Se dice que el paso de este mal que nos ha tocado padecer, y que ya duele hasta mentarlo, va a suponer un antes y un después en la mentalidad y forma de actuar del ser humano, por aquello de que el aprendizaje se ha hecho con la profusión necesaria como para no olvidar el mal trago a quienes la diosa fortuna ha perdonado de una fatídica y radical resolución vital.
Aunque mi interior me dice que nada puede hacer cambiar a una arraigada forma de ser de las personas, y buena prueba de todo ello es que el comportamiento humano, con sus lógicas acomodaciones al momento de vivencia, se ha mantenido impasible a lo largo del tiempo, aun cuando han pasado otras muchas ventoleras igualmente crueles -o incluso peores- que han quedado marcadas en la historia como especialmente cruentas, con muchas vidas sesgadas por enfermedades y guerras despiadadas, lo cierto es que hay aspectos de la relación entre los humanos que pueden verse modificados, al menos en la voluntad de una gran mayoría que no va a estar dispuesta a mantenerlos de la misma forma que se producían.
Del por qué no veo cambios sustanciales en el comportamiento que pueda seguirse tras el paso de este maligno virus me da buena muestra el momento y vivencia actual, todavía con el confinamiento coartando nuestras libertades y manteniéndose un número de muertes diarias considerables, así como de contagios que siguen detectándose. Pero ese proceso de desescalada que se ha iniciado en algunos países, y especialmente me refiero al que vivo, España, denota que las personas olvidan pronto, y desde los contactos próximos y el bullicio callejero hasta el tema más recurrente, cual es el deseo ferviente de que los bares y restaurantes abran sus puertas para abalanzarse a esas cervezas y placeres gastronómicos que esperan ansiosos de ser disfrutados en buena compañía, me hacen ver que serán pocas las fechas que pasen para que el mundanal jolgorio presida ese llamativo y enaltecido estado de bienestar que pomposamente quieren desear que presida nuestras vidas algunos vividores del cuento.
Ahora bien, otros comportamientos se van a ver afectados, sin duda, porque bien parece que no todo el mundo está dispuesto a que sigan por igual, quizá porque ya estaban un tanto en entredicho y podían ser objeto de observación por parecer ciertamente discriminatorios y un tanto insultantes. En particular, si algo va a cambiar con toda seguridad es la antiquísima costumbre de besuquear a las personas en las presentaciones y salutaciones que se venían haciendo de diversas formas según el pueblo de que se tratara. Este miedo que se nos ha metido en el cuerpo con el dichoso bichito hace que la distancia se apropie de nuestro actuar, aunque pueda salvarse en ambientes más reducidos donde la amistad o familiaridad presidan la relación. Está claro que, a partir de ahora, el extraño va a serlo aún más.
Y créanme que me alegro un tanto porque eso de que los hombres se abalancen a las mujeres para saludarle plasmando unos besos en la mejilla, aun sin tener la más mínima relación de confianza, me parecía que era pasarse de rosca. Por idéntico razonamiento, puedo extrapolarlo al hecho de que fuera una práctica común entre mujeres, a la que parecía querer dotarse de especial sensibilidad, impropia entre los machitos. El besuqueo merece su reparo y, como ya tuve ocasión de referir en otra entrada anterior (vid. el beso como saludo), ya me sorprendía que en los tiempos que corren, donde la igualdad adquiere su dimensión más pragmática, tanto más ahora que incluso en España se le dota de un Ministerio ciertamente podemita, no se hubiera amenazado socialmente su uso, para erradicarlo de cara a preservar la esfera personal de quienes no deben estar expuestos a tamaña intromisión.
Pues aquí está el momento de modelar el tratamiento social. Y se hará de manera consuetudinaria, porque a nadie va a agradar (activos y pasivos) estos acercamientos, que quedarán circunscritos a las relaciones más íntimas de amigos y familiares. Eso sí, el beso como señal de amor no va a desaparecer nunca, a Dios gracia, y serán las parejas de amantes los que se encarguen de potenciarlo a su máxima expresión, tanto más cuando pueda pedirlo el pulso acelerado de los corazones.
Pero fuera de estos entornos próximos, es de agradecer que no se tenga que pasar por ese instante de cierto sonrojo, expectante a que la persona de enfrente no esté presta a sacar la mano para impedir el asalto balbuceante. La distancia mínima se impone y, con ella, la facilidad en las relaciones para facilitar la comunicación. En el caso de las meras relaciones interpersonales no hace falta el roce para que surja el cariño, porque de lo que se tratará será simplemente de hacer patente una presentación o un saludo con la educación y el respeto que se merecen las personas. Sí, estoy convencido que aun cuando en principio la mascarilla ya sea suficiente impedimento, el día después ya será normal que se pronuncien las palabras y se conserve la distancia, como mero acto simbólico de salutación que representa.
Otro cambio necesario y que lo pedirá cualquiera que precie su vida será la de no verse inmerso en ese agolpado estado de personas que masivamente entran en bares y restaurantes. No, no puede ser aconsejable ni tampoco posible que se siga manteniendo esta osadía, y por motivos salubres de carácter general y no solo producto de esta situación actual, no va a ser del agrado de nadie respirar un ambiente turbio, ni tan siquiera que la nariz perciba otro exuberante aroma que no sea el que desprenda nuestra cercana compañía –si se tiene- y consumición.
Y aunque los espectáculos multitudinarios volverán a serlo, cuando la prohibición se levante y los afamados protagonistas del evento hagan olvidar todo lo demás, lo cierto es que no todo el mundo estará dispuesto a verse sorprendido por esta maraña humana. Los valientes, entre los que sin duda estarán los jóvenes que enarbolan la bandera de la osadía de la edad, no cabe duda que se olvidarán pronto de los peligros inherentes al contacto; mas otros, los más temerosos o que puedan haber tenido experiencias propias o familiares de marcado dolor por lo acontecido, no cabe duda que serán reacios a verses inmersos en este lodazal.
Tampoco nos sorprenderá que esos lugares comunales que hasta ahora se sobrellevaban con el mero runruneo quejica, cual pueden ser las masivas confluencias de transeúntes que se introducen en ascensores, va a dar lugar a ciertos reparos. No todos serán meticulosos con ello, porque de todo hay en la viña del Señor, pero a buen seguro que el uso de las escaleras puede convertirse en una buena alternativa para los que seguirán viendo en la masa el famoso circulito verde con puntas del dichoso virus que nos ha acosado y maltratado.
Creo también que la experiencia seguida descalabra ese deseo generalizado de acudir al teletrabajo como moderna tendencia laboral, porque fuera de una mera necesidad de conciliación o para labores especialmente necesitadas de autonomía y aislamiento (como pudieran ser labores estrictamente técnicas), el resto ha experimentado ahora lo mucho que el confinamiento permanente para las jornadas laborales hace perder de las relaciones sociales, además de incidir en la convivencia familiar y en la disposición de medios propios suficientes y necesarios para que la oficina hogareña disponga de cuanto se precisa. No hay que olvidar las garantías de seguridad que deben tenerse si se utilizan bases de datos de la empresa, y las de prevención contra riesgos laborales que igualmente debe constatar como existentes y apropiadas por parte del obligado (empresario). Amén de todo ello hay que reconocer que los españoles no somos de aislarnos, sino todo lo contrario. Nos gusta la convivencia social, el acercamiento a otros, la conversación, los momentos de intercambio de impresiones (algunas personas aluden al “Chismorreo pasillero”), en fin podernos apoyar en otros cuando precisamos de ayuda. El aislamiento deja en entredicho todo este panorama social, y no creo que muchos estén dispuestos a tales sacrificios una vez probada la experiencia.
En todo caso, es evidente que los cambios de comportamiento individualizados tenderán a producirse, por mero progreso de las relaciones humanas, y que nos permitirá descubrir un nuevo mundo al que nos amoldaremos igual que dejamos en su momento de convivir con el humo tabaquero, para convertirse en nuevos hábitos. Lo cual no quitará que el humano, lamentablemente, prosiga con sus vicios bullangueros. Y buena prueba de todo ello se está dando ya en los primeros pasos producidos tras la entrada en esa fase de desescalada que permite una apertura mayor.