El peligro de las discriminaciones por razón de la edad

          La sociedad ha progresado tanto que, para algunos, parece conveniente poner en el punto de mira a las personas en función de su edad que ostenten, hasta el punto de que el fenómeno que ya se concibe como “edadismo”, se está convirtiendo en un peligroso proceso para justificar como necesaria la discriminación de personas o colectivos por motivos de edad, dicho sea en las connotaciones negativas que se vierten cuando se alcanza una mayoría que hace desdeñar a los que la traspasan.

          Una distorsión social que lleva al extremo de considerar como una lacra mantener a quiénes nada productivo aporten ya, obviando incluso que tampoco se desea que intervengan por considerar su desfase tan acuciante como ver un obstáculo al progresismo que dicen buscar y tener los que azuzan la controversia; o por el simple hecho de que consumen demasiada atención sanitaria que recorta otros beneficios sociales para quienes prestos a la bienaventuranza de la buena vida no quieren desperdiciar trozos de la tarta.

        Me van a perdonar esta entrada ciertamente abrupta, pero me baso en la pérdida de valores que día a día asoman a esta sociedad tan engreída y sin conciencia, en la que no dejan de aparecer ramalazos que te quedan atónito cuando no compungido por haber sembrado lo que ahora aparece como una cosecha no buscada, con secuelas propias del torbellino de pedrisco que pudiera haberla azotado.

        Fue en el año 2016 cuando en la dialéctica propia de haber transcurrido un proceso electoral en España, en la que cada organización hacía balance de los resultados obtenidos y de su somero análisis interno, pudimos todos comprobar, y voy simplemente a reproducir palabras contenidas en medios de comunicación del momento, cómo la entonces secretaria de análisis político de Podemos, Carolina Bescansa, dijera que los propios datos atestiguaban que los votantes de Podemos, a diferencia de los del PSOE y el PP, “son gente menor de 45 años y pertenecientes a grandes urbes”, para llegar a la conclusión de que si todo el electorado fuera menor de 45 años, “Iglesias sería presidente del Gobierno desde el año pasado”. Una lumbrera de razonamiento propia de una analítica de prestigio, que dejaba entrever muchas cosas. No las voy a decir porque mi muestra lo es para aseverar simplemente que en eso de la edad no parece que para muchos les guste contar con reliquias que vinculan al conservadurismo y por ello mismo un impedimento para «progresar».

        Ahora resulta que para algunos, en los tiempos que corren, una de las medidas que resultan más propicias para luchar contra el dichoso coronavirus es, simplemente, dejar de lado a las personas mayores que ya han tenido tiempo de disfrutar de la vida y a los que les queda simplemente morir con la dignidad propia del sacrificio que debe suponer su vida para el bienestar de la comunidad. Terrible presagio propio de los más coléricos destructores de la humanidad.

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        Entre las majaderías que pueden escucharse, no creía nunca que pudiera llegar a este extremo, y menos que viniera de las más altas instancias de dirigentes consagrados en estados modernistas y con asentado valor social y democrático.

        Vayamos por parte. Una Unión Europea que cada vez está más alejada de ser una unión, acercándose cada vez más a la fragmentación deseada por otras potencias mundiales, da muestras de mucha debilidad en la esencia de sus postulados, con actitudes de algunos estados que descubren posturas propias del nazismo que creíamos erradicado. Es el caso preocupante de Holanda, cuyos máximos responsables de la lucha contra la epidemia acusan a Italia y a España de admitir a ancianos en las unidades de cuidados intensivos, una actuación muy diferente a la que se lleva en su país. Todo un personaje, el jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, Frits Rosendaal, al analizar por qué la incidencia del coronavirus está colapsando las unidades de estos países, dicta su sentencia médica: “ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas”.

         Y para reforzar el argumento, en Bélgica también se despachan a gusto. La jefa de geriatría del Hospital Universitario de Gante, Nele Van Den Noortgate, dictamina: “No traigan pacientes débiles y ancianos al hospital. No podemos hacer más por ellos que brindarles los buenos cuidados paliativos que ya les estarán dando en un centro de mayores. Llevarlos al hospital para morir es inhumano”.

       Estas posturas conminan a que se rechace abiertamente implementar mecanismos de solidaridad económica europea. Creo que la mejor respuesta se resume en una sola palabra, «repugnante«, dicha por el primer ministro portugués al hilo de las discusiones propiciadas al respecto con el ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra, que admite sin complejo empatizar poco con Italia y España, tras sorprender con sus desafortunadas declaraciones.

          El asunto no queda solo en estos países que ponen en entredicho la Unión Europea. Traspasa la frontera para llegar a los Estados Unidos. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, que cuenta con 70 años, aboga claramente por priorizar la economía sobre la supervivencia de los mayores. Se autoflagela con estas lapidarias palabras: “Los que tenemos 70 años o más nos cuidaremos nosotros mismos, pero no sacrifiquemos al país”. Toda una respuesta a la pregunta que se le hacía por el coste humano del levantamiento de medidas que él preconizaba. Vaticinaba sin escrúpulos: “Creo que hay muchos abuelos que concidirían conmigo en que quiero que mis nietos vivan en el Estados Unidos en el que yo viví. Quiero que tengan una oportunidad de alcanzar el sueño estadounidense”. Ahí queda esa.

         Hay un dicho en mi tierra que dice que con estos mimbres hay que construir el cesto. Venimos escuchando que con este padecimiento que estamos sufriendo, claramente se va a producir un antes y un después en el comportamiento humano. Me creía entenderlo en el sentido propio de hacernos ver que la salud, el respeto y solidaridad con los demás, y el valorar las cosas pequeñas que tenemos alrededor y que tienen tanta relevancia para hacernos felices, serían los vuelcos que se producirían tras el feroz ataque sufrido por la humanidad. Pero me temo que surgen brotes de toxicidad humana que deberán combatirse con igual intensidad que hacemos con los virus. Porque está en juego nada más y nada menos que el raciocinio de la especie humana.

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       Porque engrosar el bloque de personas mayores no debe tener otro inconveniente que aumentar la capacidad de atención a su sistema inmunitario, permitiendo que la paz inunde el bienestar de quienes han aportado su granito de arena para que la sociedad avance. Y quienes pretendan diezmar o discriminar a los miembros de la sociedad con el edadismo, bien parece que deberían ser combatidos con la fuerza que da la solidaridad humana, que no admite discriminaciones. Al menos eso espero.

P.d.: Al concluir el texto del presente relato, se hace público en los medios de comunicación españoles el documento elaborado por el Servicio de Emergencias Médicas de la Generalidad de Cataluña, que contiene recomendaciones avaladas por el Consejo de Colegios Médicos de Cataluña, para atender a pacientes con Covid-19 con insuficiencia respiratoria aguda hiposémica, entre las que se encuentra no intubar a los pacientes de más de 80 años y ofrecerles solo  «oxigenoterapia con mascarilla» y, además, «evitar ingresos de pacientes con escaso beneficio«. En este sentido se pide que reserven el material para aquellos pacientes que más se puedan beneficiar, en términos de años de vida salvados«. Que cada uno califique esta actuación como considere oportuno.

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