sinrazón que se produce cuando ni la edad, ni la cotidiana vivacidad de las personas, harían pensar en la fatídica despedida que prematuramente se produce. Tantos familiares, amigos, compañeros y conocidos han caído igualmente en el premio de otros bombos movidos igualmente por esa mano que no es precisamente la que mece la cuna. Sea como fuere, quizá por la edad que arrastra uno o la plena conciencia adquirida por el paso de los años, el caso es que hay adioses que te llegan al alma, y en esas noches de vela que se va padeciendo cada vez con mayor asiduidad, no dejan de caer lágrimas que hacen ver el profundo y sincero sentimiento que tenías hacia ellas. Así es la vida y así la vamos contando –parafraseando a lo que dijera un famoso presentador de informativos-, y qué verdad es cuando no se ocultan las realidades de lo que va sucediendo. El caso es que este año también han sucumbido al trepidante batallar del día a día un número considerable de “buena gente”, de esa que no sobran y que únicamente hacían bien en el trabajo o en el entorno donde se movieran, aunque no dejaran de tener sus propias turbulencias –y quién no- porque la vida, con parecer tan corta da para mucho.
Toca ahora cambiar de dígitos anuales, atravesar una nueva barrera en el tiempo pensando que con unas vacunas surgidas con una urgencia inusitada y que te producen un cierto estupor, el mundo volverá a ser el que era, el añorado, el que quitaba del medio a quienes salían de otros bombos no menos considerables pero que parecían asumirse –aunque con tremendo dolor- por ser ley de vida. Pero la verdad es que nada será igual y así merece que lo consideremos en estas fiestas de miniunión familiar o de amistades cercanas, incluidos allegados, porque departir un rato de sosiego y cariño no estará de más, sobre todo porque se celebrará el adiós al año de las sinrazones, y nos adentraremos en otro al que se pone cara de esperanza, aunque nada puede hacer presagiar que así sea, por lo de incierto de este bichito que nos persigue y por las secuelas que en otros órdenes de vida social y económica hará vivir a quienes sin salir su bola del bombo puedan decir que lo importante es la salud.
No puedo despedir este post con el consabido deseo de unas felices fiestas, porque no pueden serlo si, como debemos, hacemos un hueco para recordar a los que hemos perdido sinrazón. Más que felices, será más apropiado decir que sean unas dichosas fiestas por haber llegado y poder compartir momentos de amor con quienes nos pudiera apetecer. La meta de fin de año es todo un consuelo y un ferviente deseo de introducirnos en una nueva carrera que tendrá sus dificultades, nadie debería dudarlo, pero como los buenos deportistas bastará con ir completando etapas. Lo importante es mantenerse en la carrera. Y con este devenir no debería faltar el que seamos más conscientes con el hecho de que lo mezquino que a veces nos absorbe, no merece que rompa nuestra camaradería y solidaridad.
A veces la vida no atiende a razón
Antonio Orozco
Cierto que se vaya no merece ser despedido este año nos ha quitado vida. Abrazo:)
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