El azote del coronavirus

         No es nada atrevido decir que el ser humano está siempre expuesto a las múltiples vicisitudes que acaecen y que afectan a su misma existencia. Guerras y enfermedades se han ido sucediendo en el devenir de los tiempos, con mayor o menor virulencia como para lastrar la especie humana y restar efectivos a un mundo que, con la globalización actualmente existente, puede verse afectada de forma muy rápida con cualquier incidente que surja donde quiera que sea. Sin llegar más allá, la misma gripe ordinaria se lleva por delante cada año a muchas personas sin que constituya titular de ningún medio informativo.

       Pero en los tiempos que corren da la cara un nuevo azote que se expande con el sobrecogimiento de una población universal. Aludo sí, a esa extensa familia de virus denominada coronavirus, que en su versión enfermiza del Covid-19 tiene atenazada a la especie humana con el pánico que dan los números de afectados y con la incidencia que está suponiendo en todos los órdenes, no solo los sociales y humanitarios  sino también económicos. No faltan muestras de los ciudadanos que, en mayor o menor medida, quieren huir de entornos donde se consideran amenazados. Conversar ahora es mostrar la información más reciente sobre el tema del que nadie se muestra ajeno. Da igual la edad de los que estén manteniendo un intercambio de impresiones, porque mis oídos escuchan a niños, jóvenes adolescentes, personas adultas y ancianos que comentan sin cesar lo que está sucediendo, todos ellos con las lecciones recibidas para sanear sus actos y movimientos, sobre todo porque se advierte temor. Tanto como para que mantener la distancia y aislamiento sea el imperativo de quienes dicen favorecer las medidas preventivas.

         Un temor más que justificado desde que se están viendo acciones de envergadura que hacen sospechar que la cosa tiene su importancia. Máxime cuando la Organización Mundial de la Salud hace oficial la existencia de una pandemia. Así, cada momento es propicio para nuevas noticias de aplazamientos, suspensiones, cierres, en cualquiera de las facetas humanas en las que exista contacto de personas, lo que se adivina insólito porque a ver que existe en la vida cotidiana que no conlleve acercamiento a otros seres humanos.

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        Con la prudencia que exige un tema de este calado, si me atrevo a escribir sobre ello lo es por la sorpresa que me producen los comportamientos humanos. Lo digo porque casi todos dan la opinión docta o humorística sobre el tema, para que la situación se convierta en algo estridente, cuando no ciertamente preocupante. No lo digo por la virulencia del ataque de esta enfermedad, que es de por sí un tema para no dejarlo pasar y necesitado de hablarse para progresar en la forma de actuar con la responsabilidad que se precisa, sino por ese tipo de enseñanza que algunos quieren dar para que el receptor se sobrecoja o se olvide del tema, o permita producir el último de los chistes o versión humorística. Cara y cruz de un mismo acontecimiento, que surge y se desenvuelve en la calle. Sobre el que aún, en este momento, no sabemos ni somos conscientes del alcance que tendrá y hasta dónde nos lleva. Pero más que prudencia se ve osadía un tanto generalizada.

      Sin ir más lejos, voy a resaltar algunas muestras de lo que digo. Uno de esos bazares “de chinos”, como acostumbramos a decir para referirnos a los orientales que residen en nuestro país y regentan los establecimientos comerciales que inundan las ciudades, me impresionaba por la muestra que hacía a su entrada y que para mi gusto es verdaderamente insólita: el dependiente que hacía de cajero, se encontraba en el interior de un mostrador que aparecía rodeado de una protección de plástico transparente, y además con una mascarilla al estilo de los protagonistas de películas bélicas de esas modernas versiones galácticas. Solo verlo te hacía huir del establecimiento. Si pretendían mostrar que toman medidas al respecto, más bien parece sorna, en la acepción propia de ironía que representa la palabra. La otra imagen me la da una de esas personas que todavía quedan con el cigarro de compañía, que en un momento soltó un estornudo propio de unos pulmones saturados de nicotina, de tos perruna como vulgarmente se dice. De inmediato, la gente empezaba a alejarse sin ningún tipo de reticencia, y alguna persona soltaba la gracia del momento: “¿no tendrás coronavirus?, jajaja”. En fin, aprovechando que la ventolera pasa por aquí, he visto como se hace viral un vídeo en el que un ser impúdico cabalgaba en un monopatín a toda pastilla por una calle céntrica de la ciudad donde resido, con una vestimenta propia del Moisés que vimos caracterizar a un brillante Charlon Heston en la ya más que famosa película de Los Diez Mandamientos, propinando exabruptos tales como la llegada del fin del mundo y la necesidad de arrepentirse de nuestros muchos pecados.

           En sus distintas vertientes, son meras muestras de las muchas que podría contar, y que a buen seguro las estaremos viviendo todos por igual, como la de ver arrasados los supermercados por los que se asustan hasta extremos inusitados. El miedo y el cachondeo es propio de una tierra repleta tanto de personas honestas y responsables como de villanos y pícaros irresponsables. Algunos ya se frotan las manos no para la limpieza que se exige para prevenir contagios, sino para saborear mieles de los negocios que pudieran venir, como la de un grupo privado de hospitales que, por el módico precio de 300 euros cada uno, ofrece las pruebas PCR (reacción en cadena de la polimerasa), a personas asintomáticas que no cumplen los protocolos del Ministerio de Sanidad español para saber si pueden estar contagiados. Dicen no tener clientes individuales sino empresas que temen o tienen algún tipo de creencia en que entre sus empleados puedan tener el infecto.

          Ahora incluso se sacan a la luz las palabras que en su día pronunciara Bill Gates, en abril de 2015, en una charla TED, anunciando el cofundador de Microsoft que la amenaza a la que se enfrentarían los humanos en los años siguientes no iba a ser la catástrofe que produjera una guerra nuclear, sino que vendría por microbios. Todo un profeta para los incrédulos. Aunque el visionario no hiciera otra más que destacar lo que el mundo científico conoce con profusión porque la mutación de estos bichitos es lo que hace que surjan nuevas versiones de los ataques, y si no cómo podemos creer que cada año sea necesario cambiar la vacuna contra la gripe, por poner un mero ejemplo. Y si se piensa en algo de mayor profusión gravosa pues mejor poner remedio en cuanto esté a nuestra alcance y dedicar los fondos necesarios que precisa la investigación.

        En un medio de comunicación veo algo que me interesa muy mucho, tanto como para sentirme muy identificado con el personaje entrevistado y mostrar mi repulsa a quienes todavía creen que cualquiera puede dar una opinión cuasi científica, con el peligro que supone cuando un ídolo de multitudes, o el reconocimiento que tiene la persona que hable, pueda producir el efecto de seguirse a pies juntillas por los fanáticos seguidores, que no suelen ser pocos. Seguro que muchos atenderán más a su ídolo que al político de turno que ocupe poltrona, por aquello de que no faltan opiniones encontradas queriendo ver que los sabedores reales de la situación silencian mucho, para que no cunda el pánico dicen los más avezados.

        El entrevistado al que me refiero es el entrenador Jürguen Kloop, un afamado técnico del actual equipo campeón de Europa, el Liverpool, La entrevista empieza a señalarle como una persona singular, de carácter, y así lo define como “genio y figura” por la respuesta que recibe a una pregunta de calado, aunque quizá para el periodista no fuera más que una prueba de lo que se opina sobre esta ventolera que sacude el mundo, quiero pensar que sin malicia y sin prestar atención a la incidencia que pudiera tener la respuesta de quien tiene un rol de relevancia en la sociedad.

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          Ya nos podemos imaginar cuál fue el tema. Tras un encuentro de fútbol, donde se acostumbra a tratar con los técnicos cuestiones relativas a la incidencia del partido, se le pregunta por la preocupante situación que respecto al coronavirus vive el mundo en general y del deporte en particular. Su respuesta no se hizo esperar, tajante y contundente. La negativa a responder fue justificada de la mejor forma que continuar señalando que deben ser los expertos en la materia los que opinen al respecto. Merece reproducir la literalidad de sus palabras: “No me gusta en esta vida que en una cosa tan seria la opinión de los entrenadores sea importante. No lo entiendo, realmente no lo entiendo. No es importante lo que la gente famosa dice. Tenemos que hablar de las cosas de forma correcta y no que gente sin conocimiento como yo hable sobre esto”. Aclara finalmente “Los expertos con conocimiento son los que debe hablar sobre ello y decir lo que hay que hacer y las cosas irán bien o no”. ¡Chapó míster!

         Expuesto lo que antecede no creo que debamos seguir alimentando nuestra perversa mente con lo que se nos ocurra o hayamos oído decir al de al lado en torno a este doloroso y preocupante momento que nos toca vivir. Van a ser pocos los esfuerzos que hagamos para sobreponernos a una situación que bien parece haberse escapado un tanto de las manos, por los múltiples afectados y las consecuencias que se viven, y buena prueba la he tenido cuando una alto cargo de una Administración Autonómica, que salía a la palestra para justificar un determinado recorte en los derechos económicos del funcionariado público, aludía a las dificultades presupuestarias que se tienen ocasionada por múltiples acontecimientos que se superponían a la mera gestión del entorno del que se hablaba, de calado nacional e internacional, incluyendo entre sus palabras los efectos que produce el coronavirus que “son sobre todo económicos”. Que se lo digan al sector comercial y turístico. Y al descalabro mundial que se está produciendo en los mercados, y para muestra un botón: la bolsa española se ha hundido el 12 de marzo un 14,06%, la mayor caída de su historia, hasta los 6.390,9 puntos básicos. Desde que estalló la crisis del coronavirus, el IBEX se ha dejado más de un 30%.

       Acudiendo a la voz de los que pueden decir algo que merezca el reconocimiento profesional, me ha interesado muy mucho ir a la conferencia dada por un profesional de reconocido prestigio, el doctor Agustín Muñoz Sanz, en la sede de la Real Sociedad Económica Extremeña Amigos del País, en un recinto limitado al 30% de su capacidad para cumplir así las normas preventivas que ha dictado la Junta de Extremadura en estos momentos de convulsión colectiva. Bajo el título “Los Coronavirus: ni nuevos, ni los últimos, ni los primeros, ni los peores”, el entrañable doctor y profesor universitario vino a recalcar aspectos que merecen ser conocidos por todos y que cualquiera que esté interesado puede verlo en youtube (Real Sociedad Económica Amigos del País de Badajoz). El título puede verse, por sí mismo, como algo sugerente.

        En definitiva, un pánico con efectos expansivos que nos aleja de esa convivencia sana que debería tener el ser humano y la buena nueva de conocer mundo para expandir y adquirir conocimientos. El caso es que, con todo este embrollo, Donald Trump toma la batuta para impedir que mis sueños de conocer Nueva York puedan ser una realidad. El cierre a los europeos me hace quedar en casa y renunciar al viaje que tenía programado, sin saber cuándo tendré otra oportunidad para llegar a esas tierras lejanas. Estaría de Dios. Mejor pensarlo así y centrarme en cuanto pueda encontrarse en mis manos para ayudar a salir de este embrollo en el que nos encontramos inmersos.

        Porque no creo que sea mejor recomendación que la de dejar de ser eruditos sabios que tenemos voz inmaculada en un tema de este calibre, para mostrar nuestra humildad y disciplina a fin de asegurar que los científicos y personal sanitario que estén trabajando intensamente y ahora mismo para sacarnos del embrollo, puedan hacerlo sin la espada de Damocles puesta en su cuello; que las rencillas se dejen para los politicuchos que ya sabemos cuáles son y que ya están bastante retratados, y que el histerismo quede un tanto apartado para sentirnos responsables y actuemos como exige la cordura de nuestras neuronas. Seguro que, con la predisposición de todos, conseguiremos salir adelante.

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